El mismo día que terminó el colegio secundario, a Lorenzo “Toto” Ferro le confirmaron que iba a convertirse en el asesino serial más conocido de la historia argentina. Después de siete castings, que se habían hecho cada vez más exhaustivos, recibió el llamado: el director de cine Luis Ortega le dijo que lo habían elegido para protagonizar El Ángel, la película inspirada en la vida de Carlos Robledo Puch. Hasta ese momento, su única experiencia frente a las cámaras había sido la de conducir un noticiero televisivo en la escuela. Al día siguiente tendría que empezar a descifrar un personaje en cuya génesis estaba ese “Ángel negro” que, apenas con 20 años, fue condenado a cadena perpetua por once homicidios calificados, un homicidio simple, diecisiete robos y la complicidad en una violación. Pero además, iba a tener que encontrar la manera de mostrar, detrás de toda la violencia desatada por Puch, la inocencia y la espontaneidad que escondía su juventud.
“Al casting llegué con la ‘idea Wikipedia’ de Robledo. Me atraía la historia porque es una en un millón, de ésas que rompen con los cristales de la sociedad. Lo de ser actor nunca lo había pensado, pero había algo en mi inconsciente que me decía que podía serlo. Llegué casi sin expectativas, y eso fue lo que funcionó”, dice hoy Toto, que empezó a vislumbrar el mundo del cine y la televisión a través de su padre, el actor Rafael Ferro, quien le implantó la idea de participar en el casting. “Cuando empecé a filmar, le mostré un par de veces los guiones pero nada más. No me dio consejos ni nada de eso. Me contaba sus experiencias para que no cometiera sus errores. Pero siempre me dejó armarme la jugada.”
Le salió mejor de lo que esperaba: su primer trabajo se convirtió en un éxito masivo e impensado. A menos de dos semanas de su estreno, El Ángel lleva vendidas más de 743 mil entradas y se ubicó como el quinto mejor arranque en la historia del cine nacional. Y la Ciudad de Buenos Aires está empapelada con su rostro. Saliendo de un auto esposado, imitando la icónica detención de Robledo Puch, su sonrisa deambula entre el juego y la perversión, y desnuda la desfachatez con la que Ferro le puso el cuerpo a un personaje que a lo largo de la película se despega de a poco del asesino serial para convertirse en Carlitos, un pibe cuya única intención es sacarle hasta la última gota de intensidad a la vida, y que va comprendiendo que para eso necesita robar y matar.
“Yo trataba de parecerme a Puch, me había leído toda la biografía, pero no funcionaba”, recuerda Toto sobre el comienzo de este personaje que todavía no se le termina de despegar de la mirada, mientras hace chispas con un encendedor, recostado sobre el sillón de un lujoso hotel de Retiro. “Me costó aceptar la idea de que Carlitos era más parecido a Toto que a Carlos Robledo Puch. Por la frescura, la inocencia, la juventud, el ser un turro. Ahí estaba lo que tenía que aparecer.”
Todo eso que Ferro tenía entre sus credenciales no lo traía del cine sino del freestyle. En 2015 empezó a rapear en algunos torneos y al poco tiempo fue ganando cierta fama. “Vi una competencia de cuarenta personas y me dieron muchas ganas de pararme ahí adelante. Al principio era malísimo. Rapeaba en los círculos de afuera hasta que empecé a ganar más vocabulario, más seguridad. El único entrenamiento era rapear en todos lados”, relata. Circula en Youtube un video suyo con casi 200 mil reproducciones donde rapea desenfrenado en plazas y parques con los highlights de sus versos, que van desde imágenes de películas enquistadas en la cultura popular hasta la marihuana, las tortas de Maru Botana, Pablo Escobar, Breaking Bad, Fito Páez “picándose” y Osama Bin Laden. “Ahora dejé porque siento que ya no hay hambre, no hay sangre, es más para ir a tomar una birra que para rapear. Y no me atrae desde ese lugar. Empecé a entrenar actuando todo el día.”
Rodeado de actores consagrados como Daniel Fanego, Cecilia Roth y Mercedes Morán, Ferro encontró el último toque para dar con un Carlitos desafiante y entrañable, un asesino mágico que solo tiene ansias de sentirse vivo. Y en ese carril que transita la película, alejada de la biopic y también de todo juicio moral sobre los actos de sus personajes, encontró los elementos para llevarse por delante, siendo un perfecto desconocido, una película hecha de estrellas. “Por un lado el clima de amabilidad y diversión que generó Luis me facilitó soltarme. Y después me ayudaron mucho Peter Lanzani y el Chino Darín, para salir de la seriedad y abrir lugar para el juego. Ahí me empecé a cagar de risa, a bailar, a decir lo que se me cantaba el orto. Cuando los demás pasaron a ser compinches además de maestros, fue cuando las cosas empezaron a salir bien.”