El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, asumió ayer su cuarto mandato, en esta ocasión con su esposa Rosario Murillo como vicepresidenta, con hegemonía parlamentaria y sin obstáculos para impulsar su agenda.
El otrora comandante sandinista ha sido un protagonista clave de la política de Nicaragua de las últimas cuatro décadas y en su nuevo período deberá afrontar un desafío recurrente que persigue al país, pero que ya logró moderar: la pobreza. De hecho Ortega afirma que es su gran tarea pendiente: combatir un flagelo que agobia a ese país de 6,1 millones de habitantes pero que, según datos del Banco Mundial, se ha reducido del 42,5 al 29,6 por ciento entre 2009 y 2014. Los más emblemáticos programas sociales del gobierno (de vivienda, salud y crédito agrícola) fueron financiados desde 2007 con ayuda de Venezuela.
El político de 71 años fue presidente de 1985-1990 tras el triunfo de la revolución sandinista contra el dictador Anastasio Somoza, retornó al poder en 2007, fue reelegido en 2011 y el pasado 6 de noviembre declarado ganador en comicios sin observadores internacionales y de los que se excluyó al principal candidato de la oposición.
Ortega gobernará hasta el 2022 con el respaldo de 71 de los 92 diputados en el parlamento, comandado por el ex líder de los sindicatos sandinistas, Gustavo Porras. “Hoy damos continuidad a todo lo bueno que hemos venido haciendo (...) para corregir lo que no haya salido bien y luego para avanzar en diálogo, alianza y consenso de manera permanente con empresarios, trabajadores, gobiernos locales para luchar contra la pobreza’’, dijo Murillo en su alocución diaria a los medios.
A la ceremonia de investidura asistieron el presidente de Bolivia, Evo Morales; de Venezuela, Nicolás Maduro, y El Salvador, Salvador Sánchez Cerén, entre otros.