“Para penetrar bajo los hechos, tendría que haber sido un artista, y no se llega a ser un artista de la noche a la mañana. Primero tienes que verte aplastado, ver destruidos tus puntos de vista contradictorios. Tienes que verte borrado del mapa como ser humano para renacer como individuo”, escribió Henry Miller. Naturalmente,una cosa es escribir máximas reveladoras en la comodidad de un escritorio y otra, muy distinta, es respaldar cada una de esas palabras con el modo de llevar adelante tu vida. La libertad. Ahora hay que ver de qué manera pueden influir ciertos mandamientos o legados en una mente desviada, incapaz de diferenciar lo real de la ficción, o lo que es peor: alguien que, en lo más íntimo de su delirio creador, se convierte en el personaje de su propia tragedia. “Si de verdad quiere ser grande, tiene que llegar más alto. Spielberg llegaría más alto. Hitchcock. Agnés Varda. Agarrarse de las ramas de una mata para darse impulso. Tose. Aspiró demasiada ceniza. Escupe un gargajo. Una mano, la pierna, la otra mano, una roca más. Buñuel seguiría subiendo”.
La lista continúa como un puente tendido entre Truffaut y Tarkovsky, Kim Ki Du y Herzog. Ser grande y llegar más alto ya no es una metáfora ni mucho menos un simbolismo: un hombre acaba de hacer algo irremediable y está huyendo desesperado hacia el centro mismo de su propia locura. Acaso sea justamente ése el corolario de lo más notable que tiene Hágase usted mismo: la evolución psíquica que lentamente lleva a cabo Enzo Maqueira sobre su personaje principal. El autor de Electrónica envuelve al lector como un prestidigitador emocional, logra que se empatice con su personaje el tiempo suficiente como para desconcertarlo hasta la impotencia en el momento exacto en que ya no hay ninguno motivo para confiar en él, ni mucho menos quererlo. Sucede que al principio da toda la impresión de ser una persona desesperada, presa de una angustia existencial profunda que en algunos seres resulta necesaria para la motivación artística. Lo cierto es que ha decidido alejarse un tiempo de Buenos Aires y viaja a San Benito, en la Patagonia, a la casa que heredó de sus abuelos y lleva años deshabitada, una casa que la distancia convirtió en un museo mezcla de laberinto mental de su infancia. “Fellini tenía razón: en la infancia están los únicos recuerdos que valen la pena. Si lo tiene tan claro, ¿por qué insiste? El problema es que él no pertenece a ese lugar. Quién sabe si algún día podrá sentirse parte”. Atrás queda una relación conflictiva y compleja con su pareja, Martina, mientras se acumula la imperiosa necesidad de aprovechar cada segundo de soledad porque tiene la sospecha, confiable en un inicio, sintomática de una hipocondría recalcitrante finalmente, de que tiene una enfermedad incurable que lo persigue como una mala conciencia. “Pero hoy ya no quiere ser la misma persona. Movimiento. Resurrección. Dejar una huella antes de morir. ¿Cuánto le queda de vida? Es lo mismo si está enfermo o no. Volver a San Benito le hizo aprender la fugacidad del tiempo. Perdió sus mejores años enseñándoles a los demás cómo trascender, de qué manera alcanzar el éxito, las claves para destacarse. En eso consistía su trabajo: en arengar a los mediocres. Y sin embargo él, ¿qué?”, se pregunta el hombre una vez que ya está decido a escribir el guión de la película, ópera prima que lo salvará del anonimato y lo ubicará en el ojo de la tormenta de la fama.
A partir de este momento la trama de Hágase usted mismo se divide: dos planos alternan fragmentariamente; por un lado, la existencia suspendida de un hombre que hace de la nostalgia un pasaje directo a momentos evocativos de su niñez, el amor incondicional de sus abuelos y momentos colmados de alegrías cotidianas. Y por el otro, su universo creador mediante ideas que se materializan en anotaciones –muchas descabelladas y absurdas, otras verdaderamente interesantes– para posibles guiones a escribir. Ocurre que el cine es un arte colectivo, y este hombre está solo con sus propios fantasmas y delirios de trascendencia. Su búsqueda frenética, muy lograda por Maqueira, se tensa hasta quebrarse en el momento exacto en que pareciera dar con la incógnita de su propia vida.
El encuentro con ese vecino al que apoda secretamente como Freddie Mercury, será el punto de inflexión para una trama que no llega a tener los elementos de un policial porque lo sobrepasa su planteo existencial donde la frustración y imposibilidad de vivir se traslada a una reflexión profunda sobre el modo en que la sociedad ha hecho –mediante sus múltiples ficciones– una idealización del deber ser, generando individuos que ven en el otro algo más que una amenaza.