Estábamos las dos en la cocina, tomando café antes de meternos de lleno cada una en su trabajo; Laura es trabajadora de casas particulares, algunos miércoles en la mía, y yo rumiaba las líneas que llenarían esta página sin saber del espacio que iba a ocupar nuestra escena cotidiana. Desde la computadora sonaba una radio digital, subí el volumen cuando escuché que hablaban de la mujer que murió el martes por una infección generalizada a causa de querer abortar con un tallo de perejil. Un tallo de perejil. Las dos dejamos las tazas al mismo tiempo sobre la barra de madera cuando escuchamos que la periodista que describía los hechos lo hacía llorando. Laura apoyó los codos sobre el repasador. El ceño se nos frunció a las dos al unísono. Estefanía Pozzo seguía adelante a pesar de la voz quebrada; Werner Pertot, su compañero frente al micrófono, la escuchaba en silencio. Ahora mismo lo escribo y me dan ganas de llorar.
–Yo me hice uno una vez.
–Yo, nunca. Pero acompañé a mi hija.
Era adolescente cuando se embarazó por primera vez, no me había querido decir nada a pesar de que le pregunté más de una vez si le había venido. El inicio de su vida sexual me inquietaba aunque quería ser relajada, madre feminista, abierta a las preguntas; todo eso que no me salía. De tanto observarla me di cuenta y terminó admitiéndolo. Unos días antes habíamos ido a un pediatra -todavía- que la vio a solas y al final me dijo: “Vuelvan en un mes que vamos a tener que hablar”. Ese patriarca fue más directo que el crecimiento de las tetas de mi nena, pero aunque me molestó, repregunté por qué corno teníamos que volver en un mes –sin tener respuesta–, no asocié hasta que la vi en el baño en esa complicidad cuerpo a cuerpo que teníamos cuando era una niña. Nunca dejé de insultar a ese pediatra.
–Es un negocio también, por eso hay tanta presión. El otro día una amiga compró las pastillas a 8 mil pesos.
–¿Cómo juntó 8 lucas?
–Y… le prestamos todas en el barrio, pero es un desastre. Se las vendió el mismo que hace la ecografía. Hay muchos lugares que hacen ecografías así, por privado.
–La próxima vez avisame, no pueden cobrarte tanto.
En la radio leían los mensajes que llegaban, mensajes conmovidos por exhibir una voz quebrada frente a la muerte de una de las nuestras: una que decidió contra todo. Pero no tenía por qué morir. No tendría que haber muerto. Cómo no vamos a llorar si estos meses, en los últimos años, los lazos entre nosotres se hicieron más estrechos; si nos defendemos en la calle y las historias no contadas encontraron su manera de ser narradas. No es un cuento de hadas, no es sin conflicto, no somos mejores: nos reconocemos.
Le mandé un mensaje a Estefanía, ojalá le haya llegado: “Esa sensibilidad que expusiste es parte de la revolución que estamos protagonizando”. Tal vez grandilocuente, pero así lo siento, una transformación acelerada de nuestro deseo, nuestro impulso vital, las ganas de desgarrar el telón del cielo para ver más allá.
–Quería preguntarle una cosa, tengo dos amigas que están casadas y quieren tener un hijo pero les quieren cobrar como 300 mil pesos, ellas tienen el donante…
–¡Si tienen donante, que lo hagan en su casa!
Mientras nos enredábamos entre consejos de inseminación casera y bancos de esperma, a mi celular llegaban adhesiones para las militantes perseguidas judicialmente en Río Grande, Tierra del Fuego. “Flores para acabar, Fútbol Militante, Hacer la vista gorda, Justicia intersex, Maternidades Feministas”, todos nombres de colectivas. Muchos más se fueron acumulando. Ahí, en el sur del sur, se allanaron domicilios particulares y galerías de arte en busca de aerosoles para hacer pintadas, pañuelos verdes, computadoras y teléfonos celulares; todo con trámite judicial en orden. Con eficacia inútil más que para amedrentar. El delito es haber pintado paredes.
Laura empezó a pasar la aspiradora y huí a la ducha. Antes de meterme bajo el agua me comunico con Ivana Romero, periodista de este suplemento que cubrió aquella acción antes del #8ª en la que todos los subtes fueron tomados para teñirlos de verde y de sentidos sobre la demanda de aborto legal. Le pregunto por las fotos de su nota de hoy y me cuenta: “Recién cargué la Sube en la línea De y la chica de la boletería me dijo: ‘estuvimos juntas en la Operación Araña’ y las dos pusimos las manos contra el vidrio porque no nos podíamos abrazar. Y dijimos Será Ley.”
El agua corrió hasta que ya no pude releer el mensaje, en el vapor que cegaba seguía viendo la imagen de las manos en el vidrio y de esas desconocidas reconociéndose.