Ser comunista y ser gay en Estados Unidos en la década del cincuenta era prácticamente lo mismo. Para el senador republicano Joseph McCarthy y el Comité de Actividades Antiestadounidenses la homosexualidad era una peligrosa enfermedad cuyo contagio social constituía una amenaza potencial a la seguridad del Estado. Un blanco predilecto de la paranoia anticomunista y antihomosexual durante la guerra fría fueron la comunidad artística e intelectual: sometida a vigilancia, presionada a firmar confesiones y delaciones, confiscados sus pasaportes... En este contexto, creció Bernstein (1918-1990), joven pianista y aspirante a director de orquesta, hijo de inmigrantes ucranianos.

BAJO SOSPECHA

En 1951, Bernstein era un compositor de 33 años que ya contaba con varias piezas para piano, dos sinfonías, un par de ballets (Fancy free y facsimile), un musical de Broadway (On the town) y estaba a punto de estrenar otro (Trouble in Tahiti). Pero, también, quería ser director de orquesta. Teniendo como mentores a Fritz Reiner y Serge Koussevitzky, su carrera como director tomó verdadero impulso cuando en 1944 debió remplazar a Bruno Walter al frente de la Filarmónica de Nueva York. El problema fue que, en 1951, Leonard Bernstein, judío, gay y de ideas radicales, había ingresado en una lista negra del FBI. La puerta que se le había abierto podía cerrarse para siempre con el mote público de homosexual y comunista. ¿Tal vez un matrimonio heterosexual podía ser la salida? Lenny, como lo llamaba su círculo íntimo, fue por ella.

“Bernstein fue un gay que se casó. No estaba conflictuado por ser gay. Sencillamente, era gay”, comentó el dramaturgo Arthur Laurents -amigo del músico- a Charles Kaiser en su libro The Gay Metropolis. The Landmark History of Gay Life in America. Lo que Laurents -también en las listas negras- intentaba saldar con esa declaración era la duda acerca de bisexualidad de Bernstein, que en 1951 se casó con la actriz Felicia Montealegre y con quien tuvo tres hijos: Jamie, Alexander y Nina. 

Lenny antes se había sometido a uno de esos “tratamientos psicoterapéuticos” que prometían revertir la homosexualidad. Incluso, meses antes del casamiento rompió el compromiso con Felicia, seguro de no poder sostener lo que, sin duda, era para él una farsa. Finalmente, la pareja se reconcilió y de ello quedó este testimonio, una carta publicada hace algunos años en la que la futura esposa se expresaba con claridad: “Sos homosexual y nunca podrás cambiar. No admitís la posibilidad de una doble vida, pero si tu tranquilidad, tu salud, tu sistema nervioso, todo, depende de un cierto patrón sexual, ¿qué podés hacer? Estoy dispuesta a aceptarte como sos, sin ser una mártir ni sacrificarme en el altar a L.B. […] Intentemos y veamos qué sucede, si sos libre de hacer lo que quieras ¡pero sin culpa ni confesión, por favor! […] Nuestro matrimonio no se basa en la pasión sino en la ternura y el respeto mutuo”.

VORAZ 

Judío, gay y de izquierda -eso que los yanquis entienden por izquierda-, Leonard Bernstein dominó la escena musical estadounidense y europea durante treinta años. Carismático (incluso irresistible, según algunos) y apasionado, Lenny hizo de todo y todo lo hacía bien: compuso para el teatro y el cine, estrenó tres sinfonías y hasta una misa, dirigió las orquestas más importantes del mundo, enseñó y fue el showman de un programa de televisión en el que analizaba e interpretaba obras musicales. Tal vez, como sugiere Alex Ross en El ruido eterno, hubiera querido hacer más de lo que hizo: “Quizá Bernstein pensaba que podría organizarse como su ídolo Gustav Mahler, dirigiendo durante la temporada y componiendo en verano. Pero Mahler no daba conferencias, ni participaba en programas de entrevistas, ni daba discursos políticos. Logró a buen seguro grandes cosas con la Filarmónica de Nueva York, sus magistrales conciertos para jóvenes, su promoción de colegas estadounidenses como Charles Ives, pero en 11 años produjo sólo dos obras importantes: Salmos de Chichester y la Tercera sinfonía. Dedicó gran parte de su carrera a ser intérprete”. 

