Hace veintidós años, el cineasta Pablo César filmó en la India Unicornio (el jardín de las frutas) y, desde entonces, realizó coproducciones con diversos países alejados de tierras rioplatenses como Malí, Angola, Etiopía, Namibia y Marruecos. Hace diez años, el entonces embajador de la India en la Argentina, Rengaraj Viswanathan, le dijo a César en la sede de la embajada: “Pablo, usted, que le gusta la India y que ha filmado en India, ¿no ha pensado en hacer una película que cuente la historia de dos artistas de los dos países que se encontraron en 1924?”. César le preguntó de quiénes hablaba. La respuesta no lo sorprendió tanto: la escritora argentina Victoria Ocampo y el poeta bengalí Rabindranath Tagore. “Yo había conocido un poco esa historia muy por afuera y tenía amplio conocimiento sobre la literatura de Tagore. Había sido un apasionado de las traducciones que él había hecho de poetas sufís”, cuenta César a PáginaI12. Desde ese momento, comenzó a investigar y lo convocó a Jerónimo Toubes para escribir el guion de Pensando en él, el film que se estrena mañana en la cartelera porteña y que marca la relación que tuvieron Ocampo y Tagore, en un encuentro que tuvo mucho de azaroso. “Empezamos a ver especialistas y a ver todo lo que podía ser posible para contar esa historia porque no podíamos hacer un guion que fantaseara ya que no era mi idea. Yo si voy a hacer una película, me baso en los hechos que permitan decir: ‘Esto sucedió’”, explica César.
Y en el film del cineasta de Fuego gris dos historias se entrecruzan a través del tiempo. En el presente Félix (Héctor Bordoni), profesor pesimista e indolente se topa con un libro que lo deslumbra, mientras da clases de geografía en un centro de detención de menores. En el pasado, Rabindranath Tagore (Víctor Banerjee), poeta bengalí autor del libro que ha llegado hasta Félix, recala en la Argentina y es hospedado por Victoria Ocampo (Eleonora Wexler), con quien vive un breve e inocente romance. Mientras Félix se obsesiona más y más con la historia del poeta y la escritora, él mismo va acercándose a las nociones espirituales sobre las cuales Tagore funda una revolucionaria escuela en la India. A partir de las lecturas de los libros de Tagore y de Ocampo, esta ficción recorre los sucesos que acercan y alejan a estas grandes personalidades de la cultura universal que se debaten entre el cariño y el extrañamiento. Félix se propone viajar a la India y experimentar en carne propia el método de enseñanza que Tagore soñó para toda la humanidad. Paralelamente, la historia de amor platónico entre el maestro bengalí y la joven argentina llega a un punto de definición: tras el encuentro en Buenos Aires vuelven a juntarse años más tarde en París.
–¿La película es una combinación entre una historia espiritual y una historia de amor?
–Sí. Hoy decir “espiritual” es anti-comercial, pero tengo que decir que sí. No soy una persona de creencias, pero sí espiritual. El arte es espiritual. Desde ese lugar, considero que la película intenta una reflexión acerca de lo que es la educación, el amor y otros aspectos del amor. Como el que tenía por los estudiantes, por la enseñanza. Era construir de cada ser un árbol; de una flor, un árbol.
–Señaló el tema de la educación y, en ese sentido, la pregunta es si la película intenta dar un mensaje sobre lo innecesario de la materialidad y de la competencia en el ámbito educativo.
–Yo creo que es fundamental. Piense que Tagore fundó una escuela donde no existían ni el 1 ni el 10. El 10 no era el brillante ni el 1 el bruto. Había que hacer un trabajo como un corolario de lo que él les enseñaba: “Si yo le enseño esto, ¿usted qué entendió?”. Y ese era el resultado porque justamente el resultado lo estaba dando el alumno de lo que había entendido sobre lo dicho por el profesor. Al día de hoy, en Santiniketan siguen saliendo a dar clases tanto a niños como a estudiantes universitarios debajo de los árboles, pero no porque no tengan aulas sino porque Tagore hablaba de no perder el contacto con la naturaleza y que somos parte de ella. Y eso va en contra de todas esas ideas consumistas en este mundo híper materialista y tecnocrático en el que estamos viviendo.
–La película también propone un viaje físico y otro espiritual, ¿no? El físico es el de Tagore y el otro es el de Félix.
–Efectivamente es así porque el gran artista llegó a la Argentina pero, en realidad, iba a Perú. Cuando llegó, estaba muy enfermo. Algunos dicen que había algunos temas políticos con Perú por lo que él prefirió quedarse acá. La cuestión es que Victoria Ocampo, enterada de su presencia en Buenos Aires corrió al Hotel Plaza a encontrarlo. Y ahí fue cuando lo vio, que estaba medio debilitado, y ella corrió en busca de una prima, que primero le prestó y luego le alquiló la casa donde él estuvo parando.
–¿Por qué para ella Tagore era un maestro? ¿Cuánto modificó él la vida de ella?
–La había modificado diez años antes de ese encuentro con la obra Gitanjali, que son canciones de ofrenda. Para mí, es como la esencia de la poesía sufí, que consiste en enseñar a soltar. Parte del amor es aprender a soltar. Es tan difícil eso. ¿Vio que las canciones de amor dicen “Atame”? No, es “suéltame, porque te tendré más tiempo”. Y ella leyó eso y la emocionó.
–¿Fue dificultoso entrelazar las dos historias en un mismo relato cinematográfico?
–Sí, eso fue una osadía, un trabajo y sobre todo un desafío para Jerónimo que fue el que lo pensó. Y mi trabajo complicado fue cómo entrelazarlas estéticamente porque una era en color y la otra en blanco y negro. Entonces, no había que provocar un choque, aunque en alguna escena sí se necesitaba provocar el choque. Al principio, tenía que ir siendo algo suave porque el ojo se acostumbra a ver en una pantalla en blanco y negro y después lo cambia a color. Por ahí, hoy la gente está más acostumbrada porque en los videoclips, a veces, se mezclan color y blanco y negro muy rápido, pero eso es un efecto. Entonces, hubo que buscar la manera de unirlos. Yo la encontré desde el plano secuencia: son sesenta y siete escenas, esa cantidad de planos que tiene la película. Y lo interesante era la evolución de las dos historias: la de amor “platónico” entre Victoria y Tagore y el descubrimiento interior que hace Félix, un hombre que vive en una forma de educación muy antigua, muy de maestro ciruela y que tiene que encontrarse con otras formas de enseñar y de aprender. De aprender a soltar.
–¿Cómo fue la elección del actor indio, Víctor Banerjee?
–Víctor es un actor de gran trayectoria. Ha trabajado en Bollywood y en Hollywood. Fue el protagonista de Pasaje a la India, también trabajó con Roman Polanski. Trabajó sobre todo en un Bollywood un poco más dosificado de canciones, porque cada película tiene hasta veinte canciones con danzas. A Víctor lo conocí por sugerencia del coproductor indio, Suraj Kumar. Hicimos dos viajes para conocer actores. El primero le pidió a Kumar 800 mil dólares. Es que los actores ganan fortunas en India. Yo no estaba tan conforme con ese primer actor porque además no era bengalí. Este actor sí es del estado de West Bengal y fue más económico. Hablaba bien el bengoli, aunque hay pocas escenas en la película en que se habla este idioma y era un experto en Tagore y un amante de la literatura argentina. Es amante de Sabato, de Borges, y me mostró sus libros cuando lo fui a conocer.