Me quiero retirar. No quiero jugar más al fútbol. No lo disfruto. No aguanto más”. Darío Cvitanich se comunicó con su representante y le escupió, así como así, su decisión de dejar todo en el mejor momento de su carrera. Aquel episodio, sucedido hace más de una década, ocurrió justo en la época en la que al entonces también delantero de Banfield lo buscaban desde varios clubes de Europa. Y aunque empezaban a conocerlo, cobraba mejor y se había comprado un auto, nada parecía alcanzarle. Iba a un asado con sus amigos y pensaba en el gol errado en la práctica. Tomaba mate en familia y se martillaba por una pelota perdida. Al mismo tiempo, claro, se cuestionaba al ver el esfuerzo de sus hermanos, mientras que él, que tenía todo lo que otros buscaban, no podía disfrutar nada de ese camino. Luego de una larga reflexión, se empujó a seguir. Fue allí que batalló por primera vez con esa palabra que lo acompañó y lo acompañará a lo largo de su vida en el fútbol y luego de ella: culpa. El goleador de Baradero cuenta cómo saldó sus deudas y cómo ordenó su cabeza para aprender a abrazar el fútbol de una manera distinta. En Luis Guillón, debajo de unos árboles, rompe el grabador durante 55 minutos.
-¿Te costó ser jugador de fútbol?
-Siempre digo que la gente con el jugador de fútbol sólo ve la punta del iceberg. Es una locura que tenemos en este país en el que vemos al futbolista como algo sobrenatural o como alguien que está más allá. Primero que no es la realidad de todos los jugadores de fútbol, sólo la de un grupo reducido. Segundo que hay un camino muy largo para llegar ahí, de muchos años y sacrificios. Después se vive una irrealidad, con un proceso de maduración diferente al que tienen los chicos de tu edad, porque a los 16 o 17 años, cuando empiezan a ver qué van a estudiar, vos estás manejando otro tipo de presiones o jugando en Primera. Y con tu primer contrato tenés a tu gente dependiendo de vos, porque hay muchos pibes que son el sostén de su familia y, quieras o no, el proceso de maduración de una persona de esa edad no está del todo hecho para esas cargas. Entonces, toca aprender a manejarlo y muchas veces te equivocas y volvés a aprender. Sin darte cuenta, dejás una vida normal de adolescente y te convertís en un jugador. Yo creo que perdés mucho tiempo que no se recupera, porque, a pesar de que te dicen lo contrario, ese tiempo no se recupera. Uno elige esto y se juega el todo por el todo, porque arrancás con un montón de chicos y de ese montón no siempre llega el mejor. Y hay un montón de factores extras que hacen que lleguen muchos y se mantengan muy pocos. Y que de esos pocos haya menos que puedan vivir del fútbol. Entonces, cuando te ponés a hacer cuentas de la cantidad de chicos que pasan por todo ese proceso y lo comparás con los que llegan, te das cuenta que son muy pocos.
-¿Y vale la pena el sacrificio?
-Yo creo que todo sacrificio termina valiendo la pena. Hoy te puedo decir que para mi valió la pena, pero hubo momentos en los que no quería jugar más. O me quería volver a mi casa. O quería hacer la vida que hacían mis amigos, porque yo veía lo que hacían ellos al venir del interior a Buenos Aires y por ahí juntaban el mango para salir, y yo, quisiera o no, tenía una realidad diferente. Lo difícil es, en esa realidad diferente, mantener la cordura y no pensar en la locura del fútbol.
-¿Qué te ayudó a no perder la cordura?
-Mi familia fue un sostén fundamental. Mis amigos del pueblo también. Yo cada vez que podía me escapaba. Cada vez que puedo me escapo.
-¿Tus amigos son los del pueblo?
-Sí. Me ha costado mucho hacer amigos en el fútbol. Podes conocer gente y compartir, pero son contados con los dedos de la mano los que son amigos después del fútbol. Tenés la suerte de conocer a mucha gente gracias al fútbol. Conocés lugares y tipos buenos y tipos malos. Porque hay tipos malos, como en todo ambiente en el que hay dinero. Con la diferencia, claro, de que en el fútbol también hay popularidad.
-Ayer escuchaba hablar sobre la salud de un jugador y, en vez de pensar en el tipo y en su situación, un periodista hablaba de salvaguardar el patrimonio económico del club...
