“No hacemos la música que queremos, hacemos la música que tenemos adentro”, afirma uno de los entrevistados de Charco - Canciones del Río de la Plata, el documental de Julián Chalde que ansía abrazar un imposible: describir orígenes, evoluciones, desvíos, márgenes y posibles núcleos de aquello que, a falta de un término superador, suele llamarse “música rioplatense”. Claro que el film es consciente de esa imposibilidad y, a cambio de un registro minucioso que podría ocupar un tomo de varias toneladas de peso, ofrece en cambio un muestrario de ideas, conceptos, ejemplos y anécdotas de la canción popular a ambos márgenes del Río de la Plata, con epicentro en Buenos Aires y Montevideo. Cumbia, tango, candombe beat, el rock sinfónico de Manal, la figura rectora de Spinetta, la payada, la milonga y otros tantos estilos e intérpretes musicales son expuestos en palabras, letras y melodías a lo largo de poco menos de ochenta minutos, con el acompañamiento —en parte didáctico— del compositor y trovador Pablo Dacal, quien se interpreta a sí mismo y hace las veces de personaje viajero/guía de las diferentes entrevistas y mini-recitales que vertebran la película.
“Es un juego o una invocación. Escucho la música de esta tierra. La música de los mayores”, afirma Dacal en off al comienzo del recorrido, mientras la cámara panea sobre una mesa ratona repleta de libros y discos, entre los cuales se destaca Blonde on Blonde, de Bob Dylan (a quien, curiosamente, nadie menciona en momento alguno). Si serán consignados, lógicamente, The Beatles como fenómeno bisagra para muchos músicos rioplatenses, una puerta de entrada a la posibilidad de la apropiación de tradiciones y folclores propios y ajenos. Y si algo no le falta a Charco son personalidades, famosas y/o relevantes, del escenario local: Fito Paez cuenta a cámara cómo Charly García cambió su manera de tocar el piano; Jorge Drexler canta y toca la guitarra en un Luna Park vacío, reversionando una canción de Fernando Cabrera; Jorge Serrano, de Los auténticos decadentes, relata anécdotas del inicio de la carrera de la banda, antes de cantar “Cuestión de egos” junto a Onda vaga; el mítico Mandrake Wolf toma soda en el bar Hollywood de Montevideo –hoy triste y definitivamente cerrado– antes de mencionar árboles genealógicos, influencias y genialidades a ambos lados del charco.
No alcanza para hacer de la película algo más que un surfeo por las superficies de la creatividad musical de estos pagos, aunque los breves “clips” que registran reversiones de clásicos remotos o recientes ofrecen más de una agradable y emotiva sorpresa. Dos ejemplos de muestra: Vera Spinetta canta uno de los temas de su padre, “Quedándote o yéndote”, y Dolores Solá entona a la perfección la tradicional y anónima “Oh pajarillo que cantas”, luego de una compacta lección de musicología local dictada por Acho Estol. El film vuelve a la idea del café como centro de atracción de artistas y polo irradiador de novedades. “Creo que heredamos la tradición de los bares desde la época de Macedonio”, afirma Pipo Lernoud sentado en una mesa de Los 36 billares, antes de repasar algunos nombres de tangueros y terminar en Tanguito y Miguel Abuelo. Quizás no tenga la fama y no goce de la precisa descripción de bosques, árboles y ramas de la vecina bossa nova, pero la canción rioplatense merece la misma admiración y respeto, parece decir todo el tiempo Charco. Difícil estar en desacuerdo con la idea.