Desde el pasado año hasta la fecha, las scooters eléctricas -o patinetes eléctricos- rolan a velocidad inusitada a lo largo y ancho de Estados Unidos. Gracias a compañías como Bird o Lime, se propaga cual reguero de pólvora esta modalidad ecológica de transporte, que permite alquilar el asequible adminículo a través de una app (sale 1 dólar desbloquarla, luego 15 centavos por minuto), sin necesidad de casco o licencia alguna, con la promesa de reducir atascos y emisiones de gases. Empero, más allá de los beneficios de adoptar momentáneamente una scooter, el hecho de que haya invadido las veredas y estelarizado cantidad de incidentes con peatones (entre otras cuestiones) ha tenido por consecuencia que locales de Los Ángeles estén decididos a acabar con ella. En efecto, una guerra sin cuartel acaece en L.A., donde numerosos vecinos las arrojan desde balcones, las tiran al mar, en tachos de basura, les prenden fuego, las meten en inodoros o, incluso, las "adornan" con bolsas de excremento...
"Mientras ciudades como Santa Mónica y Beverly Hills luchan por controlar la proliferación de las scooters eléctricas de pago por minuto, algunos residentes están tomando el asunto en sus propias manos y librando un enfrentamiento de guerrillas contra los dispositivos. Estos vándalos están destruyendo o afectando los vehículos de manera inquietantemente imaginativa y celebrando sus actos ilegales en las redes sociales, a la vista de las autoridades y el público", informa Los Angeles Times sobre la virulenta situación. A las pruebas se remite: por caso, la cuenta de Instagram Bird Graveyard, que publica diariamente fotos y videos de estas motonetas siendo destruidas, para albricias de sus más de 30 mil seguidores.
Ni el riesgo de multas de hasta 400 dólares o pasar una temporada en la cárcel desalienta a los insurgentes, que ven en la scooter un símbolo de gentrificación, de extrema penetración de la industria tecnológica en el ala oeste; muchos creen, además, que aleja a los jóvenes de tradiciones locales como el surf o el skate. No ayuda a la situación, ascendentemente violenta, que quienes las manejan desatiendan las señales de tránsito, o vayan a altas velocidades en zonas donde no está permitido. Independientemente, las scooters resisten, y se multiplican. Al menos, por ahora.