Sobre el goce femenino destaco tres ejes: 1)Sobre la distinción que hay entre el goce femenino y el goce superyoico. Son dos campos de silencio que tienden a mezclarse en las defensas neuróticas, transformando especialmente las experiencias amorosas en grandes tormentos. Dos campos que la experiencia analítica tiende a separar, señalando claramente la distinción entre los impulsos que toman una dirección vivificante y aquellos que se inclinan a la mortificación, en las sensaciones silenciosas experimentadas en mi cuerpo. Lo que me permite formular que el goce del superyó es una satisfacción mortificante de degradarse como mujer, mientras que el goce femenino es una satisfacción vivificante, fluida y etérea, de gozar como mujer.
Me di cuenta inmediatamente después del fin del análisis que la ferocidad del superyó había cedido lugar a un goce sexual consentido conmigo misma. La palabra consentido no es muy apropiada, pues desapareció el tabú relacionado a la barrera neurótica al sexo, así la satisfacción sexual cobró legitimidad en mi existencia humana. El temor que siempre me acompañaba en mi neurosis ‑¿qué va a pensar todo el mundo de mí?, ¿qué va (mi partenaire) a pensar de mí?‑ desapareció. Temor que proyectaba en el otro como figura superyoica de juez, de aquél que podría sentenciarme con una injuria terrible. Este temor desapareció porque el fin de análisis sacó del silencio la injuria superyoica devastadora.
2)De La relación del goce femenino com lo "real del padre".
Solo después de terminado mi análisis, constaté muy claramente que un hombre me conectaba con mi goce femenino siempre que algo en este hombre despertase en mi fantasías amorosas sexuales que mantengan en su centro un rasgo del padre. Constaté que permanecía en mi subjetividad un rasgo del padre que conviene ser formulado teóricamente como "real del padre$. No me refiero al padre imaginario, ni al padre simbólico, sino a lo real del padre que sobrevive bajo el modo de un rasgo sexual perverso del padre, presente en mi estructura subjetiva. Esto significa que constaté que el partenaire que me hacía sentir especial como mujer, no especial para todos los hombres sino para él especialmente, funcionaba como "al menos Uno". Aunque fundamentalmente el partenaire solo adquiría esta función cuando él se inscribía en mi subjetividad sobre una base de goce de lo real del padre. Así un hombre adquiere la función de conector para mi goce femenino haciéndome sentir Otra, siempre que se inscriba en mi subjetividad sobre la base del goce de lo real del padre.
Aceptar lo femenino, dejarme llevar por lo femenino, resulta de la ruptura de la ferocidad del superyó que hizo desaparecer la angustia, el temor y la oscuridad frente a la emergencia del goce femenino. Comencé entonces a confiar en este "sí misma" en esos impulsos de goce extraños, innombrables, incontrolables, indomesticables. Lo que implicó dejarme capturar por mi cuerpo, mejor dicho, capturada por los impulsos de goce que emergen en mi cuerpo, sin saber nunca de antemano lo que ese cuerpo querrá o lo que seguirá queriendo. Se trataba de una aceptación de la inoperancia del pensamiento, que no tiene cualquier poder de comando sobre este goce. Por tanto, se trataba de dejarme sentir Otras en mí misma, en la pareja amorosa‑sexual.
3)De los efectos producidos en mi estructura después del rechazo de lo "real del padre". Luego de pasados aproximadamente diez años después del fin de mi análisis, sucedió el fin de una relación amorosa con un partenaire que encajaba muy bien en esta base perversa del "real del padre", lo que resultó en una suerte de luto con la propiedad de producir un rechazo radical al rasgo perverso del padre. Este luto desmontó en mi subjetividad la base de goce que sostenía mis elecciones amorosas. Así, me quedé imposibilitada de establecer cualquier tipo de pareja amorosa‑sexual.
Me ocupo en este libro de formular cómo una contingencia despertó una solución espontánea para esa imposibilidad de constituir pareja, así como promover efectos absolutamente inesperados en mi estructura subjetiva.
*Lêda Guimarães es psicoanalista y ejerce en Rio de Janeiro y dicta Cursos en la Escuela Brasilera de Psicoanálisis.