Suponga que usted es aficionado al cine y le gusta presumir de su falta de prejuicios a la hora de elegir qué película irá a ver cada semana. Póngale que se considera capaz de disfrutar del drama más lacrimógeno como de las atroces salvajadas que imaginan los productores más sádicos del cine gore. Incluso si usted es todo eso, no sería raro que al ver el afiche del estreno de Invasión zombie lo primero que se le viniera a la cabeza, no sin fastidio, fuera la frase “otra vez están cayendo zombies de punta”, descartándola de plano como una opción valiosa. Y razones no le faltarían, porque el cine de terror suele abusar bastante del zombie (aunque no tanto como del diablo, el demonio y sus legiones de posesos; vea sino La reencarnación, otro de los estrenos de la semana). Si así se diera la cosa y por prejuicio decidiera dejar pasar la oportunidad de pagar una entrada para ver esta película surcoreana con un nombre tan malo, usted estaría cometiendo un grave error.
Lo primero que debe recordarse es que, desde el cambio de siglo, el cine surcoreano se ha convertido en uno de los más atractivos, prolíficos e imaginativos del mundo. A diferencia por ejemplo del cine argentino, que también es bueno y prolífico pero en un sentido muy distinto, el cine coreano contemporáneo se ha construido a sí mismo frente al espejo de Hollywood, sin perder de vista el sistema de géneros del cine clásico estadounidense. Desde ese lugar, toda una generación de artistas se ha dedicado a releer el cine de género y a filmarlo con una convicción, un entusiasmo y, sobre todo, un ingenio que es muy difícil de encontrar en los artistas estadounidenses, para quienes salirse de los moldes y las fórmulas resulta hoy en día muy dificultoso, tal vez por una cuestión de distancias y perspectivas.
En la inteligencia de esa relectura se encuentra el secreto del cine surcoreano y en particular de esta Invasión zombie, cuyo título original, Tren a Busán, carece por completo del componente berreta que le han endosado al elegido para su estreno local, que olvida por completo un detalle central del relato: el tren. Si algo tiene de distintivo Invasión zombie es que la acción transcurre casi completamente sobre una formación ferroviaria de alta velocidad que viaja desde la capital de Corea, Seúl, a la ciudad de Busán. Un detalle no menor no sólo desde lo narrativo sino sobre todo desde lo técnico, terreno en el que su director Yeon Sang-ho se luce, resolviendo con enorme destreza kinética las dificultades de desplazar su cámara dentro de los reducidos espacios de un vagón de tren y al mismo tiempo coreografiar complejas escenas de acción. En ese encierro algo claustrofóbico es posible percibir una influencia que se ha vuelto recurrente en los mejores exponentes del cine de terror del siglo XXI: John Carpenter.
Nada de eso sería demasiado positivo si no estuviera potenciado por una mirada profundamente humana que se proyecta en el perfil de sus personajes y en el arco dramático que deben recorrer para ir de un extremo al otro del relato. Que comienza con el workahólico gerente financiero de una corporación subiendo a disgusto al tren junto con su hijita que cumple años y quiere ir a visitar a su madre que vive en Busán. Justo antes de que el tren parta, también sube a él una joven que acaba de huir de un extraño brote que se ha extendido con violencia por la estación de Seúl y que enseguida se expandirá por la ciudad, el país y, claro, dentro del tren. Todo esto se vincula con la película anterior de Yeon, Seoul Station, film animado (como toda su filmografía previa) en el que una epidemia similar comienza entre los indigentes que viven en torno de la estación central de la capital.
A través de los personajes, Yeon se permite esbozar una crítica sobre el individualismo y su rol dentro de una sociedad capitalista como la coreana, que también se construyó a imagen y semejanza de los Estados Unidos. Ahí también es posible afirmar que Invasión zombie es un film carpenteriano, en el que su protagonista recién puede liberarse de su rol de engranaje dentro de un sistema regido por los valores del sálvese-quien-pueda, cuando las circunstancias lo obligan a contemplar al mundo y a su propia realidad desde otro punto de vista. En torno a eso, Yeon construye una película con personajes atractivos, escenas de alta tensión resueltas con envidiable pericia y un final oscurísimo al límite del melodrama, pero que aún así resulta desoladora y sinceramente emotivo. Un trabajo cuya única debilidad es ese título que usted verá en los anuncios de las marquesinas locales.