Los libros de cuentos cuentan historias; las reseñas cuentan las historias detrás de los cuentos y de los libros. Hace siete años, Melina Torres (comunicadora social egresada de la UNR) llevaba un buen tiempo viajando de Rosario a Buenos Aires para asistir al taller literario del periodista y escritor Maximiliano Tomas. El tallerista siempre proponía un ejercicio a fin de año y esa vez la consigna fue: escribir un cuento policial. De aquella propuesta no sólo nació un cuento, sino un personaje fascinante con carnadura y andadura para varias temporadas. Y que desde 2016 ya tiene su propio libro.

Publicado en Rosario por Iván Rosado con dibujo de tapa del artista rosarino Juan Berlengieri (1904-1945), Ninfas de otro mundo reúne una nouvelle y dos cuentos. El que da título al libro fue el que salió de aquella experiencia de taller. Ninfas de otro mundo trajo al mundo de la literatura a la investigadora policial Silvana Aguirre.

Plantada a pie firme en la tradición contemporánea de las detectivesas del policial escandinavo, Aguirre desborda carácter. Pero, por suerte, de nórdico el personaje no tiene ni una gota. Su fogoso temperamento se expresa en un lenguaje bien popular y argento, donde las palabrotas de la calle provocan un efecto cómico y el humor negrísimo de los chistes le sirve para soportar el mano a mano con el crimen que constituye su trabajo. Y que de lo contrario la destruiría, ya que se compadece siempre de las víctimas. Incluso tiene momentos de reflexión serena que parecen una versión feminista de los soliloquios filosóficos de Rust Cohle en la primera temporada de True Detective.

Detalle nada menor: Silvana es lesbiana. ¿O transexual? Al darse a conocer casi exclusivamente a través de su discurso (los relatos proveen apenas mínimas descripciones físicas), Aguirre expresa una masculinidad recia, aquella que parecía natural en el detective duro del clásico policial negro estadounidense de los años '30. Al asumirla excéntricamente, la desnaturaliza. Y como el personaje es tan creíble que no dudamos de su existencia, provoca preguntas: ¿se trata de una lesbiana extremadamente butch, o de un transexual varón en un cuerpo anatómicamente femenino? Algo es seguro: le gustan las rubias tetonas. También le encanta comer carne y es hincha fanática de River Plate.

Un par perfecto de complementarios es el que arman Aguirre y su coequipper, Ulises Herrera: un gay asumido y su "única persona de confianza". Si bien es seductora la idea de pegarle al libro la etiqueta de "policial gay" (que le cabría con la misma propiedad que "policial trans"), la sexualidad de los personajes desafía las limitantes clasificaciones victorianas entre homo y heterosexual. Además desarma es maldición que dice que en Argentina no se puede escribir un policial con policías, y menos uno políticamente correcto.

Quizás no haya otra manera de escribir relatos del género policial en estos tiempos en que nadie encarna la ley del padre. Al igual que en el universo de las series de los canales de streaming, la investigación policial es el dispositivo que permite abrir unos mundos privados en donde el goce es articulado de maneras bizarras: nadie es lo que parece, pero la dupla Aguirre‑Herrera no se espanta de nada. No retroceden ante la banalidad de los móviles, ni la perversidad de las agresiones, ni la malicia del entorno social que rodea los casos.

Con sus apellidos españoles que reiteran la erre central del de la autora, Aguirre y Herrera viven en el mismo mundo de los lectores. Conviven con barras bravas de Rosario Central y con ex combatientes de Malvinas. En la nouvelle que abre el libro y los presenta al lector, salen al norte a resolver un femicidio en un pueblo que ni figura en el mapa (aquí incurre la autora en un error burocrático: para ser verosímil, el pueblo debería estar situado en la provincia de Santa Fe, y no en la del Chaco, ya que de este modo queda afuera de la jurisdicción de estos oficiales de la policía provincial santafesina). En el cuento que lo cierra, queda sugerida la posibilidad de que Aguirre emprenda otro viaje, esta vez en busca del amor de una mujer.

