Desde Ciudad de México y París
Dos historias casi similares atravesadas por la solidaridad humana se aúnan en dos fronteras muy distantes :la de Francia con Italia y la de Estados Unidos con México: el norteamericano Enrique Morones y el francés Cédric Herrou interpretan en la realidad el papel que una mayoría de ciudadanos de las democracias occidentales detestan: protectores de migrantes. El primero, por medio de la ONG que él mismo fundó, Border Angels (Angeles de la Frontera), ayuda a los migrantes mexicanos o centroamericanos que intentan pasar la frontera. Ello le ha valido ser uno de los personajes más detestados por los votantes de Donald Trump. El segundo es todavía más osado. Cédric Herrou es un agricultor que produce aceite de oliva cuyas tierras están en el valle de la Roya, en la Costa Azul, entre Francia e Italia. Herrou, en 2015, empezó cruzar la frontera franco-italiana para respaldar a los migrantes que querían entrar a Francia. Arrestado y condenado varias veces, Cédric Herrou consiguió hace unos días que las condiciones de su condena y arresto domiciliario fuesen menos rígidas. En 2017 lo condenaron a cuatro meses de cárcel en suspenso por haber ayudado a pasar la frontera a más de 200 migrantes. Su caso cambió el rumbo de la ley francesa. El Consejo Constitucional Francia validó el “principio de fraternidad” con los inmigrantes por encima del “delito de solidaridad”. Dicho dictamen frena el llamado “delito de solidaridad” con el cual se procesaba a las personas que ayudaban a los migrantes sin papeles.
Enrique Morones y Cédric Herrou son los rostros menos conocidos de una tragedia de infinitas ramificaciones y de cuyos símbolos las ultraderechas mundiales (Estados Unidos, Francia, Hungría, Italia, Gran Bretaña, Polonia, Holanda) han sacado muchos beneficios. Morones luce con orgullo una camiseta que lleva la inscripción “Bad Hombre” en referencia directa a los insultos racistas proferidos por Donald Trump durante la campaña electoral. Hijo de padres mexicanos, Enrique Morones nació en San Diego, California. Su militancia a favor de los migrantes indocumentados y de los trabajadores pobres lo izaron enseguida como uno de los activistas sociales más reconocidos en los Estados Unidos. En 1998 fue la primera persona en obtener la doble nacionalidad mexicana-estadounidense. Antes, en 1986, había fundado “Angeles de la Frontera, una asociación cuya meta sigue siendo la misma: “salvar vidas de inmigrantes” y respaldar a las comunidades migratorias en Estados Unidos. En 2005 fundó otro grupo, Gente Unida, una asociación pro derechos humanos que se enfrenta regularmente con el grupo Minutemen consagrado a cazar migrantes en los desiertos y los puntos fronterizos. Morones cuenta que Ángeles de la Frontera consta de unos 5. 000 voluntarios que recorren el desierto repartiendo agua, comida y mantas. “Con ello prevenimos muertos innecesarias y reducimos los riesgos del desierto”. La elección de Trump puso a Morrones en el centro constante de un debate que el mismo juzga “delirante”. Según Morones, “Trump representa la peor versión de los Estados Unidos”.
Por encima de cualquier otro valor, el francés Cédric Herrou defiende la trilogía que preside la identidad francesa: “Francia no es un país encerrado en sí mismo. Francia es la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad. Francia es los Derechos Humanos. Por eso mi combate es legítimo. Cuando alguien necesita una mano, uno va y lo ayuda sin que importe de donde viene, su raza, su color de piel o su religión. Los ciudadanos no son una administración. Estamos aquí para ayudar al prójimo”. Tan criticado como alabado, este agricultor ha sido uno de los pilares de la inclusión del “principio de fraternidad” en el derecho francés decidida por el Consejo Constitucional luego de que sus abogados interpusieran una apelación. Su caso ha sentado así las bases de una jurisprudencia donde el “principio de fraternidad” se impone al “delito de solidaridad”. Herrou no niega en ningún caso cómo procede cuando encuentra a los migrantes perdidos: “los voy a buscar, los llevo a mi casa para que personas competentes los cuiden si están enfermos y les den los consejos jurídicos necesarios para obtener documentos legales. No podemos aceptar que toda esa gente se quede en la nada. No son ni terroristas y ni siquiera refugiados económicos. Son personas que huyen de las guerras y las dictaduras”.
Las fronteras se han convertido en espacios donde se violan todos los derechos. Médicos sin Fronteras denunció hace unas semanas que se “cada día se siguen violando la ley y los derechos de los refugiados y migrantes en la frontera franco-italiana”. La ONG monitoreó el paso fronterizo entre Francia e Italia y constató a finales de junio que muchas personas (157) fueron “rechazadas” sin que se les permita pedir asilo. En la otra frontera, la de Estados Unidos con México, el infierno se repite con cientos y cientos de personas que se quedan varadas en Tijuana esperando que los organismos oficiales norteamericanos analicen su situación. A veces es aún peor cuando las familias quedan separadas por la leyes migratorias. Allí también intervine Enrique Morones y su ya célebre “Puerta de la esperanza”. Una vez por año, en coordinación con la patrulla fronteriza de Estados Unidos, Morones facilita el encuentro de un puñado de familias en el Parque de la Amistad, punto fronterizo entre San Diego (California) y Tijuana (México). “Es apenas un abrazo de tres o cuatro minutos entre padres e hijos, hermanos o esposos separados. Es muy poco, lo sé, pero al menos estas personas pueden verse y tocarse”, dice Morones. Nada es fácil para estos activistas sociales cuyas causas chocan con culturas políticas de rechazo que se han ido propagando en el seno de las sociedades occidentales. El muro es hoy la moneda de cambio de todas las soluciones planteadas. “Algunas personas dicen que quieren construir más muros. En Angeles de la Frontera decimos que queremos abrir más puertas. En esta América de Trump nos hace más falta que nunca la solidaridad humana en las fronteras”, explica Morones. Cédric Herrou en Francia y Morones en Estados Unidos son los dos símbolos del desafío humano a las leyes de los Estados. Los tiempos modernos no juegan a favor del agricultor francés y del activista estadounidense. Nos les importa que los miren con desprecio, que los agredan o los calumnien en los medios. Morones alega con acentos románticos que “el amor es más fuerte que los muros y las fronteras”. Cédric Herrou sostiene que se trata antes que nada “de un combate político dentro de un gesto humanitario. Hay un racismo de Estado y no debemos tolerarlo”. Con esa consigna empezó a ayudar a los migrantes en 2016. Sabía que se le vendría encima la maquinaria judicial, pero también que podría contar con el ruido de los medios. Su estrategia consistió en “provocar al sistema y contar con los medios, que son una herramienta eficaz para despertar a la opinión pública y acarrear la búsqueda de soluciones políticas”. Esas soluciones aún no han llegado. Sólo persiste la acción tan solidaria como irrenunciable de seres humanos a menudo anónimos que se animan a asomarse a uno de los paisajes más trágicos del mundo contemporáneo: la frontera.