Sus grabaciones de las sinfonías de Mahler o Beethoven siguen siendo una referencia hasta hoy. La popularidad masiva llegó con la televisación, entre 1958 y 1972, del Young People’s Concerts, un ciclo de conciertos para jóvenes emitido por la cadena CBS con el que llegó a convertirse en una celebridad. En esas 53 emisiones televisivas -disponibles en YouTube- Lenny saca el mejor partido de su carisma, interpretando y analizando con gran agudeza obras desde el barroco al jazz. 

ROMEO, JULIETA Y LAS PANTERAS NEGRAS

“Me gustaría oír a alguien de forma casual silbando algo compuesto por mí, en algún lugar, aunque solo fuera una vez” escribió a fines de los cincuenta en The joy of music, su primer libro. Y vivió lo suficiente para experimentarlo. Muchas de las canciones de sus obras para Broadway forman parte del cancionero popular y sus melodías -en la tradición de George Gershwin- son pegadizas y fáciles de silbar. El musical West side story, estrenado en Broadway en 1957 y adaptado al cine en 1961, es la creación de cuatro judíos gays neoyorquinos: Leonard Bernstein (música), Arthur Laurents (libro), Jerome Robbins (coreografía) y Stephen Sondheim (letras). Tres de ellos, exceptuando al último, además, vigilados por filocomunistas. Versión moderna de Romeo y Julieta de Shakespeare, lo que al comienzo sería un conflicto entre católicos y judíos, terminó plasmándose en un conflicto étnico entre latinos y blancos en Nueva York: Maria y Tony se encuentran atrapados entre el fuego cruzado de dos pandillas enemigas: los Jets (blancos estadounidenses) y los Sharks (latinos). Este alegato contra el odio y la violencia no dejaba de ser un planteo audaz en el contexto del paranoico nacionalismo estadounidense de los años cincuenta, que podía, incluso, leerse no solo en clave racial sino sexual. “Algún día, en alguna parte, encontraremos una nueva forma de vivir, hay un tiempo para nosotros” cantaron generaciones de lesbianas, gays y trans del mundo entero a coro con Maria y Tony.

En la década del setenta, las fiestas que daban Lenny y Felicia eran una de las mecas de la intelectualidad progre neoyorquina. Una de ellas fue objeto de un mordaz artículo de Tom Wolfe, en el que acuñó el término radical chic (izquierda exquisita). Bernstein había organizado una velada para recaudar fondos para los Panteras Negras, la organización revolucionaria negra, invitando a su lujoso departamento de Park Avenue a varios de sus integrantes. Wolfe se lanzó con rabia y clavó sus dientes en la hipocresía de una clase acomodada que buscaba limpiar su conciencia apoyando causas sociales, pero sin la menor intención de perder sus privilegios. Si ese artículo publicado en New York Magazine golpeó con fuerza a Felicia,   lo que vendría a continuación, sería mucho peor. 

Promediando sus cincuenta años, Lenny debe haber decidido que la protección de un matrimonio heterosexual no le resultaba ya necesaria. En 1976 decidió separarse de su mujer para vivir con Tom Cothran, un joven músico del que se había enamorado. En sus últimos diez años -murió a los 72 en octubre de 1990- vivió rodeado de jóvenes atractivos y canilla libre de alcohol. El pianista William Huckaby comentó -algo avergonzado- cómo, tras dar un concierto en la Casa Blanca, mientras conversaba con el presidente, alguien lo agarró por los hombros y, al darlo vuelta, le estampó un beso en la boca, ante el atónito Jimmy Carter. Pequeña y simbólica venganza de Bernstein en el centro del poder que lo había señalado y vigilado por gay y comunista.