-(Interrumpe) Es que hoy el jugador de fútbol es un número. Esto es una mal llamada jungla, pero cuando llegás a un club y empezás a competir y ves a los padres que se enojan porque el hijo no juega y los fines de semana están a los gritos, ahí reflejamos lo que somos. Me ha costado aceptarlo, pero lo entiendo desde el punto de vista de que somos parte. Hoy los jugadores de fútbol somos lo que podemos dar adentro de una cancha. Lamentablemente, y pensándolo fríamente, nadie hace caridad en el fútbol. Si andás bien, te van a abrazar; y, si ocurre lo contrario, pasás. Eso, a los 36 o 37 años se te termina, y después listo. Esas marcas que venían a buscarte no te vienen a buscar y es parte de este proceso que vivimos. Detectar eso me ha enseñado a no creérmela cuando las cosas van bien, ni tampoco sentirme el peor cuando las cosas no han salido. Para eso, tuve que diferenciar al fútbol de mi vida cotidiana y me ha costado años de luchas internas. Mi vida con mi familia, con mis hijas y con mis amigos no tiene nada que ver con el fútbol. Hoy me permito disfrutar de comer un asado con mis amigos, cosa que antes no podía porque vivía como jugaba. Llegamos a una locura tal que el fútbol parece una guerra en la cual todos volcamos las frustraciones y los que jugamos tenemos la culpa de lo que le pasa a la gente que va a descargar a la cancha. Parece que somos los únicos que le podemos dar una alegría. Yo hoy trato de que los chicos no sientan eso; pero es difícil abstraerlos, porque a mí me costó mucho y tuve que llegar al límite de no querer jugar más para darme cuenta.
-¿Cuándo te paso eso?
-En casi mi mejor momento. Antes de irme de acá a Europa le dije a mi representante que no quería jugar más al fútbol porque no disfrutaba. Iba a comer un asado con mis amigos y me la pasaba pensando en el partido que habíamos perdido y en el que había errado dos goles. Y mis amigos, mientras, laburando, levantándose a las siete de la mañana, yendo a la facultad y después de laburar al asado, donde comían con las energías que le quedaban, pero eran felices en el asado, Y yo que tenía mi primer sueldo, mi auto y todo, no lo disfrutaba, la pasaba mal. O iba a mi casa y veía a mi hermano, que también hacía un montón de sacrificios, disfrutando de cosas que yo no. Y me preguntaba: ¿Por qué si yo tengo todo no lo puedo disfrutar? No quiero esto, que a la vez es lo que yo quiero y necesito. Después uno empieza a buscarle sus razones y la vuelta al asunto. El irme afuera me abrió la cabeza mucho más en ese sentido. Pero en ese momento de debilidad, en mi cabeza me iba para el lado contrario del fútbol, aspecto en el que me iba bien, ya que empezaba a hablarse de la posibilidad de irme y de ayudar a mi familia. Mientras, para mí todo era una carga interna. Yo iba a la casa de mi hermano y me preguntaba las razones por las que tenía un auto y él tenía que estar alquilando. Tenía culpa del ganar plata o de vivir una realidad diferente. Hasta que un día mi vieja me dijo: “¿Cuándo vas a pensar en vos?”. Después de eso, empecé a separar un poco y trato de disfrutar el presente, porque cuando te querés acordar, se te pasa la vida de futbolista. Y la vida en general también. Por ahí hoy pasan el torneo que ganamos con Boca y me veo festejando y no tengo memoria emotiva, porque al otro día me fui de vacaciones, volví y arranqué la pretemporada con la presión de volver a ganar. Hoy no lo hubiera vivido así.
-Luis Scola nos decía en el número pasado que el éxito es en realidad el camino que elegís para llegar a él. ¿Por qué después de un camino tan arduo, el éxito es tan efímero?
-Sin dudas que el éxito es el camino que transitás. Es lo que podés aprender durante el camino. Obviamente que coronarlo con algo es una frutillita del postre, pero todo lo que aprendés (bueno y malo) en el camino es lo que más tenés que valorar. La derrota te enseña y, para decir la verdad, son muy pocos los que se mantienen en la victoria constante. Los que estamos en clubes así, como Banfield, tenemos muy pocos momentos de felicidad, ya sea por ganar un partido o por conseguir un objetivo; pero la verdad es que pasás la mayor parte del tiempo en esos momentos en los que vas recorriendo el camino.
-Marcelo Bielsa dice que el éxito es excepcional. Y hoy parece que si no ganás siempre, si no hacés goles siempre, si no estás bien siempre, nada sirve...
-Esto es un poco culpa de la sociedad que tenemos en el país. No sólo con el fútbol: con todo. Hoy no valoramos los subcampeonatos o llegar a tres finales seguidas con la Selección. O no se valora a Boca que salió bicampeón, porque todavía no ganó la Libertadores. Y vos decís, loco no es cosa de todos los días ganar un bicampeonato en Argentina. Nosotros salimos campeones invictos y no se valoró tanto haber completado un torneo sin perder un partido. Es difícil llenar el ojo ajeno. Pero con todo eso conviven los chicos y eso es lo malo que tiene este deporte.
