Dietland es precursora. No sólo es una serie que su creadora Marti Noxon viene desarrollando desde el 2015, sino que está basada en la novela homónima de Sarai Walker que habla descarnadamente y sin miramientos de los distintos tipos de violencia –real y simbólica– a los que están sujetas las mujeres. Una de las complejidades de la serie, y algo que sus detractores y detractoras han sido rápidxs en marcar, es la cantidad de líneas temáticas y estilos que la ficción emplea para tratarlos. Desde el drama al thriller psicodélico, del naturalismo al absurdo, de una crítica a la industria de la moda a una radiografía psicológica y cultural de las dietas. Sin embargo, éste quizás sea su mayor fuerte –y lo que mantiene el interés de lxs espectadores–, operando en dos niveles diferentes que a tono con la novela ofrecen una ventana al mundo de una persona con sobrepeso, y por otro lado, un relato de intriga y suspenso sobre una organización encubierta.

Su protagonista y heroína es Plum Kettle (Joy Nash), una mujer con sobrepeso que escribe para una revista de moda estereotípicamente femenina, en donde trabaja como “escritora fantasma”  respondiendo el correo de lectoras en nombre de su directora, Kitty Montgomery (Julianna Margulies). Plum lleva una vida “moderadamente infeliz”, parte gracias a los antidepresivos que toma desde joven, y parte también a que vive con la expectativa de que una operación (bypass gástrico) le dará finalmente la figura –y la vida– que cree que necesita para ser feliz. Así, en una primera instancia, nos familiarizamos con Plum, una mujer que lidia no tanto con el odio que se tiene así misma, sino con el odio que el mundo le ha demostrado a su cuerpo. Claro que los adoctrinamientos suelen ser paulatinos e invisibles, y Plum, padece su aspecto a tal punto que está dispuesta a poner su vida en riesgo, endeudarse o sucumbir ante una secta de mujeres misteriosas, con tal de acceder al bypass redentor.

En una segunda instancia y ya desde el comienzo de la serie, con cuerpos de hombres cayendo desde rascacielos en NY y titulares de noticias anunciando muertes en cadena, se nos presenta la existencia de una misteriosa entidad llamada Jennifer, que se encarga de despachar a abusadores, violadores, etc. Aquí la cosa se pone bastante más explícita, dando a entender que este grupo integrado por mujeres comete estos actos deliberados y escenificados como reivindicación y para dar un mensaje. En este punto no es extraño que Dietland haya sido comparada con El club de la pelea, sólo que reemplazando la liberación del consumo capitalista por la de los estándares de belleza y bienestar imposibles, y la masculinidad tóxica por la tiranía de los cuerpos.

Ambas líneas argumentarles convergen cuando Plum es reclutada por este grupo, lo que la lleva reexaminar su trabajo y la manera en que vive. Enter Verena Baptist, la cabeza de un ex grupo de rehabilitación que bajo el llamado Plan Baptista asistía a personas obesas en los 60. Este intrigante personaje le ofrece a Plum una oferta que no puede rechazar: le ofrece dinero por dejar de tomar los medicamentos, intentar estar delgada y disfrutar de la vida. Si transcurrido ese tiempo no puede lograr que Plum cambie drásticamente su relación con su imagen y su cuerpo, podrá hacerse el bypass. Para complicar un poco más las cosas podría o no existir un vínculo entre la entidad Jennifer y el grupo de Verena.

LA VIOLENCIA DE LOS CUERPOS

Más allá de los giros más o menos rebuscados del argumento, o los trazos grotescos de los personajes (la mala es bien flaca, superficial y engreída), decisiones que se adivinan intencionadas, la titánica tarea de introducirnos al mundo de una persona que vive con hambre, auto estigmatizada y denigrada por su entorno, ya es más que suficiente desafío. Desde las opresivas charlas telefónicas con su bienintencionada madre, la asistencia a grupos de control de peso donde prima tanto la condescendencia como la crueldad explicita y hasta racionalizada, o su tímida interacción con los pocos hombres en su vida, el retrato de Plum es crudo e imposible de dejar de ver. Inclusive cuando se la muestra haciendo algo que disfruta, que es justamente cocinar, se evidencia el sufrimiento e impotencia de quien se siente permanentemente inadecuada. Estos pequeños actos de represión cotidiana, desde no probar una torta para no descontrolarse, o de negación, en el caso de creer que una operación mágicamente cambiará su vida, son fundamentales en la construcción integral del relato.

Aún más descorazonador es vislumbrar las disquisiciones diarias, estrategias y auto justificaciones por las que pasan las personas que viven –literalmente– a dieta, en una lucha encarnizada tanto con sus cuerpos como su psique. Es este el territorio que explora Dietland cuando Plum decide dejar los antidepresivos y empezar a “sentir” un poco más –con todas las consecuencias que eso trae–, dejando la adormecida existencia y empezando a empoderarse.

