“Escribime algo”, se figura Gustavo Gregorio que le imploraba una notebook cuya pantalla mostraba una página orquestal vacía, con veinte instrumentos distintos. “Tuve que responderle algo y ahí me surgió la idea”, cuenta el bajista, compositor, orquestador y arreglador rosarino a PáginaI12 desde algún lugar de Madrid. Estaba, por entonces, ultimando detalles sobre un cuarteto de cuerdas con composiciones suyas de los 70 y lo atravesó la sensación de querer hacer algo más allá del “pedido de la notebook”. “No sé, algo así como meterme en una historia sinfónica que implique, además de cuerdas, maderas y bronces”, agrega el hombre. El resultado es un homenaje en clave sinfónica a los pioneros del rock argentino, que incluye catorce versiones de clásicos del género a cargo de sus protagonistas y de la Orquesta Sinfónica de Kiev. “El primer paso lo di con ‘Llegamos de los barcos’, tema de cuando Litto Nebbia estaba con Los Músicos del Centro. Recuerdo haber sentido una enorme satisfacción al comenzar a orquestarlo y lo más llamativo fue la comodidad que sentía al hacerlo, como si lo hubiera hecho toda la vida”, evoca Gregorio sobre el tema disparador, que luego cambió por “Madre, escúchame”, del mismo autor, y que inauguró una seguidilla formidable: “Post crucifixión”, Spinetta-Cutaia, por Claudia Puyó; “Presente”, de y por Ricardo Soulé; “Te quiero, te espero”, de y por Gustavo Santaolalla y “Avenida Rivadavia”, de Javier Martínez, por Alejandro Medina, entre otros clasicazos.
“Mi lado racional explica el proyecto por el lado del oficio. Llevo mucho tiempo arreglando para todo tipo de formatos y estilos. Además del rock, me encanta escribir arreglos de big band y en estos dos últimos años recibí, además, varios encargos de cuerdas para proyectos varios. El paso a lo orquestal fue muy aceitado, quiero decir”, sigue adentrándose Gregorio, en tren de revelar pequeños secretos del disco que bajo el título de Rock argentino en estado sinfónico, también se pasea por “Muchacha ojos de papel”, en la voz de Rubén Goldín; “Nunca lo sabrán”, de Pappo, por su hijo Luciano y Willy Quiroga; y por ¿Dónde va la gente cuando llueve?, de y por Miguel Cantilo. También recrea “Del gemido de un gorrión”, de los hermanos Mellino, por Carlos; “Violencia en el parque”, vieja gema de Aquelarre, compuesta y cantada por Emilio del Guercio; “Una manera de llegar”, de y por Kubero Díaz y Miguel Cantilo; la bien pionera “¿Nunca te miró una vaca de frente?”, escrita por Miguel Abuelo, y traída al presente por Gabo Ferro; “Muchacho, pronto amanecerá” con su autor en acto (Moris), y “Un camión de rockanroll”, de Pajarito Zaguri, a cargo de Ciro Fogliatta.
–¿Cómo fue el nexo con la Sinfónica de Kiev y cómo la recepción que tuvieron su director, Claudio Ianni, y los músicos sobre el material y la idea musical?
–Al terminar mi primera orquestación, me asaltaron dudas y preguntas, y fui a ver a mi amigo Claudio –rosarino, director y orquestador de música de películas en Madrid– para que me ayude a aclararlas. Al contarle el proyecto, asintió con entusiasmo, ya que compartíamos las mismas raíces de crecimiento musical. De ahí en más, él se convirtió en mi guía por este hermoso camino orquestal, mientras le pedía que aceptara ser mi director de orquesta cuando esto se pudiera grabar, ya que hasta ese momento no tenía la menor idea de cómo iba a poder concretar económicamente este enorme emprendimiento. Cuando esta cuestión al final se resolvió, Claudio, que dirigió las principales orquestas de Europa, nos recomendó especialmente la de Kiev. Recuerdo que antes de comenzar la grabación del primer tema, subí al podio y les hablé de mi alegría de compartir con todos ellos –eran casi cincuenta músicos– mi primer trabajo orquestal, y además por la emoción de grabarlo en la ciudad donde eran oriundos mis abuelos por parte de madre. ¡Fue increíble! Creo que al sentirme como un igual tocaron el doble mejor. Ellos no tenían la menor idea ni de la historia de los temas ni de lo que iría arriba de lo que habían grabado, pero por fin habían tocado algo diferente a Mozart o Verdi.
