“Tenemos orden de arriba de hacer limpieza”, le dicen a Francisco los de la camioneta de Espacio Público, mientras el camión –donde arrojarán la cama, el colchón, la mesita que le regaló una vecina, la valija, bolsas de plástico para protegerse de la lluvia– espera detrás a que se resuelva el conflicto entre la ciudad fashion que pretende mostrar el Gobierno porteño y la ciudad real con su base sin techo y hambrienta. En el único censo completo existente, realizado en 2017 por las organizaciones especializadas en la cuestión, registraron en situación de calle a 5872 personas, y según las estimaciones, a la fecha la cifra supera largamente las 7500, a las que habrá que agregar más de las 20 mil en riesgo de calle que detectara el censo del año pasado. Lo novedoso es que si el año pasado, el 20 por ciento de los censados era sin techo reciente, esa proporción ya se incrementó al menos a 30 por ciento.
Francisco no está solo: en la cama, apenas escondido del frío con cuatro frazadas, está su hijo, de 26 años y discapacidad a cuestas. Francisco tiene 78 años, está jubilado y tiene una casita en Misiones. Hace tres meses que está en la calle, desde que lo dejaron afuera del subsidio habitacional. No duerme en un parador porque no podría llevar sus objetos, la cama, la mesita que le regaló una vecina, el colchón, y dejarlos en la calle sería dejarlos a merced de otro Francisco. ¿Por qué no el parador? Porque no lo tiene asegurado.
Los paradores de la red del Gobierno son tres, el Azucena Villaflor, para mujeres, y el Bepo Ghezzi y Retiro, para hombres, a los que se suman dos centros de asistencia inmediata ante la emergencia social, el Costanera Sur y La Boca. Para dar una idea de la política social del Gobierno porteño con los sin techo, este diario publicó hace una semana una nota basada en un informe de la Auditoría General de la Ciudad, en la que se denunciaba que 140 personas permanecen en el Centro de Asistencia Familiar Costanera Sur, sin calefacción ni agua caliente. Son familias, hay niños, claro. El Costanera Sur es un dispositivo de emergencia. Ni preguntar sobre los que no lo son.
Por si fuera poco, los paradores tienen un cupo y están destinados solamente a recibir para la noche, abren de 18 a 8, entran los que entran y el resto queda afuera. Durante el día son expulsivos. La empatía es una definición de un diccionario ajeno.
Y los que quedan fuera, quedan literal y metafóricamente afuera de todo. En la calle. Y los que están dentro y consiguieron cama, lo lograron por una noche, porque no se reserva, cada tarde hay que hacer la fila y empezar de nuevo. Es decir, el parador es una cama inestable. Y la fila cada vez es más extensa, cada vez compiten más porque se suman los nuevos en oleadas.
Soledad tiene 30 años, una mirada vivaz, dos hijitos inquietos, de 5 y 4, y una chiquita hermosa, de apenas 2 y que heredó los ojos de la madre, que camina hacia sus hermanos y vuelve hacia su mami sin parar. Los tres están escolarizados. Sus cosas, lo que puede reunir de sus objetos más necesarios, están guardadas en lo de una amiga que por ahora paga un cuarto en un hotel. No puede andar por la calle con todo y en el parador del Gobierno, el Azucena Villaflor, no le permiten dejar nada. Ella reclama el subsidio habitacional, pero el trámite se lo estiran los del BAP, siglas paradójicas si se entiende que significa Buenos Aires Presente. Son 4 mil pesos que le darán, cuando se lo den si es que eso ocurre en algún futuro, aunque las habitaciones en un hotel ahora andan por los 8 mil, el doble como mínimo. Sole aclara porque siente la necesidad de hacerlo, que hizo un curso de hotelería y turismo, donde le dieron nociones básicas de inglés, y que en la escuela donde estudió le enseñaban francés. Y está en la calle, y como está en la calle quién le va a dar trabajo.
Joao –nombre ficticio porque pidió no ser mencionado– es brasileño, tiene 26, viste moderno, camisa a cuadros, sacón, pantalones al tono, muy prolijo, se muestra culto, curioso. “En Buenos Aires –dice Joao–, el Gobierno no quiere rescatar a la gente de la calle, no le importan nada. Hace pero le da lo mismo si se muere delante suyo.” La lectura de Joao no es casual ni metafórica.
Es literal. El lunes 30 de julio, Walter García, de 33 años, que vivía en la calle, cartoneaba y llevaba cinco meses enfermo y sin atención, murió envuelto en el frío helado, en Pavón y Entre Ríos, justo en la vereda de enfrente del Buenos Aires que se supone Presente. Murió entre las tres y cuatro de la tarde, y el SAME y la policía llegaron pasadas las siete. Levantaron el cuerpo y se lo llevaron a la morgue. El Gobierno lo negó, pero Walter estaba muerto en sus narices.
Joao hace pocos meses que está en la calle. Desde que llegó a la CABA. Quiere estudiar nutricionismo. Pero primero debe resolver su situación económica. Se fue de la casa de sus padres, en San Salvador de Bahía, viajó a Londres donde intentó afincarse pero no pudo, donde aprendió inglés para sobrevivir en la calle. Ya estuvo en Buenos Aires y ahora regresa. Como Soledad, no carga con sus cosas durante el día, las deja en una iglesia evangelista donde también puede darse un baño, todo a cambio de trabajo de albañilería. Cuando pinta trabajo. A veces se baña en un gimnasio que está a la vuelta. Su estrategia es filosofía práctica: “En la calle aprendí que en lugar de esperar dinero que no va a llegar, yo tengo lo que quieren, trabajo, y ellos tienen lo que yo quiero, baño y lugar para dejar mis cosas. Entonces, no busco que me paguen, es un intercambio”. Trueque por la supervivencia, que le decían en 2001. Duerme en un parador pero no quiere hacer la fila, llega tarde, a las diez, once de la noche, porque no quiere asociarse al paraderismo: si hay cama, entra y si no, se cobija en un rincón de la calle, donde pueda.
