En el mundo existen varias ciudades que han optado por potenciar alguna de sus características, es decir, han moldeado sus distintivos a partir de una Marca Ciudad, que es la manera en que una comunidad es concebida y percibida. Ejemplo de ello son Lima, como capital gastronómica del mundo, y Roma, capital histórica y cultural por excelencia.
La Ciudad de Buenos Aires posee una riqueza cultural que conjuga gastronomía, fútbol, arquitectura, espectáculos, universidades. Sin embargo, todavía no ha aprovechado la oportunidad que brinda esta riqueza, en función de mejorar la calidad de vida de quienes la viven y transitan.
En particular, se destaca por su oferta académica y educativa. En 200 km2 de superficie, la Ciudad concentra el 32% de las universidades de todo el país, con una amplia gama de instituciones públicas, privadas, religiosas, laicas, nacionales y extranjeras. Dicha cualidad la posiciona como una auténtica “Ciudad Universitaria”, en la que -según el último censo- cursan sus estudios universitarios más de medio millón de personas.
Quienes estudian en Buenos Aires no son exclusivamente porteños. La comunidad educativa tampoco se limita a la población argentina. Durante 2017, más de 61 mil estudiantes extranjeros arribaron a la Ciudad con el fin de estudiar posgrados, maestrías, cursos cortos o realizar programas de intercambio. Ello contribuyó a que, en el último ranking QS, que evalúa el nivel académico, la accesibilidad y la cantidad y procedencia de alumnos, la Ciudad de Buenos Aires se ubicara como la mejor ciudad iberoamericana para estudiantes universitarios, por encima de Madrid, Barcelona, México DF y San Pablo, entre otras.
La migración de estudiantes extranjeros dinamiza la economía: en el periodo de tiempo que permanecen en la Ciudad, ellos consumen, alquilan una propiedad y se convierten en contribuyentes. Sólo en 2017, gastaron alrededor de 170 millones de dólares, lo que representó casi un 10% del total recaudado en concepto de turismo.
La cantidad de alumnos extranjeros que son parte de la comunidad porteña representa una oportunidad para todos. Sobre todo para los tomadores de decisión y hacedores de políticas públicas, que cuentan con una fuente inagotable de reflexiones, experiencias e ideas para el desarrollo local. Es hora de que la riqueza de nuestras universidades y quienes administran los recursos públicos se encuentren, para juntos crear soluciones innovadoras que atiendan las demandas de la comunidad.
Participar en el diseño de políticas públicas puede ser interesante para el estudiante, quien transitaría un nuevo aprendizaje a partir de poner en juego su conocimiento para resolver un problema específico. La universidad, por su parte, puede colaborar con el Estado para que “lo colectivo” sea encarado de otra manera. El talento joven, nacional y extranjero, puede ser el que proponga nuevas soluciones para viejos problemas.
Es hora de que la política haga uso de lo que Nelson Mandela llamó “el arma más poderosa”: la educación.
Federico Saravia - Docente FCE-UBA.