Ya no estamos solas. Ver un pañuelo verde colgando de una mochila, en un puño o en el cuello de una chica es una señal. Es un aviso de que ahí hay una sorora. Es saber que quien lo lleva ella es una potencial amiga, compañera, asistente, aun de manera circunstancial.  

La ficha me cayó adentro de una casa de telas. Me había llegado la consigna de intervenir el barrio con telas verdes la noche previa al día en el que el proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo se tratara en el Senado de la Nación. Detrás mío entró otra chica. “¿Me das friselina verde, por favor?”, le pedí al vendedor. “Ay, yo también quiero lo mismo”, dijo con sorpresa la chica. Y entonces la miré. Nos miramos. Nos sonreímos. Y pensé: “Podríamos ser amigas”.

 Pero ya había tenido esa sensación en varias otras oportunidades. Al subirme al subte no podía evitar buscar los pañuelos verdes en las mochilas de mis ocasionales compañeras de vagón. O en los canastitos de las bicicletas que cruzaba. Cuando los encontraba, miraba a esas mujeres a los ojos. Y entonces ya no éramos solo transeúntes que compartíamos casualmente la calle.

Porque usar el pañuelo verde no es solo reclamar por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito. No es solo pedir por educación sexual para decidir y anticonceptivos para no abortar. Usar el pañuelo verde es asumirse feminista, con la amplitud de implicancias que eso tiene, y de mostrárselo al mundo.

Usar el pañuelo verde es dejar en claro que ya no nos callamos más, que no dejamos que los preceptos morales judeo-cristianos rijan nuestra vida. Y, sobre todo, que vamos a pelear contra el patriarcado instalado en las instituciones, en los trabajos, en las relaciones de pareja y en nosotras mismas. Hasta que se caiga. 

Y también usar el pañuelo verde es un compromiso de intentar criar a nuestros hijos de manera diferente. Porque no queremos más princesas sumisas y machitos violentos. Porque tenemos que permitirles elegir cómo ejercer su sexualidad en libertad. Porque tenemos que aprender a escucharlos y a escucharlas y a reconocernos ignorantes en muchos aspectos. Y también a aprender a hablar en lenguaje inclusivo.

Y si el que porta el pañuelo es un hombre, también es emocionante. Significa que ese varón se asume macho en deconstrucción, que quiere dejar de reproducir el patriarcado, que reconoce la necesidad de ampliar los derechos de las mujeres.

Vivir en una gran ciudad nos somete a una hostilidad, a una indiferencia y a una soledad que puede ser angustiante. Ver por la calle un pañuelo verde flameando cambia esa lógica de invisibilidad.  Porque aún sin conocernos y siendo muy diferentes, estamos juntas. Porque ahora que ellos sí nos ven, también nos vemos nosotras. 

* Periodista.