Ricardo Garabito (Trenque Lauquen, 1930) no está corrido por el vértigo de los tiempos que vuelan. Realizó su primera exposición en 1963 y 55 años después, a sus casi 88 años, acaba de inaugurar su 13ª muestra individual. Si pensamos que hay artistas jóvenes que, consustanciados con el vértigo, han exhibido –entre muestras personales, colectivas y grupales, en lugares establecidos o alternativos– trece veces en un año, lo de Garabito es casi un record.
La primera reseña de una exposición de Garabito aparecida en este diario fue “Un secreto compartido”, publicada por quien firma estas líneas hace casi exactamente veinte años, el 1º de septiembre de 1998, en el suplemento Radar, con motivo de su muestra presentada en el Centro Cultural Recoleta, con curaduría de Samuel Paz.
La exhibición individual anterior del artista había tenido lugar catorce años antes, cuando este diario aún no existía. En aquella nota del 98, explicaba la condición de “artista secreto” de Garabito, y agregaba, sobre su obra de esos años, que “la serie de retratos establece un recorrido que va desde la normativa del género hasta la anomalía obsesiva. Todos los personajes se destacan ante un telón notoriamente artificioso que toma la forma de paisaje, pared o cuadro, de manera que la autorreferencia introduce cierta asfixia. Las esculturas de cartón y papel pintado aparecen como divertimento complementario para subrayar el costado retorcido de las historias que se intuyen en los cuadros. Mientras que lo mejor y más intrigante resulta el grupo de naturalezas muertas, donde se rompe la ilusión de relato y todo el misterio se construye con la luz y el color”.
En la muestra que se exhibe en estos días bajo el título “La simple complejidad de la pintura”, con curaduría de Gabriela Vicente Irrazábal, se presentan una setenta pinturas –realizadas en un arco temporal que va desde los años sesenta hasta la actualidad– y un conjunto de dibujos.
“El placer de mi vida es pintar. La responsabilidad de mi vida. Si un día no doy una pincelada siento que estoy de más en el mundo”, afirma el artista en uno de los textos citados en las paredes de la sala de exposición.
La primera exhibición de Garabito fue en la porteña galería Rubbers, en el año 1963 y desde entonces su obra forma parte de las colecciones del Museo Nacional de Bellas Artes, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, The Jack S. Blanton Museum of Art - The University of Texas at Austin, el Banco de la República de Colombia, y en las colecciones del J.P. Morgan y Rockefeller, entre otras instituciones públicas y privadas, locales e internacionales. En el año 2007, en consonancia con la muestra del artista en el Museo Nacional de Bellas Artes, la editorial El Ateneo publicó un casi cuatrocientas páginas, en gran formato y con textos de Marcelo Pacheco y Victoria Noorthoorn.
En el recorrido de sus pinturas puede decirse que el Garabito de las primeras épocas es de raíz popular, sus personajes y situaciones son los del entorno barrial. Allí exhibe un realismo expresivo donde cada pieza funciona como un decorado en el que el pintor coloca a sus personajes. Los contextos de sus figuras oscilan entre lo verosímil y lo artificioso.
“Yo trataba de captar lo popular más que lo ingenuo –explica el artista en la entrevista realizada por Noorthoorn y publicada en el libro de 2007–. Y, al mismo tiempo, estudiaba a los maestros que me interesaban en ese momento, cuyo trazo tenía que ver con el dibujo tosco o la pose dura de la pintura románica que me acercaba a Rouault, por ejemplo…. Estudiaba el uso del color en las miniaturas indias del Himalaya pero también el manejo de fondos planos del Giotto de la primer época, que se relacionaba tanto con el arte popular y el arte ingenuo de Orneore Metelli o Dominique Peyronnet…. Me interesaba ese estadio previo a la búsqueda de la tercera dimensión, donde la pintura es plana como la propia superficie. De los italianos, miraba a Morandi, Tosi y Carrá; de este último especialmente la forma de envolver los volúmenes.… En realidad, fueron mil cosas las que me han influido; siempre me dediqué a mirar, mirar y mirar, y trataba de sacar partido de todo. De la Pietá D’Avignon, de Vermeer, de Georges de La Tour.... También me interesó mucho la línea del dibujo japonés y de las ilustraciones chinas, que influyó en etapas posteriores, como en mis dibujos de los ochentas…. Pero al principio miraba hacia el ámbito del románico, las miniaturas y el Giotto, ese arte que no es ingenuo sino sintético, que me interesaba y me sigue interesando, al punto que Augusto Schiavoni me emociona como entonces”.
Al recorrer la exposición el visitante percibe que la mirada del artista ejercita la cercanía y la distancia, incluso el punto equidistante, como para sugerir una ambigüedad que va de la compasión al rechazo. El paso siguiente es un realismo de sesgo crítico que pone en evidencia transformaciones sociales del tiempo que le toca; incluye la ironía que implica otro tipo de distancia, en la que se sugiere más de lo que muestra. En la obra de Garabito, cada cambio supone no sólo una variación en la actitud, sino un sistema de procedimientos y de utilización de los materiales: en la aplicación e intensidad del color, el tratamiento de las formas, la modulación de las figuras, la cantidad de pigmento, la naturaleza del soporte y así siguiendo. Pero siempre sus figuras humanas resultan reveladores del lugar social que ocupan.
En relación con la supuesta ingenuidad de su primera etapa, el artista explica, en una entrevista que Lucrecia Palacios Hidalgo realizó para Radar hace siete años, que “uno no puede hacerse el ingenuo. Se es o no. En ese momento, la galería El Taller mostraba ingenuos-ingenuos. Ana Sokol, que era una peluquera; José Torre Zapico, Valerio Ledesma, que era mozo. Iba mucho allí y me deslumbraba. Me gustaba la fuerza y la autenticidad de esas obras. No había trampa. Los ingenuos pintan lo que creen que es realismo. Tienen torpezas, pero son expresivas y humanas. ¡Se equivocan tan bien! Es la perfección del error”.
En las década de los ochenta, noventa y dos mil su pintura gana aún más teatralidad e ironía, actitudes que pueden verse en escenarios que las reafirman. Sus naturalezas muertas resultan un capítulo donde se expanden los sentidos y evocan objetos que pueden verse cargados tanto de ironía como de fuerza metafísica. Los dibujos, de extrema delicadeza, constituyen un capítulo aparte y así se los exhibe.
* En el Espacio de Arte de la Fundación OSDE, Suipacha 658, 1º piso, de lunes a sábado, de 12 a 20 (domingos y feriados, cerrado), con entrada libre y gratuita. Sigue hasta el 13 de octubre.