Gran parte del mérito es de la actriz Joy Nash, una actriz talla grande en la vida real, que además viene haciendo contenidos críticos sobre el tema desde hace años (como el video viral del 2007, A Fat Rant), y quien tuvo que luchar con uñas y dientes por el papel, pero también del cerebro detrás de Dietland, la guionista yrealizadora Marti Noxon. Noxon, que es responsable de series icónicas (Buffy the Vampire Slayer) y de algunas de las mejores ficciones del último tiempo (UnREAL), viene trabajando el tema de los desórdenes alimenticios, la presión social sobre el cuerpo de la mujer y las taras psicológicas y emocionales ya desde su anterior film To the Bone, estrenado con polémica de por medio en Netflix el año pasado. Estamos hablando de una mujer que tuvo que hacerse lugar en una industria machista mucho antes de la explosión reivindicatoria presente, y que a fuerza de talento y de saber contar historias sin caer en lo panfletario o evidente, marcó y sigue marcando el camino que muchas de las nuevas voces y ficciones con bajada feminista emulan hoy en día. 

LA HORA DE LA VENGANZA

De este modo Dietland lidia con las variadas formas de violencia (laboral, económica, mediática, insitucional o relacional) que sufren las mujeres con sobrepeso, pero también aquellas que no, dando lugar al llamado revenge fantasy, sólo que esta vez influenciado por dos fenómenos contemporáneos: los movimientos feministas modernos y la consigna de diversidad que lleva a plasmar diversas corporalidades en la TV. Este último rasgo ha sido explorado en el pasado con productos como la hilarante Drop Dead Diva, la mainstream The Mindy Project y la brillante Crazy Ex Girlfriend. Pero donde Dietland parece innovar es en rescatar y reclamar la venganza como elemento simbólico y recurso narrativo. Algo resuena hoy más que nunca, y que genera un pacto tácito con lxs espectadores en dónde es posible igualar la violencia del grupo comando de misántropas a los actos de terrorismo sistemático a los que nos someten –y nos sometemos– todos los días. Y luego hay productos a mitad de camino como Insaciable, la nueva serie sobre venganza femenina de Netflix, cuya controversia aún antes de haberse estrenado sirvió como tester para diversos fenómenos que atraviesan la creatividad hoy.

Si bien es para celebrar que cada vez más series estén tomando la posta en mostrar diversidad de cuerpos en pantalla, esta pulsión no debería convertirse en imperativo creativo por default. En especial cuando esos cuerpos no tradicionales vienen acompañados de historias forzadas que están ahí para hacernos sentir más políticamente correctos que otra cosa. En ese sentido Insaciable produjo doble irritación: por un lado por usar una actriz más o menos normal encarnando a una gordita, y luego, por hacer eje argumental en la venganza de esa ex gordita devenida en participante de un concurso de belleza. La realidad es que la serie no vale la indignación que causó (motivando hasta una petición en change.org <http://change.org> para bajarla), más que por lo berreta del guión y lo desafortunados de algunos chistes; aún si las intenciones de su directora, Lauren Gussis, eran reflejar sus propias experiencias con el sobrepeso en la adolescencia que casi la llevan al borde del suicidio.

Y es que si Dietland sirve como contracara perfecta de Insaciable en el arte de cómo contar y articular una reflexión a la vez que entretiene, las reacciones suscitada por el trailer de Insaciable muestran a la corrección política y la “polícia creativa” como el peor reverso del bodyshaming. 

Muchas voces se alzaron contra de la ficción por perpetuar, en apariencia, la idea de que toda gordita busca en verdad ser más delgada, pero cabe preguntarse como lo hace la periodista Kelly Devos:”¿Acaso una persona gorda no puede tener fantasías de venganza de este estilo?” Y, ¿es necesario estipular o garantizar códigos editoriales o narrativos en cuanto al modo de instanciar estas fantasías en las ficciones? Una podría suponer que el único límite es el del buen gusto y el criterio signado por la sensibilidad de época, aún si se habla de personajes que no pueden vivir con sus cuerpos. Pero lo cierto es que cada programa utiliza los recursos de la mejor manera que puede. Mientras que Dietland aprovecha la densidad de sus personajes y temas para intercalar con animaciones y escenas alucinógenas, aunque a veces satura o cansa, Insaciable aprovecha la estética pop y códigos de las teen movie tradicionales, aunque a veces quede atrapada en la simplificación brutal y el humor burdo.

La mejor venganza posible pareciera ser la de aquellas obras que logran abordar la compleja relación que tenemos con nuestros cuerpos de forma comprometida pero irreverente, reflejando tanto la hipocresía y el doble sentido de esta nueva cultura del bienestar y el body affirmation que se vende desde las revistas o los empaques de yogurt bajas calorías, así como los derroteros profundamente personales que se suceden desde que decidimos romper con una dieta, o un mandato.