Lo que iba a ser el acta de defunción de Jorge Sampaoli (al comando de seleccionados argentinos) terminó siendo la partida de nacimiento de Lionel Scaloni: de repente, las esperanzas del destartalado fútbol argentino parecieron iluminarse en L’Alcúdia, el extraño torneo Sub-20 con tiempos de 40 minutos que la albiceleste acaba de ganar en ese pueblito de Valencia más chico que Mar de Ajó. El campeonato mezcla a países, clubes y selectivos provinciales en una competencia mid-tempo de pretemporada. Y aunque nadie tendría que tomarse muy en serio un trofeo que un año gana España y al siguiente el modesto Guaraní de Paraguay, como el fútbol argento no está hoy para reírse de nada ni de nadie, esta copa al menos da el alivio de no haber sumado otro papelón a una lista que últimamente los acumuló sin rubores.
No parece muy meritorio haberles ganado a las selecciones de Murcia y Mauritania para llegar a la ronda final, aunque mucho peor hubiese sido perder frente a ambos. Tal vez para evitar esto último fue que Sampaoli prefirió dar un paso al costado antes que enfrentarse a la humillante posibilidad a la que la AFA lo exponía obligándolo a dirigir el torneo si quería continuar en su cargo. En su lugar apareció Lionel Scaloni, quien junto a Pablo Aimar suponen el desembarco de la generación Pekerman a la selección mayor, dado que la AFA los promovió a ese escalafón tras el campeonato en L’Alcudía.
Scaloni y Aimar deberán presentar este domingo la lista de convocados para los dos primeros amistosos post Rusia 2018, partidos falopa ante Guatemala y Colombia en Estados Unidos organizados sólo para recaudar unos peniques en un año cuyo balance será de pura pérdida deportiva y económica, merced a la indemnización millonaria de Sampaoli. ¿Convocarán a Mauro Icardi y a Lautaro Martínez para que encarnen en la selección la dupla de ataque del Inter? ¿O le darán una oportunidad a Facundo Colidio, el crack elegido como MVP de L’Alcudía? La única certeza es que deben convocar al menos siete jugadores que hayan estado en el Mundial porque así lo establecen los contratos de ambos partidos.
Para la AFA todo esto es una bocanada de aire fresco en tiempos de humo negro y malos olores. Algo así como la épica del retorno, o el deseo de “volver a las fuentes”, aunque nunca quedó clara cuál es la fuente de la que bebió el fútbol argentino, ya fuera para tonificarse o para embriagarse. Como sea, ningún relato fundacional parece concitar aprobación unánime y la gesta pekermaniana es acaso una de las pocas que gozan de simpatías mayoritarias. La otra es la leyenda cada vez más remota y finita de la generación del ‘86, que ya tuvo su oportunidad al frente de selecciones nacionales, sin resultados memorables.
Cabe la posibilidad de que al cuerpo técnico de Scaloni y Aimar se sume Walter Samuel. Los tres fueron pilares del más vistoso e inolvidable de los títulos de la era Pekerman: el del Mundial Sub-20 de Malasia ‘97, en el que también brillaron Riquelme y Cambiasso. Pero en otro sentido el arribo de este tándem (no se si sabe si como transición o como prueba para quedarse) también es una cortina que permitirá seguir escondiendo las bambalinas de una escenografía minada.
Chiqui Tapia y Daniel Angelici son un doble comando que promete nuevos aires con viejas mañas, y que se ve limitado por un factor externo como la Superliga (la entente que opone poder y maneja el Fútbol de Primera por fuera de la AFA, al estilo español) y también por un foco interno: las categorías de fútbol de ascenso, que son las únicas que genuinamente maneja la entidad de la calle Viamonte, todavía deambulan entre fixtures no sorteados, modos de disputa en constante cambio, inicios de torneo reprogramados y la sensación de que estas categorías todavía siguen encalladas en otro siglo.