Si bien el libro carga con un año de revisiones entre la autora, el tallerista y los editores, el lenguaje tiene ese estilo sin estilo que en la jerga de las redacciones se llama "palo y a la bolsa". Es eficaz y funcional, tanto al humor coloquial de los diálogos como a la acción. Donde irrumpe una lengua poética literaria es en una instancia de la nouvelle rural en la que además irrumpe lo sobrenatural.

Francisca y su gallina adivinadora, entre lo ominoso y lo grotesco, abren portales al realismo mágico y se arriman a la atmósfera de los personajes secundarios afroamericanos de El sonido y la furia, de William Faulkner. O a la de un film de David Lynch. O, más cerca, al universo rural de Selva Almada en El viento que arrasa. Torres no se adentra en ese territorio sino que se detiene ahí, en un punto de extrañeza que amaga con diluirse en nota de color.

"Había oscurecido. Aguirre se sentó en un banco al costado de la plaza (...). Bostezó. Una mujer muy anciana se colocó a su lado y sin presentarse le dijo: 'el alma va a venir como viene el dolor de estómago, como vienen los resfríos, como viene el cansancio. El alma va a venir porque alma que no se fue bien, vuelve, como los amores malos, como las traiciones. (...) Busque ahí donde no buscó y no se asuste que el perro no le va a mover la cola si no le tiene cariño'".

      

Aprender a caer

Comunicadora social por la UNR, Melina Torres (Santa Fe, 1976) cursó estudios de postgrado en la Universidad de Barcelona. En 2006 recibió una beca de la Secretaria de Cultura de la provincia de Santa Fe en la categoría Comunicación social y en 2010, la beca que otorga el Fondo Nacional de las Artes en la categoría Becas grupales. También estudió con Emilio Fernández Cicco, pionero del "periodismo border".

Redactora en diversos medios locales, Torres es productora de documentales y asesora de contenido audiovisual. "Hago producción en el sitio de música Rosario indie y le hice la producción de contenido al último documental de Diego Fidalgo, El origen del pudor", cuenta.

Si bien este es su primer libro, ella tiene cierto antecedente literario como autora de la letra de una canción del penúltimo disco del dúo tecno pop rosarino Matilda. Como narradora, reconoce en Silvana Aguirre alguna influencia de los personajes femeninos fuertes de la escritora estadounidense Carson McCullers (contemporánea de Faulkner), en especial uno de su novela Reflejos en un ojo dorado.

Como lectora del policial nórdico, dice que Henning Mankell "escribió el mejor libro de policiales de los últimos tiempos, El chino. Cuando falleció lamenté mucho su muerte. Ya no vendrían más historias de Wallander y su hija. Creo que me quedo con Mankell. Me encanta Jo Nesbo. Y también Asa Larson. Otro que me apasiona es Ellroy" (James Ellroy, un autor norteamericano cuya prosa de frases cortas y cuyos universos sórdidos tienen mucho que ver acá).

Hace más de diez años, cuenta Torres, estudió danza contact improvisación con Gabriela Morales. "En el contact improvisación enseñan a caer. Eso te enseñan en la primera clase. Justo en esta sociedad donde caer está tan mal visto. 'Caí en un pozo depresivo', se suele decir y es como lo peor que te puede pasar. Y la verdad que entrar a un lugar donde la premisa sea caer fue para mí todo un descubrimiento. Después está todo lo demás: la escucha. La escucha a una misma, la escucha al otro. La mirada 360 grados. Estar presente. Me gusta eso", resume. "Y sinceramente solo lo encontré en la danza".

¿Habrá más Silvana Aguirre y Ulises Herrera? Hay textos inéditos y, como deduce la cronista de algunos dichos de la entrevistada, muchas ganas de "animarse" a profundizar en las cuatro "ex": lo exótico, lo excéntrico, lo extraño y lo extraordinario. El entrañable dúo llegó para quedarse, y este primer libro da temporada 1 para rato.