Se fue sin encontrar a Clara Anahí. No pudo cumplir el sueño que soñó cada segundo de sus últimos 42 años. Pero deja un vendaval de enseñanzas, un manual de coherencia y tenacidad que la transformaron en uno de los principales íconos de la lucha por la Memoria, Verdad y Justicia. Chicha Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, falleció el lunes a los 94 años. Días atrás nos había recibido en su casa y la palabra “esperanza” fue la más repetida durante la conversación. “Nunca hay que bajar los brazos”, sentenció, con un optimismo a prueba de balas, desilusiones, achaques físicos y mentales.
Durante el diálogo, Chicha habló claro, pausado y pedía perdón cuando la memoria le ponía obstáculos al relato. Se acercaba la fecha de un nuevo cumpleaños de Clara Anahí (fue el pasado 12 de agosto) y se imponía la pregunta sobre las sensaciones que la atravesaban: “A veces siento un gran desaliento, porque siempre pienso: ¿y si hubiera hecho esto? ¿Y si fallé no haciendo lo otro? ¿Pude haber hecho más? Una siempre quiere hacer más. Sale a la mente, al corazón, lo que no se pudo hacer. Son épocas muy difíciles, a esta altura cuando vos sabés que no podés hacer tanto como antes. Pero igual se puede hacer, así que lucho desde aquí. La esperanza nunca la hemos perdido. La esperanza siempre está”.
Clara Anahí Mariani Teruggi tenía tres meses cuando fue secuestrada y desaparecida, el 24 de noviembre de 1976, durante un operativo que supervisó personalmente Miguel Angel Etchecolatz, por entonces director de Investigaciones de la Policía Bonaerense.
Ese día, un descomunal despliegue de fuerzas militares y policiales irrumpió en la casa de Diana Teruggi y Daniel Mariani, en las calle 30 entre 55 y 56 de La Plata. Allí también funcionaba una imprenta clandestina del periódico Evita Montonera. Fueron asesinados Diana y otros cuatro militantes. Diana fue acribillada por la espalda y cayó cubriendo con su cuerpo a su pequeña hija Clara Anahí. La casa es hoy un Sitio de Memoria y aún conserva las huellas de la ferocidad represiva.
María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani comenzó ese día la eterna búsqueda de su nieta. Fue una de las fundadoras y segunda presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. En 1989 se fue de la organización y creó la Asociación Clara Anahí.
–¿Cómo hizo para no bajar los brazos después de tantos años sin respuestas?
–Las heridas que se ocasionaron, los sufrimientos, a veces las alegrías también, te van formando una personalidad muy especial. Mirá, a veces escondo la cabeza debajo de la almohada y lloro ahí. Pero todo lo que despierta la búsqueda, la sensación de injusticia de lo que una ha tenido que sufrir, te da unas alas que ninguna otra cosa te puede dar. Es como un motor que se lleva junto con todo lo que una perdió. Lo que te da el amor, el amor que sale de lo más profundo. La fuerza que tenés es el amor por los nuestros y los ajenos.
–¿Qué aprendizajes o enseñanzas de vida le gustaría transmitir?
–Que nunca hay que bajar los brazos. Y estar siempre alerta, jamás permitir que se viole un derecho humano porque detrás vienen otros. Educar a los chicos, hacerlos partícipes de los problemas. No dejar que la inercia o el cansancio o la decepción nos abarque. Y no parar nunca, esa ha sido una premisa en mi vida. Siempre se aprende, no hay que cerrar nunca ningún camino, hay que hacer todo lo que se pueda, hasta el final.
Cada tanto a Chicha se le escapaba un ¿dónde está Clara Anahí?, la pregunta omnipresente en sus días y sus noches. “En cada segundo”, aclaraba. Y reafirmaba la ilusión que nunca la abandonó: “Yo siempre pienso que la voy a encontrar, la busco tanto y de tantas maneras que tengo la esperanza… Sí, yo pienso que la voy a encontrar”.
Algún día Clara Anahí va a aparecer. Y desde algún lado se asomará la sonrisa de esta enorme mujer que hizo de la esperanza una bandera y que, días antes de emprender su último viaje, nos regaló como despedida aquella frase de Martin Luther King que aferró como lema de vida: “Aunque el mundo se termine mañana, yo plantaré mi manzano”.