Karina es trans, con orgullo trans, pasó las torturas y bajezas de la dictadura, tiene marcas en el cuerpo de su paso por las cárceles, vivió en la calle tres años y ocho meses y salió, dice, hace cuatro meses, desde que ingresó a Frida, un espacio receptivo para mujeres sin discriminación y en situacion de calle (ver aparte). Karina es militante de Notan Distintas y aporta su esfuerzo en Frida. Pero no sale de lo que la ley 3706 considera como en riesgo de calle. Es decir, todas aquellas personas que pueden en lo inmediato o mediato perder su condición de habitación cubierta y caer en las veredas porteñas. Y en la calle es someterse a peligros ciertos. El frío, la lluvia, la falta de cobertura sanitaria, el maltrato de las autoridades civiles y policiales, la desconsideración de los vecinos cuando los vecinos solo ven su ombligo. “A mi me robaron y me partieron la mandíbula a golpes”, describe Karina. Le robaron la mochila donde tenía todo, “porque ¿dónde vas a guardar tus papeles, en el cajón del escritorio?¿qué escritorio?”.
“Nosotras, como trans, sufrimos un extra maltrato –describe Karina–. Yo no quiero hacer la prostitución. Andaba deambulando. Entre las trans deambulamos mucho porque nos echan de todos lados. Yo juntaba cartones para cubrirme y me ubicaba en un banelco o en un lugar guarecido. Los hombres hacen su ranchada y no podés entrar, ellos tienen una o dos mujeres que ya conocen y no entran más. Y reunirnos con las mujeres tampoco nos dejan”.
“Por ejemplo, en el Azucena Villaflor –explica el aislamiento Marcela Tobaldi, presidenta de la asociación civil La Rosa Naranja, del colectivo trans, travesti y transgénero–, las mujeres trans que son admitidas también son discriminadas, las hacen dormir en colchones en el comedor aunque hay camas, porque las mujeres no las quieren en sus cuartos.”
“Eso si tienen la identidad de género asentada en el DNI, porque si no te mandan con los varones –agrega Karina–. Lo hacen a propósito y es maltrato. Te aislás más. Escuchás las risotadas, los chistes, las burlas”.
La invisibilización de las personas trans en la calle es mayor aún que el resto de los sin techo porque al ser rechazadas, deambulan, están fuera de ranchadas y circuitos, y es más difícil localizarlas. El censo de las organizaciones de 2017, registró 17 personas trans. Pero Marcela asegura que hay muchas más. Muchas forman parte de ese nivel de personas que están en la calle aunque legalmente tengan lugar de pertenencia. Pasa que ese lugar de pertenencia las rechaza, ya sea porque eligieron alejarse de la familia, ya sea porque la familia las expulsó.
Entre las que forman parte de la línea de riesgo de calle, un sector importante lo conforman quienes viven en hoteles, alquilando habitaciones que únicamente pueden pagar con el subsidio habitacional que tanto cuesta obtener y que el BAP recorta desde el año pasado. En la jerga los conocen como hotelados. Un grupo representativo de ese sector es la Asamblea de Hoteladxs. Dora Mendoza participa allí. Está albergada en un hotel. El 25 de noviembre de 2013, una hija de Dora, de 16 años, murió durante un incendio en el San Antonio, en Flores. Cuatro años después, el BAP “me sacó del programa de subsidio habitacional –denuncia Dora–. Le debo tres meses al dueño del hotel. A mis 52 años no consigo trabajo. Tengo hijos de 12 a 27 años. Me tienen que volver al programa, tengo que tener lugar para que duerman mis hijos y yo”.
Hace un año, Sol Cialdella y Leonardo Rendo, de la agencia ANCCOM, entrevistaron a Daniel, que trabaja de mozo pero que sus ingresos no le alcanzaban para pagar un cuarto, que en un hotel sin otra cosa que la cama supera los 8 mil pesos, y en una villa no baja de 10 mil. Vivía en la calle, se había protegido debajo del techo de un kiosco de diarios cerrado en la vereda del hospital Vélez Sarsfield, en Monte Castro. Cuando llegó Macri todo empeoró. Sus hijos ya mayores trabajan y se independizaron pero él cuando quedó en la calle a principios de 2017, les decía que alquilaba porque le daba vergüenza. Daniel era contactado por la asociación civil AcciónPSC (Acción por Personas en Situación de Calle) una ong vecinal que trabaja en Monte Castro (ver aparte). “Este año, Daniel por suerte consiguió lugar con el subsidio habitacional”, explican Cecilia y Jonatan de AcciónPSC. Pero Daniel sigue dentro de los límites de riesgo. Depende de un subsidio que el Gobierno porteño está recortando.
Como definió Karina con una imagen sumamente práctica y fácil de entender, “lo que separa a cualquier persona de caer en situación de calle es un cheque; dejás de cobrar el sueldo y caíste”. Hoy, el gobierno de Cambiemos da pasos acelerados en ese sentido.