La producción total del disco involucró a unos cien músicos. Además de los nombrados y de la orquesta, participaron Guillermo Arrom, Bernardo Baraj, Juan Barrueco, Fernando Bermúdez, Carlos Cutaia, Claudio Gabis, Rodolfo García, Daniel Irigoyen, Carlos Riganti, Juan Rodríguez, Ariel Rot, Daniel Russo, Gustavo Spinetta, Leo Sujatovich y Don Vilanova. “Fue una hermosa locura”, remarca Gregorio, sobre un disco que se realizó entre Kiev, Buenos Aires, Los Angeles y Madrid, y que también contó con un sesudo trabajo del sonido a cargo de Javier Ventimiglia y Gustavo Borner, y la producción general de Néstor Puppo. “Pese a que se trabajó en cuatro ciudades, no hubo nada agotador ni sacrificado, porque hicimos todo sin prisas. Con la Sinfónica fueron seis sesiones de tres horas cada una, divididas en tres días, 18 horas para grabar 14 temas. Pero, por un lado, la orquesta interpretó muy certeramente lo escrito bajo la atenta batuta de Ianni, y por otro, me sentía tan feliz comenzando el proyecto que todo se me hizo muy relajado”, cuenta Gregorio, bajista que también se dedicó a escribir libros sobre metodologías instrumentales y a arreglar piezas de los más variados géneros.
“Luego fue lógico y muy placentero venir a Buenos Aires para que cantaran y tocaran todos los invitados convocados sobre la base de lo que había interpretado la orquesta, todo grabado y comandado por Ventimiglia, un gran ingeniero de sonido de Mar del Plata con el que vengo trabajando hace más de diez años en Madrid”, continúa. “El es una garantía de profesionalidad, al igual que Borner, otro viejo amigo de la época de Berklee, con el que hicimos la mezcla y masterización. Gustavo es uno de los ingenieros de sonido más reputados internacionalmente y no por nada lleva ganados innumerables premios, entre ellos catorce Grammy. No sé, en un proyecto tan grande siempre se deja algo de lado. He vivido muchos meses con mi mano izquierda al piano y la derecha en el teclado de la computadora, dejando que me diera muy poco el aire y la luz. Lo que pasaba es que la luz me venía de la inagotable inspiración cósmica de cada tema que escribía”, se explaya el rosarino.
–¿Por dónde pasaron los criterios para seleccionar los temas?
–Los criterios fueron básicamente emocionales, viscerales, y conectados con recuerdos de mi adolescencia... De esas vivencias imborrables de los primeros recitales como espectador, de esos discos escuchados tantas veces. Entonces, me remití a los temas de esas décadas que más profundo me llegaron, y también a los que más me inspiraban orquestalmente. Esas canciones que al volver a escucharlas después de tantos años me las imaginaba al momento con cuerdas acá, maderas allá, etcétera. Quiero acotar que, mirando hacia atrás, después de haber compuesto mi primer tema con guitarra y letra a los 15 años, con los dos únicos acordes que conocía hasta ese momento, siempre llevé conmigo innato lo de “arreglar” música, que no es otra cosa que acomodar los elementos de tal manera que conformen algo sólido y lógico, según la propia perspectiva.
Gregorio tiene una relación íntima y afectiva con cada canción versionada. Con “Madre escúchame”, por caso, porque habla de una emancipación materna, que también le tocó de cerca. Con “Muchacha”, porque la escuchó por primera vez en el mítico concierto del Payró, en 1969. “Me voló la cabeza ese concierto. Al día siguiente conseguí el número de Del Guercio en la guía telefónica (ver recuadro), lo llamé para decirle que eran mejores que Los Beatles –un arrebato de pasión, lo admito–, y me invitó a ir a la casa de Luis Alberto, algo que pude repetir muchas veces”, evoca el músico. “La cuestión es que estaba en los ensayos de los temas del primer álbum de Almendra, un honor inolvidable, además de haber presenciado los ensayos de lo que hubiera sido la ópera de esta banda, algo que ojalá hubieran podido llevar a cabo”. El músico también resalta su vínculo íntimo con “Dónde va la gente cuando llueve” de Cantilo, con quien colaboró en Contracrisis, disco de Pedro y Pablo publicado en 1982, y vivió un sinfín de secuencias humanas y musicales.
–¿Cómo resolvió o readaptó la estética y las formas musicales de estas canciones que están prendidas al imaginario de los rockeros argentinos?
–Me tomé mi tiempo para conectarme lo suficiente con cada una, y tratar de darles una nueva vida orquestada sin que dejaran de poseer su esencia vital. Es decir, el escucharlas renovadas en timbres sonoros pero reconociéndolas emocionalmente como cuando las oímos las primeras veces. La estética provino de la inspiración que me sugería cada una, teniendo claro que quería mucha presencia de la orquesta. Que no se convirtiera, digo, en un mero acompañamiento de redondas y blancas arriba de la canción, porque eso hubiera sido desaprovechar la inmensa riqueza sonora y tímbrica que posee una sinfónica. Atrás de la melodía de los cantantes se puede escuchar todo un bosque continuo de líneas contrapuntísticas de maderas, bronces y cuerdas. Respecto de las formas musicales, no quise arriesgar mucho para no deformar la originalidad de cada composición. Cada tema prácticamente danza en su groove original.