Es en Buenos Aires, al promediar la década del cincuenta, cuando comienza la narrativa más conocida de Beatriz Guido, con temas y motivos aparentemente frívolos; recursos utilizados para la representación de cambios sociales. Junto a Leopoldo Torre Nilsson formó el binomio fundamental del denominado “cine de autor”, decisivo en la industria cinematográfica nacional -si podemos llamarla así-. No obstante  la escritora tuvo una vida antes, en nuestra ciudad. Aquí surgió su pasión por la literatura, sin escatimar en gastos ni medir las consecuencias.

Nació en el seno de una familia especial- padre arquitecto, inclinado a la historia del arte y vinculado a la Reforma Universitaria, madre actriz- y en una casa, la de la calle Colón, donde se auscultó la emergencia cultural de los treinta. Pasaron por ella figuras como Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas, Enzo Bordabehere, Diego Rivera, Lisandro de la Torre, David Alfaro Siqueiros, Arturo Capdevila, Gabriela Mistral, José Ortega y Gasset. Su biógrafa Cristina Mucci señala que a los cuatro años Beatriz hace su aparición en la tertulia contándole a Lugones que estaba aterrada por una historia de muertos y fantasmas acontecida en su propia casa, y fascinó a Capdevila y a Rojas con el relato de un niño encerrado en la piel de un gato. No exageraron el asombro, la niña estimulada por el medio, tenía futuro en las letras y ella supo abrirse camino.

Joven, luego de una estadía en Italia y un primer matrimonio trunco- con el ignoto hijo de banquero Julio Gottheil- edita a costas su libro Regreso a los hilos en la ciudad de Buenos Aires, al mismo tiempo que emprende su propio proyecto editorial en Rosario: la revista Confluencia. Integraban la redacción la misma Beatriz, Hugo Padeletti y Bernard Barrere, cónsul de Francia en la ciudad, agregado de negocios, diletante pero sobre todo enamorado de la escritora.

Eran tiempos de disputas entre peronistas y contreras. El Presidente Juan Domingo Perón, a inicios de su segundo mandato, comienza la lucha encarnizada con los periódicos La Prensa y La Nación, recayendo la acción al suministro del papel en los medios de todo el país. En ese contexto, cualquier emprendimiento escrito necesitaba un capitalista fuerte y  si era aséptico, mejor. Ella lo encontró en la figura del diplomático.

El flirteo con el europeo resultó exiguo, solo dos números fue la existencia de la revista.  Al tiempo Beatriz Guido desembarca en Buenos Aires  y nace la  historia harto conocida de filiación al cine y la literatura.  Gran promotora de su carrera, hasta los últimos días mantuvo  interés por el destaque cultura, al respecto Bioy Casares en sus diarios íntimos escribió: “Se ocupaba de todo, hasta de sus honras. Hay un largo aviso fúnebre en que los amigos participamos del hecho e invitamos a su entierro. Entre esos amigos hay algunos que tal vez nunca se enteren de que hicieron esa invitación: por ejemplo, Alberto Moravia y Susan Sontag. Además, entre nosotros no tomamos en enserio a la Sotang, Beatriz no era amiga de ella”.