Cuando se consulta a la Academia Nacional de Letras sobre el lenguaje no sexista y el uso del “todes”, su servicio telefónico de consultas idiomáticas, remite a un link donde publicaron un texto “debido a la gran cantidad de consultas” similares que han recibido últimamente. El artículo se titula “La lengua en el centro de un debate social: el caso del lenguaje inclusivo”.
Aunque la entidad reconoce que “no existe ninguna necesidad gramatical de agregar el femenino para abarcar a la totalidad de los individuos”, destaca que “estas distintas propuestas (el desdoblamiento, la @, la x, la e) que se están viendo consistentemente, y otras que puedan surgir, son recursos de intervención del discurso público que persiguen el fin de denunciar y poner en evidencia una injusticia en la sociedad”. En ese sentido, subraya que “no son fenómenos de orden gramatical, sino retórico (y de extraordinaria potencia), puesto que se usan con el fin de crear un efecto, en quien lee o escucha, de toma de conciencia sobre un problema social y cultural”. De modo que “condenar su uso con argumentos gramaticales sería el equivalente de condenar cualquiera de las metáforas usadas diariamente en política, simplemente porque, en este caso, se trata de una operación no tradicional sobre el género y su morfología, sin demasiados antecedentes en la historia”. Paralelamente, “exigir su uso equivaldría a forzar en alguien la adopción de una determinada idea política, una práctica que horada su poder, puesto que las ideas más transformadoras son siempre las que se adoptan voluntariamente, no las que son impuestas”.
No obstante, la Academia admite que “el hecho de que esta tensión se resuelva en muchos casos en favor de las nuevas fórmulas, en la mayoría de ellos fuera de cualquier marco institucional, y que su uso se esté extendiendo visiblemente habilita la hipótesis de que se trata de una necesidad comunicativa real de muchos hablantes antes que de una imposición por parte de una minoría”. Sobre lo que pueda pasar en el futuro con esta tendencia, dice que es “más impredecible e incontrolable de lo que muchos están dispuestos a admitir en este tipo de debates”. Como siempre, concluye, “la última palabra la tendrán, con el tiempo, los 500 millones de hablantes de español del mundo”.