La pérdida de reservas del Banco Central desde que comenzó el año alcanzó a 28.097 millones de dólares. De ese total, 8484 millones se esfumaron desde el 22 de junio, cuando ingresó el primer tramo del crédito del FMI por 15.000 millones. La sangría de divisas se está produciendo desde entonces a un promedio de 217 millones de dólares por día. La cifra pone en evidencia el fracaso de la apuesta del Gobierno por regenerar la confianza a través del acuerdo con el Fondo Monetario. Otra muestra de ello es que la autoridad monetaria se vio obligada a aumentar la tasa de interés de referencia del 40 al 45 por ciento -a principios de año estaba en 28 por ciento- y ahora debe negociar de urgencia la ampliación del canje de monedas (swap) con China por 4000 millones de dólares para fortalecer reservas que se evaporan. La cotización del dólar el 22 de junio era de 27,76 pesos, en tanto que ayer cerró a 30,47, casi tres pesos más, en otra señal de que el entendimiento con el FMI no pudo detener la corrida. Llevado al extremo de que la hemorragia de reservas siguiera a la velocidad que exhibe desde el 22 de junio hasta el final del mandato de Mauricio Macri, la caída de divisas en las arcas del Central alcanzaría a 70.500 millones de dólares, dejando el Tesoro casi vacío salvo por los 18.000 millones de dólares del préstamo del Fondo a desembolsar hasta entonces, a condición del cumplimiento de metas recesivas, y algún otro crédito que se pudiera gestionar con China u otros organismos. Las reservas actualmente se ubican en 54.792 millones. En conclusión, el reloj corre rápido para las necesidades del oficialismo de recuperar el crédito externo en los mercados voluntarios para no verse arrastrado hacia una mega crisis como la que Nicolás Dujovne asegura que no se va a producir. La pregunta que surge es cómo logrará ese objetivo si mantiene las políticas que llevaron a esta situación, con el agravante de que ya consumió el colchón de desendeudamiento que había heredado del kirchnerismo y que las medidas de ajuste que le exige el FMI provocarán una recesión más aguda, con tensiones sociales y políticas crecientes, mayor desempleo y menos créditos para el consumo y la compra de viviendas. Las perspectivas, más bien, son sombrías respecto de las chances de esquivar otro 2001 si se sigue por el camino que vino a imponer el mejor equipo de los últimos cincuenta años.
El último año de mandato de Cristina Fernández de Kirchner, con las tensiones que siempre se producen cuando hay elecciones para el recambio de gobierno, las reservas del Banco Central bajaron en 6245 millones de dólares, desde 31.337 millones el 2 de enero a 25.092 millones el 9 de diciembre. En ocho meses y medio de este año, como se marcó al comienzo, la salida alcanzó a 28.097 millones. La comparación de las cifras sirve para dimensionar la crisis de desconfianza que se está viviendo y el tamaño del desafío que tiene por delante el gobierno de Macri para revertirla. En 2014, en tanto, a pesar de la devaluación de enero de ese año, que fue la mayor hasta entonces en más de una década, con una suba del dólar del 12,6 por ciento ese mes y del 31,3 por ciento en el total anual (la corrida que empezó a fines de abril pasado ya provocó un salto de la divisa del 52 por ciento y acumula 60,5 en lo que va del año), no hubo pérdida de reservas, sino un aumento. En efecto, el Banco Central pasó de 30.586 millones el 2 de enero de 2014 a 31.443 millones el 31 de diciembre, con un alza de 857 millones. Finalmente, en 2008 y 2009, cuando se produjo la crisis internacional con epicentro en Estados Unidos, las pérdidas de reservas fueron de 94 millones y 1407 millones, respectivamente. En esos años se registraron superávits de la balanza comercial de 12.500 millones y 16.900 millones de dólares que fueron fundamentales para sostener las reservas, en contraste con el fuerte déficit de este año, que en el primer semestre ya marcó 5100 millones.
Las mayores diferencias entre un modelo y el otro es que aquel regulaba los flujos de capitales que entraban y salían del país, imponía condiciones al sector financiero, subsidiaba la producción y la investigación científica, alentaba el consumo popular, administraba las importaciones y, cuando pese a todo ello y en un contexto de enfrentamiento con el poder financiero internacional, con los fondos buitre y el juez Thomas Griesa a la cabeza, la restricción externa se hizo demasiado pesada, también reguló la compra de divisas a través del llamado cepo. La desprolijidad y la arbitrariedad con que lo implementó lo tornaron más intolerable para la reducida porción de argentinos que atesora divisas, con la prensa hegemónica azuzando día y noche por el atentado a la libertad de mercado con la misma alevosía con que ahora oculta los desastres del macrismo, al punto que esta semana ignoró la pérdida de reservas de 1617 millones en un solo día y la disparada del riesgo país a niveles muy superiores a los que existían en diciembre de 2015. Todos aquellos controles preservaron la actividad económica, los niveles de empleo, la cobertura social y el poder adquisitivo de salarios y jubilaciones, con sus más y sus menos. Ahora todo ello es sacrificado sin ninguna contemplación, pero ni siquiera eso -que es lo más importante, la calidad de vida de los argentinos- sirve para ganarse la confianza de los “mercados” como aspira el oficialismo. La teoría del sacrificio permanente para cosechar frutos de bienestar en algún futuro siempre esquivo ha demostrado con dramatismo que solo era un mecanismo de engaño político, a fin de conseguir apoyos para una transformación estructural de la distribución del ingreso en contra de las mayorías populares. Mientras estas no reaccionen y no haya una opción política opositora que las conduzca, el proceso seguirá su curso, como puede observarse en Brasil hace más de dos años desde la destitución de Dilma Rousseff.
Frente a una realidad tan agobiante, la pregunta obsesiva de empresarios, trabajadores y ciudadanos en general es si el modelo macrista finalmente estallará por los aires o existen posibilidades de conservarlo con respirador hasta las elecciones presidenciales. Las especulaciones que ya empezaron a circular sobre un eventual adelantamiento de los comicios a diciembre de este año exhiben el nivel de degradación del plan en marcha. No existen expectativas sólidas de una recuperación robusta de la producción, el empleo y los ingresos que vengan a rescatar la imagen de Cambiemos del pantano más allá de esa fecha, con blindaje mediático y todo. La única apuesta seria del oficialismo es neutralizar la amenaza de una posible postulación de la ex presidenta que lo ponga en aprietos. Pero en materia económica, la desorientación del jefe de Estado canchereando un día con la frase “tranquilos, no pasa nada con el dólar” y al siguiente describiendo un panorama desolador de vulnerabilidad externa en un encuentro empresario agiganta los temores a que sobrevenga el colapso. Con todos los problemas que se acumulan en el frente financiero y en la economía real, con los tiempos que se acortan para revertir la sangría de reservas y con el FMI detrás imponiendo condiciones, se requiere mucho coraje para sostener que no hay ninguna posibilidad de que vuelva a producirse una explosión como la de 2001. El solo hecho de tener que negarlo por parte del Gobierno que prometió lluvia de inversiones, brotes verdes y pobreza cero demuestra lo empinado de la cuesta a remontar. Ese deterioro en las expectativas es otro factor que trae al presente las imágenes de 2001, con su megacrisis al acecho.