Si en el partido de cuartos de final entre Argentina e Inglaterra en el Mundial de 1986 la Guerra de Malvinas todavía zumbaba en el ánimo reivindicatorio de Diego Maradona y sus adláteres, el 9 de diciembre de 1984 los ecos de las bombas y las muertes de los soldados argentinos eran para el sentimiento de los jugadores de Independiente un fuego vivo, incombustible. El Rojo jugaba la final de la Copa Intercontinental contra el Liverpool. O mucho más que eso: en aquel contexto de recelo entre ambos países, por primera vez después de Malvinas se enfrentaban oficialmente un equipo argentino y otro inglés. Hubo un antecedente, un puente tendido en Barcelona, en un amistoso que Boca le ganó 2 a 0 al Aston Villa por el tercer puesto de la Copa Joan Gamper, el 22 de agosto de 1984. Pero la primera reconexión con espíritu de “revancha” entre dos mundos fracturados fue en Japón, un mediodía en el país del sol naciente, por los puntos, por la Copa, allá lejos, en tierras neutrales.
La revista El Gráfico interpretó el sentido nacionalista del partido y tituló: “El país está con Independiente”. Carlos Enrique tardó seis segundos en hacer su declaración de principios en la cancha: el partido aún no era partido cuando se lanzó en plancha para arremeter contra un tobillo de Craig Johnston, que estaba de espalda al defensor rival. En una charla con Enganche, Enzo Trossero, el capitán de aquel equipo, trata de justificarlo: “Johnston era muy rápido. Y el Loco, por su manera de jugar, se iba siempre al ataque. Entonces le dije que si se iba, cuando volvía los levantaba a los dos”. El lateral izquierdo, hermano de Héctor Enrique –que en 1986 sería titular en el cruce contra Inglaterra en México–,le dijo unos años después a El Gráfico: “Salimos los dos equipos juntos al campo. Yo ni en pedo hablaba inglés, pero algunas puteadas me sabía, le había preguntado a (Claudio) Marangoni, así que los ingleses me miraban y yo les gritaba ‘fuck you, men’, cualquier cosa. Arrancaba en inglés y después me saltaba el indio y las puteadas me salían en castellano. Era el primer partido de argentinos e ingleses después de Malvinas y yo viví todo el proceso de la guerra: hice el servicio militar y salí en la primera baja, aunque debí haber ido a las islas”.
Independiente se vistió de rojo, lo habitual. Pero la camiseta trasuntaba los colores celeste y blanco de la patria futbolera y los jugadores hacían referencia a su experiencia en el servicio militar. Trossero habla desde el sentimiento: “Yo también fui soldado, entre 1975 y 1976”. Es su manera de vincular su presencia a un partido que corrió riesgos de no jugarse. José Percudani tenía 19 años cuando se adelantó a los tiempos y marcó el gol más importante de su vida, con el que Independiente ganaría 1 a 0: “Hice el servicio militar durante la Copa Libertadores de ese año. Tuve la suerte de tener un Comando en Jefe fanático de Independiente, que me largó y me permitió ir a jugar. Yo era suplente, pero el Pato (José Pastoriza) confió en mí y me puso de titular contra el Liverpool”. La historia de la última Copa Intercontinental que levantó Independiente está cosida a la bandera, a los recuerdos de Malvinas y a los combatientes cercanos a los futbolistas. “Tengo amigos de Bragado a los que les había tocado ir al crucero General Belgrano, así que estaba al tanto de todo. Por eso sentía que había que ganar de cualquier manera. Y como siempre dije: con un tiro los maté a todos”, recuerda Mandinga Percudani, un apodo que se ajusta perfecto a alguien que jugó para el Diablo.
Independiente era un equipo endiosado, al que le rezaban los hinchas, sin importar de qué equipo eran, para que hiciera justicia poética. “Les dimos una alegría a los hinchas de Independiente y a todos los hinchas del fútbol argentino. Porque Independiente ganó su segundo título mundial y también porque lo hicimos antes los ingleses”, remarcó el entonces presidente del club de Avellaneda, Pedro Iso.
