Ayer, al mediodía, y a una semana de su presentación formal, la policía de la ciudad hizo su primera gran acción operativa, por llamarla de alguna manera. Fue a la vieja usanza de principios de milenio, para poner un paradigma, a puro palo y gases lacrimógenos y pimienta arrojados sobre las cabezas de los manteros que intentaban resistir el desalojo de sus puestos en Once. Lo hizo para cumplir una orden de la Fiscalía General CABA, a tono con el paradigma del gobierno del cambio, de resolver los problemas sociales a patadas. Hubo batalla campal desi- gual, entre un ejército de uniformados, robocops pertrechados, hidrantes, policías de civil, efectivos mediáticos, y algunos que lanzaban piedras, palos y se diluían rápidamente con los avances de la tortuga policial para aparecer un poco más lejos. Hubo heridos, detenidos, y una pausa tensa bajo el sol y que continuaba anoche con el lento retiro de los manifestantes tras el cuarto intermedio entre los delegados de los manteros y el gobierno porteño, que no llegaron a ningún acuerdo. La reunión continuará hoy. El gobierno ofrece un galpón a veinte cuadras de donde se mueven los habituales clientes de los manteros. Los vendedores rechazan esa oferta y piden una feria en la misma plaza.
Apenas pasada la medianoche del lunes, un ejército de funcionarios municipales, secundado por unos 250 policías, comenzó a remover o a impedir la llegada de unos 2 mil puesteros y manteros que cotidianamente se despliegan por Pueyrredón, desde Corrientes hasta Rivadavia. El despliegue inicial, cumpliendo una orden de la Fiscalía General CABA, se cumplió sin inconvenientes para funcionarios y policías. No hubo resistencia. Sólo quejas de los pocos manteros que había porque el desalojo incluía la requisa de los artículos. El argumento es que son artículos ilegales. “Venden ropa producida en talleres ilegales”, dijo más tarde un inspector a uno de los medios televisivos que hurgaba sobre los rostros de los que protestaban, como si en los shoppings no ocurriera.
Alrededor de las 9, cuando todo parecía controlado, los manteros aparecieron en mayor cantidad, para defender su espacio o, al menos, sus posibilidad de trabajo. La versión oficial es que los manteros son el hilo más fino de una trama donde el billete fuerte lo cobran organizaciones, peajes policiales, bolsillos untables de funcionarios municipales y políticos. Lo curioso es que se corta por el hilo más fino con la misma policía denunciada.
Desde esa hora, las 9, Pueyrredón, desde Mitre hasta Rivadavia, a lo ancho de la plaza Miserere, quedó cortada por la protesta de los manteros. Avenida cortada por un piquete es sinónimo de resolución de conflicto a las patadas. Oportunidad para la presentación práctica de la nueva policía. Unos catorce, quince minutos antes de las 12 del mediodía, los escudos de la Guardia de Infantería estaba en contacto directo sobre los manteros que esperaban el regreso de dos delegados que habían intentado llegar a un acuerdo con los jefes policiales.
“Les ofrecimos censarlos, un certificado de reincidencia, que se adhieran y paguen el monotributo, y en un futuro les podremos dar dos o tres galpones para que trabajen”, informó el comisionado mayor Roberto Ahmed, a cargo del operativo. “Sólo siete se fueron a censar”, confesó el jefe policial, dejando en claro que la propuesta no cerraba en las expectativas de los vendedores. Tienen experiencias previas para estar alertas.
“Les pedimos soluciones para los seis mil manteros desplazados en Once y en Flores –se quejó Omar Guaraz, de la organización Vendedores Libres (ver aparte)–. En los últimos cuatro años fueron desalojados 5 mil manteros en Avellaneda, Caballito y otros puntos de la Ciudad. Ninguno de esos compañeros fue relocalizado como prometió la Ciudad. Las personas que venden en la calle son trabajadores y lo hacen porque no tienen otro medio de vida”, indicó.
La primera negociación no llegó a ninguna parte. Y la presión policial derivó en empujones, gritos, un petardo lanzado sobre la primera fila policial y los primeros palos y gases policiales lanzados incluso sobre sus propios compañeros.
La clásica tortuga policial avanzó abriéndose de a ratos para deglutirse alguno de los manifestantes. Se contaron dos (algunos contaron tres y hasta cuatro detenidos), hubo heridos, y contusos, piedras que volaban como respuesta a los gases, gases que se arrojaban como respuesta a las piedras.
Los palos duraron alrededor de una hora, pero el clima, el fuego (fueron incendiados seis contenedores de basura, tachos sueltos, cajas y cartones), y el humo mantuvieron durante varias horas el clima del mediodía áspero, con la ayuda del sol ardiente. “No vamos a dialogar con las organizaciones ni con las personas violentas, solo con los vendedores de buena fe que usan esta actividad como un sustento de vida”, decía la subsecretaria de Espacio Público de la Ciudad, Clara Muzzio.
El tránsito estuvo interrumpido hasta alrededor de las 16 sobre Rivadavia. Pueyrredón seguía cortada a esa hora. Y recién se liberaba Mitre, desde la plaza hacia Callao.
Una línea doble de uniformados se mantenía atravesada sobre Pueyrredón, desde el borde de la plaza hasta la pared interna de la recova, en la esquina con Mitre. Miraban hacia la avenida Rivadavia. Si se daba vuelta a sus espaldas se podía ver el detrás de escena de la nueva policía. En las espaldas de una docena de los 30 robocops que vallaban la avenida, se leía el nombre de Policía Metropolitana repintado encima con marcador azul como para disimular el nombre vetusto.
De frente, la misma línea, mostraba la multiplicidad de orígenes: algunos llevaban en su escudos el nombre de Policía Metropolitana. Otros, PFA, por la rama Federal porteñizada, y otros con un Policía a secas, menos jugado pero más útil para la nueva gestión.
A esa hora la valla de uniformados daba la cara a unos diez manteros que aguardaban bajo el sol, mientras el resto se abanicaba bajo la recova. Aguardaban el regreso de los delegados que con la mediación de la Defensoría del Pueblo porteño se reunía en la Subsecretaría de Trabajo de la Ciudad para intentar acordar una solución al conflicto, con la parte oficial encabezada por Juan Pablo Graña, vicejefe de gabinete de la Ciudad.
La defensora del pueblo porteño adjunta María América González anticipó la dificultad de una resolución para un conflicto “que viene desde hace años”.
“El principal punto de conflicto es el tema del lugar, es muy difícil encontrar otro sitio donde puedan trabajar y tener las mismas condiciones con la misma cantidad de gente que hay en Once, ahí ellos tienen su circuito de trabajo”, declaró la defensora. Se analizaban distintas propuestas, una de ellas es la de instalarse en un galpón o local, pero los manteros la rechazan ya que está alejado del movimiento de sus clientes. “Hay que tratar de que la propuesta sea una alternativa válida para que los manteros puedan trabajar y llevar el dinero a su casa”, dijo González, quien explicó que “sólo se anotaron 300 manteros en el censo que propuso la ciudad de los 1800 que se calcula que hay en Once”.
La reunión continuará hoy. Anoche, los delegados reunidos en la asamblea del corte llamaron a retirarse y regresar al día siguiente. Algunos preferían mantenerse en guardia con el corte, pero el grueso se iba desagregando. La nueva policía seguía de guardia por si acaso hiciera falta algo.