El revanchismo oligárquico no es nuevo, y siempre se presenta declamando buenas intenciones.
En tiempos de la Revolución Libertadora hubo una campaña feroz para “desperonizar” al pueblo argentino. El decreto 4161/56 prohibía las palabras Perón, peronismo, etc., y se persiguió a los funcionarios del gobierno caído, al que se acusó indiscriminadamente de corrupción. No faltarían casos verdaderos ni arrepentidos vergonzantes.
El odio gorila hizo circular depravaciones del líder, como que tenía un harén de jóvenes militantes de la UES o que científicos alemanes le habían fabricado unas lentes para poder ver desnuda a la actriz Gina Lollobrigida. Además de las fotos de la italiana, lanzaron comentarios infamantes atribuyendo al General una relación homosexual con el boxeador negro Archie Moore, a quien había recibido tiempo antes del golpe cuando la gloria deportiva yanqui visitara la Argentina.
La respuesta popular no fue avergonzarse de ser peronista. Aparecieron pintadas diciendo “puto y ladrón, queremos a Perón”.
El gorilismo atribuye semejante consigna a la “incultura de los negros y su ignorancia cívica”, cuando refleja, por el contrario, una alta conciencia política que no se deja engañar, y a la que ninguna anécdota o hecho particular, real o inventado, pone en crisis a la hora de una evaluación racional de las políticas en juego.
Del mismo modo que nadie deja el cristianismo por los crímenes perpetrados en su nombre, o por las faltas de los clérigos.