Es demasiado extraña la manera, los modos de esa convocatoria, la disposición de la casa y la actitud extraviada de Blanca como para que Cecilia no sospeche. Pero la joven llega apresurada por actuar, dispuesta a decir el monólogo de Chéjov, a resultar agradable frente a esa gloria del teatro que se refugia en esa casona de locos.
Porque todo el ambiente de Un pájaro cualquiera tiene esa demencia de los seres que no pueden parar de actuar o que hacen del teatro una deriva constante para no ver el mundo. El problema surge cuando esa realidad triste a la que endulzan con una cabeza de pájaro, con las peleas agitadas entre lxs hermanxs actores, deviene en una trampa para esta jovencita que necesita público para su arte.
Porque ¿qué sentido tendría actuar en el interior de una casa para una sola persona? Hacer de una enfermera rusa para revivir el alma de la protagonista de La gaviota y así curar a Lucio, un director que ahora parece haber asumido la esencia de Trépev después del disparo en la cabeza. Esa vida imposible se apodera del final del texto de Chéjov. Si en La gaviota el joven y sufrido dramaturgo decide matarse después de comprender que el amor de Nina es inalcanzable, en el texto de Patricio Ruiz el drama se vuelve fantasía cómica para lxs espectadorxs y un momento tétrico para las esperanzas triunfales de Cecilia.
La chica que quería actuar y no medía ni consecuencias ni peligros se encontrará con una escena inimaginable que la obligará a decir que no. Si en los primeros diálogos con Blanca las preguntas en torno al carácter de su actuación tenían la gracia de una comedia inofensiva, a medida que la trama avanza todo se vuelve definitivo. El estilo que le proponen la implica por completo. Actuar las veinticuatro horas con un único día a la semana de franco no resiste ningún laboratorio teatral existente. La entrega de Cecilia no tendrá reparos.
Si Blanca está tomada por la demanda de su hermano que ha pasado al otro mundo pero permanece vivo como si no pudiera morir, Cecilia es el personaje que logra establecer una discrepancia y llevar la realidad a la escena. El drama da cuenta de su formato ficcional, lxs intérpretes revelan una idea de la actuación porque esta obra es también una reflexión sobre el teatro.
Cecilia, el personaje que Natalia Casielles se enfunda con todos los matices posibles, tiene la ingenuidad azorada del deseo. Su primer contacto con la desilusión no la frena en la destreza que muestra hacia la acción. Actriz y personaje no se detienen al momento de hacer del conflicto una marea que genera situaciones todo el tiempo. Está claro que, como la buena actriz que está aprendiendo a ser, Cecilia no va a dejarse ganar por la propuesta escénica que Blanca y Lucio desatan frente a ella como un azote. La chica juega lo que le proponen pero no va a quedarse atrapada en esa representación infinita.
En un mecanismo de distanciamiento que Patricio Ruiz sostiene con precaución durante la puesta, Natalia Casielles lee un panfleto de Angélica Liddell, donde la artista española se pregunta si tiene sentido hacer Chéjov hoy o si sería mejor invocarlo para llevarlo a esos lugares donde acercarse a su escritura obliga a destriparlo.
Armenia Martínez se entrega al personaje de Blanca con cierto cinismo. Estudia a Cecilia y la convierte, al igual que Lucio, en la materia de un idea desconocida, en una figura exótica, como esa gaviota chejoviana o esa cabeza que Blanca guarda en su cuarto y que representa un pájaro cualquiera. Pero Cecilia no es Nina, ella aprende a actuar gracias a distinguir la madeja delirante de su entorno y no quiere llorar enamorada de un imposible. Prefiere volver al conurbano y ser la protagonista de su historia.
Un pájaro cualquiera se presenta los viernes a las 21 en el Teatro del Pueblo. Av. Pres. Roque Sáenz Peña 943. CABA.