La escena fue la puerta abierta a la concentración. En la esquina de Corrientes y Cerrito, un grupo de mujeres desplegaba pañuelos azules sobre sus cabezas o en el cuello, y ofrecían a la venta la unidad a 50 pesos. El texto en letras blancas en su interior daba cuenta de la convocatoria: “Ni Uno Menos”. Vale decir, en el texto extendido, “Ni un policía menos”. Cruzando mitad de la 9 de Julio, sobre la plaza que da al sur del Obelisco, se desarrollaba la manifestación convocada por los niunomenos, un oxímoron en sí mismo: reclamaban por sus derechos, lo cual no tiene nada de malo, pero ubicaban al procesado por homicidio agravado Luis Chocobar como víctima y estandarte.
El perfil era obvio. La marca de la gorra estaba presente e indisimulada. Desde las 14 fueron engrosando el espacio de la media plaza, escenario montado, un camión empapelado con fotos de sus mártires, otras fotos más ubicadas alrededor del escenario, dos baños químicos. Unas motos importantes, con sus típicas licuadoras. Ni un solo uniforme en la concentración, que no fue marcha pese a que había sido convocada como tal, ni en derredor. Como toda marcha que se precie de policial, la seguridad estaba garantizada: los infiltrados de siempre estaban incorporados, y el 50 por ciento de los manifestantes (mitad eran policías y mitad familiares), se presume que estaban armados por aquello de la vocación por ley.
El tono típico de la reunión estaba dado por el reclamo propio, al estilo de “Justicia por los camaradas inocentes” o “Justicia por nuestros centinelas”. En rigor de verdad, les asiste el derecho al reclamo. No está claro, como nunca lo estuvo, la idea de que quien mata a un policía no recibe castigo de la justicia. No parece ser la norma. Detener al autor real ya es responsabilidad de los propios colegas que ahora reclaman.
Pero lo curioso, lo que hizo de la convocatoria un oxímoron, es que la consigna tenía como eje la defensa de Luis Chocobar, procesado por homicidio agravado. Desde el escenario, un locutor de civil sostenía que “estamos por el derecho a la vida” y acto seguido recordó “un caso emblemático”, el de Chocobar, “procesado y embargado por cumplir con su obligación”. Y entonces, el locutor argumentó: “No es como en Estados Unidos donde existe la ley de los siete pasos. Cuando un individuo con arma blanca se acerca a un policía a menos de siete pasos, lo mata. La ley lo protege y los políticos lo respaldan”.
Chocobar, claro, es víctima de su propia acción, ya que disparó sin peligro para él, a más de siete pasos, y cuando el asaltante, Pablo Kukoc, intentaba escapar del policía y ya había abandonado el botín que había robado. Como en todo, la ley de los siete pasos, utilizada en un país que legalmente reconoce la pena de muerte en 30 de los 50 estados, aplicada con la policía local, resulta una manera de resolver políticamente la pena de muerte que en términos constitucionales, legales y culturales está prohibida, no existe. No por casualidad, unos días antes de esta concentración de chocobares, la ministra de Seguridad Patricia Bullrich visitó al bonaerense procesado y embargado. Una explícita demostración de apoyo a la pena de muerte encubierta.
La marcha tuvo más escenas de confusión de extremos. Mientras reclamaban por sus víctimas y el castigo a los culpables (que se debe insistir, es lo que ocurre por demás, las cárceles son muestra de ello), carteles en defensa de las dos vidas, pañuelos celestes entremezclados con los azules del Ni Uno Menos, y hasta el rostro de Nisman como estandarte contrastaba con la aclaración del conductor del evento: “esta no es una marcha política”.
Dos escenas cierran la crónica de los chocobares. Varios vendedores de pañuelos pasaron ofreciendo azules, pero también naranjas, y hasta verdes. En esta economía, el mercado es el mercado.
La otra, fuera del mercado: un hombre pasaba vendiendo calcomanías de la Asamblea de Plaza Dorrego, en San Telmo, convocando a la olla que se realiza hoy como cada domingo para los sintecho. “Venden esto y no les dan de comer a los hijos en los paradores”, insultó una mujer de pañuelo azul. La desinformación es el ejercicio para mantener vacíos los cerebros.