No se sabe bien qué pasó, pero en Un futuro radiante (Random House, 2016) Buenos Aires es un territorio anárquico y desolado, poblado por pandillas que ranchean en los barrios, patrullas perdidas que fusilan infectados, palomas de ojos incandescentes, una extraña nueva droga y en medio de las ruinas, dos hermanos con secretos, una chica que problemas y la melodía retro de Las Mamushkas, el dúo pop que en los 60 integró una abuela que acaba de morir. Es difícil ubicar en el estante de la ciencia ficción a la primera novela de Pablo Plotkin, que es periodista desde hace 20 años, trabajó en el Suplemento NO de PáginaI12 y fue director de la revista Rolling Stone: más bien se trata de, como dice Leonardo Oyola en la contratapa, un “relato melancólico sobre el amor y la fraternidad masculina”, en una Buenos Aires post-apocalíptica en la que cualquier idea del futuro parece anclada al pasado.
–La novela está narrada por el protagonista en una primera persona muy sólida que sostiene todo el relato. ¿Cómo se construye esa voz?
–Al principio fue todo bastante intuitivo. Yo partí de la escena de los dos hermanos armando los píreshkes con la abuela muerta en la habitación. Esa escena es como una fantasía vinculada con la muerte de mi abuela y ese departamento tiene mucho que ver con el de mi abuela. Pero no más que eso. La voz del narrador un poco fue encontrándose porque al principio era más austera, un narrador más neutro si se quiere, con menos compromiso emocional con la historia y en un momento empieza a tener esas divergencias más de autoanálisis, reflexionando sobre su relación con el mundo, con el trabajo, con las mujeres, con el hermano, con los padres. Todo eso empezó a aparecer medio sin cálculo y lo que sí hubo después en la última etapa de escritura fue un trabajo de edición más a conciencia, más estratégico, en el que empecé a reestructurar un poco algunos capítulos, a mover algún flashback de acá para allá y demás, pero fue algo que fue cobrando vida con el correr de los meses.
–¿Y cómo fue ese proceso? En periodismo los protagonistas tienen sus propias palabras, siempre hay edición y montaje pero los “personajes” vienen de alguna manera dados, mientras que en ficción muchas veces los escritores dicen que hay un momento en el que el personaje cobra vida propia. ¿Es así?
–Ese cliché es real. Yo siempre digo que para mí la escritura es casi una sola, periodística y de ficción. Uno tiene una caja de herramientas que más o menos puede usar en determinados momentos. Obviamente con la ficción te permitís y tenés que inventar y eso está buenísimo porque es más libre. Pero periodísticamente a mí también me pasa que trabajo en una nota y a veces es cuestión de forzar un párrafo o una oración que te lleve a otro lado. Con la escritura de la novela me pasó mucho eso: había momentos en que estaba estancado y forzaba una línea malísima para que pasara algo. Porque a veces parece que te lleva el personaje pero otros días no, entonces ahí vos lo tenés que forzar a que te lleve y para eso tenés que darle algo, darle cuerda.
–Recién decía que la escritura periodística y la literaria es una sola. En algunos pasajes de la novela el Plotkin periodista está más presente en ciertas descripciones o metáforas propias del periodismo de rock.
–Durante la escritura de la novela el periodista apareció mucho, en un momento como una forma muy entretenida para mí que era la del periodista cultural, que cuenta la historia de las Mamushkas. Ahí yo era consciente de que estaba interviniendo el crítico de música y me parecía interesante de explorar. Después empezó como un metatexto sobre la música pop que terminó convirtiéndose en algo muy central y la abuela terminó siendo más importante de lo que yo creía. Eso que para mí era un disparador, la muerte de la abuela, finalmente atraviesa toda la novela y yo no lo tenía pensado.
–¿Sintió en algún momento el prejuicio contra el periodista que se pone a escribir una novela?
–No, no sentí el prejuicio. Sé que por ahí puede generar desinterés o escepticismo en mucha gente un periodista que se da el gusto de escribir una novela. La verdad es que yo empecé en periodismo a través de la escritura y vengo escribiendo también cuentos e historias de ficción en paralelo sin mucha visibilidad desde hace bastante. Puedo sentir el prejuicio pero me tomo el atrevimiento. El año pasado también hice una exposición de pintura y no me considero un pintor que tenga una proyección en el mundo del arte pero es algo que hago desde chico, con vaivenes productivos, que forma parte de mí. Creo que estamos en un momento donde uno tampoco es o no necesariamente tiene que ser algo. Obviamente mi trabajo más constante y con el que me gano la vida es el periodismo y me encanta, pero para mí forma parte de lo mismo. No porque cuando haga periodismo sienta que estoy haciendo literatura, en absoluto, yo hago periodismo y no tiene que parecerse en términos conceptuales a la ficción, pero creo que tampoco hay una fórmula para acercarse a la literatura y me parece que es algo en lo que cualquiera puede tomarse el atrevimiento de hacerlo. A mí el periodismo me sirvió para cerrar la novela, para tener una mirada integral y de autoedición.
–¿Cómo pensó la Buenos Aires postapocalíptica? Esos escenarios están muy transitados, hay muchas imagenes ya construidas, desde Soy Leyenda de Richard Matheson a The Walking Dead. ¿Cómo se le da particularidad un territorio como ése?
–Eso siempre fue lo que me frenaba a escribir una historia de este tipo, porque decís “otra historia apocalíptica”, pero a la vez era una motivación que conectaba con el primer lector que fui. Cada uno cuando proyecta un escenario así sí o sí va a ser original, puede ser más solido o menos consistente o que te magnetice máso menos. Uno a veces teme que lo que escriba no sea nuevo, original, pero en realidad, más allá de que no sea literatura mayor, en general va a ser algo propio, porque es muy difícil trabajar dos años en una historia y estar vos solo con eso y que no aparezca algo personal. Lo contrario es hasta complicado de lograr, ser totalmente reiterativo de cosas que ya se hicieron. Obviamente podés encontrar mil referencias pero en definitiva ahí está construido un escenario que no lo podría haber escrito otro.
–La novela está llena de referencias a productos y consumos del pasado, pero no es nostálgica ni retro, el momento de la acción parece más bien difuso.
–Yo nunca la quise emplazar. Creo que hoy hay como un universo en el que las décadas están todas presentes todo el tiempo y condensadas en una especie de espectro de consumo cultural, como en streaming. Con las décadas me refiero quizás desde los 50. Todo esto, que nunca lo reflexioné, está en la novela, que yo no quería que fuera retro sino más bien actual, en la que los 80, los 90, los 60 estuvieran ahí, porque es la manera en la que creo que vivimos hoy y con lo que estamos en contacto directo todo el tiempo.