Las esquirlas de Malvinas alcanzaban al fútbol, el lugar ideal para teatralizar la guerra. El temor de que se replicara una especie de batalla dentro del campo de juego había hecho pensar a Rodolfo O’Reilly, secretario de Deportes del gobierno argentino, que Independiente no debía jugar. Por supuesto no se trataba de evitar un viaje aplastante de 36 horas en clase turista. O’Reilly sostenía que no debía haber “relaciones de ningún tipo con Inglaterra”. Más de tres décadas después, Trossero desacredita aquellos argumentos: “Hubo cosas raras. El tipo había dicho que se debía suspender y yo lo tomé muy mal. Él era del ambiente rugby, que en ese momento era una élite”. En su libro El Partido (Tusquets, 2016), Andrés Burgo retrata el momento en que Jorge Burruchaga, que un año y medio después, al igual que Ricardo Giusti, también sería titular cuando la selección argentina eliminó a Inglaterra en el Estadio Azteca, contó cómo consiguieron el pasaporte a Japón: “En 1984 no nos dejaban jugar contra el Liverpool y hasta último momento nos tenían ahí, así que con mis compañeros de Independiente fuimos a ver a (Raúl) Alfonsín, que era hincha del club. Le pedimos que nos dejara jugar, que solo se trataba de un partido, que no íbamos a vengarnos de una guerra. Y al final nos dejó”. Es cierto que no era una guerra. Es cierto que era un partido. Pero una final, televisada en directo al mundo, era una oportunidad simbólica para reivindicar la épica de un triunfo, aunque fuera jugando al fútbol. Ricardo Bochini cuenta su propia versión por teléfono: “Lo de Malvinas no influyó para nada, al menos en mí. Tampoco creo que el partido haya estado en duda porque la FIFA nos hubiese sancionado. Otra cosa es que el partido tuviera sede en Argentina o Inglaterra. Ahí sí que no se hubiese podido jugar”.
Diez argentinos y un uruguayo. El arquero Carlos Goyén era el único de Independiente que no había nacido en Argentina. El Liverpool contaba solamente con tres ingleses: Phil Neal, Alan Kennedy y Johnston, el que revoleó Enrique en la primera jugada. Entre los otros titulares había cinco escoceses, un galés, un zimbabuense y un danés. Trossero se enfoca en dos de aquellos “extranjeros” de la disputa nacionalista. “Gracias a Goyén no sufrimos en defensa. Descolgó todos los centros. Él había jugado al básquet y se notaba cada vez que saltaba. Ellos tenían a Ian Rush, un delantero galés que medía como 1,90 metros. Pero no pudo cabecear nunca”. Aunque en la previa nadie miraba los documentos ni las partidas de nacimiento. La arenga del entonces capitán, dicen, fue emocionante. Todavía retumba una frase: “Muchachos, hoy ganamos o no salimos”.
Cuatro días antes del partido, Alberto Fernández, enviado especial del diario Clarín, dejó escritas unas huellas sobre la atmósfera que se impregnaba alrededor de los jugadores: “(…) alguna pregunta con doble intención de algunos de los periodistas, como por ejemplo le sucedió a Burruchaga, quien fue requerido por una simpática colega de la televisión con esta pregunta: ¿El presidente Alfonsín les habló de venganza con los ingleses? O esta otra: ¿Usted con qué jugador se vengará?”. La noche anterior a que Independiente se quedara con aquella Copa Intercontinental, Joao Havelange, por entonces titular de la FIFA, respondió en conferencia de prensa ante las insidiosas preguntas de periodistas ingleses: “El propio presidente de los argentinos pidió a sus jugadores que tomaran a este partido como una justa deportiva. Y yo creo que los argentinos lo sienten así, que vinieron a jugar al fútbol y nada más. No tienen ustedes por qué pensar mal”.
La victoria de Independiente fue irreprochable, aun cuando no hubo muchas situaciones de peligro. “La cancha estaba muy mala”, justifica Bochini. Liverpool aplicó el achique como sistema y no como recurso, lo que hizo que el juego fuera cortado por las posiciones adelantadas. En el vestuario, Marangoni reveló que Neal le había dicho que “los jueces de línea cobraron mal unos cuantos off side, perjudicando a Independiente”. Es curioso, porque según declaraciones de Neal publicadas por Clarín, la queja del capitán inglés apuntaba al gol de Percudani: “Fue totalmente en off-side”. Y agregó: “No puede haber un línea de Corea y otro de Japón”. En esa sintonía, Giusti también puso la lupa sobre los hombres que secundaban al brasileño Romualdo Arpi Filho: “Los jueces de línea no tenían idea”.
Independiente fue el primer equipo argentino en jugar la Intercontinental en Japón, desde que en 1980 la automotriz nipona Toyota llevó a sus tierras el partido más prestigioso entre clubes. Como si aquel césped amarillento y desparejo fuera un tablero de ajedrez, el Rey de Copas le hizo jaque mate a la Reina. En su crónica del partido, Fernández subrayó: “Independiente se consagró campeón. Y el fútbol argentino se lo agradece”. Ya era madrugada en nuestro país. Los ruidos de Malvinas todavía rebotaban en las soledades de una noche que, de pronto, desprendía un halo de justicia. El Rojo, con la camiseta celeste y blanca debajo, se calzaba, quiera o no, la corona británica.