Ricardo Centurión es el nuevo Garrincha, el nuevo Houseman, el nuevo Best, pero no por sus condiciones futbolísticas, que nadie cuestiona, y sí por su vinculación con ciertos escándalos, con el mundo de su vida privada mediatizado. El jugador de Racing pone su parte, exhibiéndose con histrionismo, pero los que deberían cuidarlo y no exponerlo en sus debilidades, también aportan la suya. Y es mucho peor. Víctor Blanco, el presidente de su club, le dedicó unas palabras: "Tomó demasiado, son adicciones y hay que ayudarlo". Expuso así por qué no había sido titular en el partido contra Atlético Tucumán. "Blanco dice que me quiere cuidar y me sorprende porque no me están cuidando, que me lo diga a solas", le respondió el delantero.
Si Centurión tuviera un problema de adicción al alcohol nadie debería -- salvo él mismo-- recordárselo, hacerlo público, remachárselo ante los medios, siempre ávidos por describir con impudicia las vidas privadas y ajenas de los famosos. Los paneles de opinólogos seriales de la TV son una versión exacerbada de ese círculo obsceno y multitudinario del que hablaba Dante Panzeri cuando se refería al mundo que rodea al fútbol. Suelen estar pendientes de que alguna miseria ajena trascienda en el mundo del espectáculo que, por supuesto, incluye al fútbol. No hace falta explicarlo: el juego es un gran negocio y se nutre de este tipo de historias, basadas en problemas privados, en conductas sociales que las vidas de los famosos transmiten con contundencia.
A Centurión hay que cuidarlo --como sugiere-- pero no exponiéndolo, como hizo Blanco. Con la aclaración necesaria de que no debería cuidárselo como una mercancía por el hecho de que es un muy buen futbolista y tiene un alto valor de mercado. Centurión es, ante todo, una persona. Con sus problemas, como cualquier mortal que pisa esta tierra. Pero con la diferencia de que por sus condiciones deportivas se encuentra en un lugar de privilegio que lo ubica en la cornisa de lo que muestran los medios. Ahí, desde siempre, alguien que se ubica frente a una cámara, un micrófono o una computadora estará dispuesto a denostarlo por lo que hace afuera de una cancha y no adentro de ella.
La vida privada de los famosos factura extraordinarios dividendos desde fines del siglo XIX. Fue cuando nació el concepto de prensa amarilla, por un fuerte debate periodístico entre el diario New York World, de Joseph Pulitzer, y el New York Journal, de William Hearst. Esos medios recibieron acusaciones de otros por magnificar ciertas noticias y pagarles a sus entrevistados para conseguir una exclusiva.
Centurión está expuesto a esa ley de la selva, tan grande como el Amazonas. Pidió que si Blanco tuviera algo para decirle por su conducta, que se lo diga en privado. No pidió demasiado. Lo demás, qué hace con su mundo privado, seguirá dependiendo de él.