Supongamos que Carlos era empleado ferroviario, veinte años de antigüedad. Y que vos te ilusionaste cuando privatizaron los trenes y Carlos se quedó sin laburo porque, bueno, las empresas públicas eran un gastadero de plata que teníamos que pagar entre todos los argentinos. La modernización económica, más temprano que tarde, iba a derramar riqueza, también para Carlos.
Ponele que Carlos, después de fundir el kiosquito y remarla con un remís (rebusques fallidos de los que vos no te llegaste a enterar) consiguió un trabajo como empleado de maestranza en la municipalidad de Quilmes, o de Morón, no importa. Un contrato precario, como tantos. Ocho horas, doce lucas. El año pasado vos te pusiste contento porque lo echaron por ñoqui, por militante, por grasa, da lo mismo. Es que los argentinos quieren la fácil. Que les den todo. Tendrían que aprender de nuestros abuelos.
Ponele que Carlos, entonces, gracias a un contacto con un puntero barrial que es socio de la cana, logró poner un puestito como mantero en el Once. Para ir tirando mientras nos acercamos a la Pobreza Cero. Y que vos, que no lo conocés a Carlos, pero sabés cómo son los que son como él, aplaudiste cuando la Policía de la Ciudad lo echó a palazo limpio. No es que estés a favor de la violencia, todo lo contrario, pero no puede ser que los manteros, que están manejados por una mafia, perjudiquen a los comerciantes que pagan sus impuestos como los pagás vos.
Ponele entonces que Carlos, ya resignado, vio cómo su hijo de 15 años dejó la escuela, agarró un balde, un trapo, un secador y gracias a un amigo que le habilitó la zona pudo plantarse en la esquina de Libertador y Sarmiento para hacerse unos mangos como limpiavidrios. Y vos, que solías andar por ahí, y a veces hasta le diste una moneda (si no quién sabe qué te podían hacer esos guachines), respiraste aliviado cuando la cana lo sacó a patadas; es que los limpiavidrios dan una imagen muy tercermundista de una ciudad como Buenos Aires que es “otra cosa”, no hace falta que lo digas, y además no puede ser que esta gente se apodere del espacio público y entorpezca la libre circulación del tránsito. Todos tenemos derechos. ¡Aprendamos de Londres, no de Tegucigalpa! Es una cuestión de mentalidad.
Ahora ponele que el pibe, al final, tenía menos paciencia o menos esperanza o era más jodido que el padre ex ferroviario, ex empleado municipal, ex mantero. Y que un día, mal llevado, se cruzó con vos a la salida del subte, te apretó y te afanó el celular. Y que vos primero te indignaste, porque cómo puede ser, este país no se arregla más, pero enseguida te tranquilizaste y volviste a confiar en la revolución de la alegría porque otros vecinos como vos, solidarios, lo corrieron al pibe, lo alcanzaron y lo lincharon. Después, cuando vinieron los periodistas con las cámaras de televisión para preguntarte por el mal momento que habías vivido, les demostraste a todos que no sos ningún facho, que creés en el país y que se puede vivir civilizadamente: “Acá no es cuestión, solamente, de bajar la edad de imputabilidad. En la Argentina hay que volver a la cultura del trabajo”. Y te fuiste, pecho henchido, satisfecho con todos los granitos de arena que pusiste en tu vida para construir una verdadera democracia.