Club Hem irrumpió al circuito independiente con una propuesta que recuerda a aquella otra de la editorial Norma durante los ‘90, donde convivían en un mismo libro, dos. Uno de sus últimos lanzamientos reúne a Carlos Battilana con Una mañana boreal y a Mercedes Araujo con Así es el fuego, título que sigue a su premiada novela La hija de la cabra y quinto en la serie de publicaciones de poesía que arrancó en 2003 con Ásperos esmeros. Con un poema iluminado y visceral empieza este nuevo libro, se llama “Inviernos finos y gélidos” y contiene el verso que le da nombre: “Así es el fuego/ parece que ocurre/ en el centro ardiente/ de la combustión luminosa, / pero es en los bordes/ allí devora/ crece/ y se alza”. Pero ¿dónde está el centro del fuego, lo tiene? ¿lo tiene el aire? ¿El centro de la tierra lo es o cada grano de humus tiene su propio núcleo? En el centro de la fiesta hay otra fiesta, decía Juarroz, y esto es una posición política, porque bien mirado siempre una centralidad encierra otra y nada sucede en la periferia. Los versos de esta poeta mendocina permiten ubicar la idea de una sobrevaloración de lo concentrado por encima de lo disperso, de esa ruidosa combustión por encima de esa llama pequeña que por más que sea expresión menor del fuego quema igual y al igual que la combustión magnánima y solar tiene un núcleo. “Parece que ocurre en el centro ardiente”, dice hablando de esa ilusión que desvía la atención siempre hacia el gran hecho, hacia el momento explosivo. Llevado a la metáfora del corazón, que es la fundamental de este libro: hay vida en todo el cuerpo porque la hay en el corazón, pero la hay en el corazón porque la hay en todo el cuerpo. En este sentido el corazón no está solo, nunca. Y es además el órgano más susceptible al calor y al frío: un dolor lo puede helar, una caricia hacerlo arder. De la dependencia entre opuestos, de la transpolación de temperaturas extremas (en un mismo poema conviven la palabra gélido y la palabra infierno), de la relatividad de estas tensiones habla Así es el fuego. “Es la estación milagrosa: / –dice–/ las noches y los días se salvan/ acariciando el hielo// Estribo ramas, alzo jarillas/ y alimento / un fueguito miserable/ hasta sacarlo infierno”. En estos poemas las tareas mínimas expresan la intensidad de la vida, y la autora pone allí su ojo observador, analizando el terreno velado de lo íntimo: “Es lo íntimo/ en apariencia/ –solo en apariencia–/ lo simple equivale a lo puro/ y lo ingenuo/ a reír/ cuando delicado/ lo inminente estalla”. Podría estar hablando de una flor en este último verso, el estallido de la delicadeza; ese poder descomunal de los seres sutiles, su valentía de existir en un mundo en el que cualquier fuerza es mayor y por ende, si se le opone, cobra carácter de violencia. Así es el amor, digo. Así es el fuego. Hablé antes de la metáfora del corazón pensando en su conciencia de que el tiempo que le toca es limitado, como dice María Zambrano. El corazón sabe que va a morir, la mente, en cambio, siempre fascinada en sí misma, sin nunca tocar su propio centro, sin llegar a su conclusión, no lo sabe. Por eso a este libro no parece haberlo escrito la mente sino la muerte: el metro oscuro que permite medir los días, hurgar la tierra, traspasar la apariencia y la fantasía para alcanzar alguna verdad sensible: “No hay cimientos eternos/ cada noche anudar las ramas/ y desatarlas con la luz del día/ los pastos son llanura/ hierba, morada/ hasta que no lo son”, dice en “En el frío de agosto”, donde más tarde remata: “Y el amor?// El amor es el peso del mundo/ sin amor no hay descanso/ tampoco creas/ que tenemos una mínima/ incidencia/ sobre las iluminaciones/ o los venenos/ de semejante hiedra.”. Y
Así es el fuego
Mercedes Araujo
Club Hem