-A vos te ayudó mucho irte a un país como Holanda, con otra idiosincrasia enn relación a esto que hablamos…
-Sí. No me olvidó más de lo que voy a contar. Llegué a un club como Ajax, que era exigente pero que me enseñó que después del partido las cosas se calman y que ahí cada uno empieza su vida. Una vez perdimos 6 a 1 con el PSV, que es como decir que Boca pierda 6 a 1 un superclásico. Y yo subí al micro muerto, como diciendo “no me levanto nunca más de esto”. Y mis compañeros estaban uno con auriculares, otro viendo una película y otros charlando. Al otro día, nos juntamos y el entrenador nos dijo: “Hicimos esto mal, aquello mal...”. Y pasó. Y está bien que pase, que puedas perder 6 a 1 o que puedas ganar 6 a 1, pero que no se termine el mundo. Pero acá perdiste dos veces 1-0 y ya estás bajo presión. Cuidado, por eso buscan a los argentinos desde el exterior, por el acostumbramiento a esa presión. Todo eso me enseñó que si podés separar tu trabajo de tu vida personal vas a estar bien y, si no lo conseguís, se te va a complicar.
-Después llegaste a Boca, un lugar que parece todo lo contrario que lo que contás en términos de presión...
-Yo estaba en Holanda y me acuerdo que me decían: “No vayas a Boca, que es una picadora de carne”. Yo no lo tomaba así. Si me iba mal, me iba a otro lado, no creía que todo fuera tan extremo. Conocí un mundo increíble y dentro de todo salió bien. Ahí empecé a disfrutar, contrariamente a lo que dicen, de la concentración, del vestuario, de ver todas las cosas que salían en los diarios. Muchas cosas que salían eran verdad y otro tanto no.
-¿Cómo se tomaban las que no eran ciertas?
-Siempre recuerdo que nos reunieron el Flaco Schiavi y Román y nos dijeron: “Muchachos, si acá le damos bola a los de afuera, la vamos a pasar mal. Si nos quedamos tranquilos y estamos bien adentro, este es un club espectacular”. Y es así. Yo desde el primer día me cagué de risa e incluso habiendo tenido partidos malos y no le daba tanta bola al exterior. Después te sentís más observado, porque te empieza a conocer todo el mundo, y, quieras o no, tu entorno cambia y mucho. Entonces, en Baradero había gente con la que te criaste toda la vida que no sabía si saludarte o no, sólo por el hecho de ser jugador de Boca. Yo iba a saludar a la gente. Por ahí el jugador no cambia tanto, sino que la gente de al lado cambia la percepción de lo que es el jugador. Siempre cuento lo mismo, me encontré con un vecino que toda la vida vivió enfrente de casa y se me acerca y me dice: “Hola Darío, ¿te acordás de mi?”. “¿Cómo no me voy acordar de vos si hace 35 años que mi vieja vive en el mismo lugar y te cruzo cada vez que voy?”, le contesté. Entiendo, igual, que muchas veces nos creemos un poco más de lo que somos, por eso entiendo el cambio de la percepción.
-Hablaste del psicólogo, ¿seguís yendo?
-Hice mucho tiempo terapia, sobre todo para manejar distintos tipos de presiones. En el fútbol es tan importante lo técnico como lo físico y lo mental. A veces, hasta podés estar mal físicamente pero bien de la cabeza y podés jugar. Pero si estás mal de la cabeza, por más que tengas mucha fuerza y el físico que te permita correr 150 minutos, cuando viene la pelota no estás claro y no podés jugar. Las otras dos pueden estar un poco más bajas y podés jugar, pero con la cabeza mal no. Lo bueno es que tenés compañeros que pueden ayudarte a disimular un mal día.
-¿Y si vos sos el faro, como en Banfield, cómo se hace?
-Trato de estar siempre bien de la cabeza. Me ha costado a veces la parte física, trato de correr menos, pero hacer otra cosa. Y me ha ayudado relajarme. Haber vivido todas estas cosas y haber aprendido a tomármelo así, me ha convertido en otro jugador. Hoy soy un tipo que puede definir más tranquilo o que puede errar un pase y seguir. Antes erraba un pase o una definición y me machacaba, miraba el diario para ver qué decía y seguir machacándome. Hoy no leo diarios. Ojalá hubiese tenido esta cabeza a los 20 años.
-¿El 5 a 0 a Lanús es el partido de tu vida?
-Fue el partido que me cambió la vida, porque estaba la gente del Ajax, no para verme a mí, eh, pero tuve la suerte de hacer un gran partido y que ellos se empezaran a fijar. Y después de ahí cumplí el objetivo de irme a Europa y pude regalarle una casa a cada uno de mis hermanos. Ahí dije: “Ya está, el fútbol para mí ya cumplió. Todo lo que venga a partir del 2008 en adelante es regalo. Disfrutaré, porque el sacrificio previo era para eso, para progresar y que el sueño base se cumpla”. Y en ese 5 a 0 contra Lanús se alinearon los planetas. Clásico, ellos campeones y nosotros mal, fiesta en la previa, nos gozaron y verlos que se iban de la cancha, ganando 5 a 0, y con nuestra gente festejando fue hermoso. Después del partido me llamó mi representante y me dijo que se quería juntar conmigo la gente del Ajax para conocerme. Inolvidable.
-¿Cómo es ese momento en el que pudiste comprar la casa a tus hermanos y ayudar a tu vieja?
-Siempre digo que la deuda con mis hermanos y con mi vieja nunca va a estar del todo paga. Porque cuando me tocaba venir acá, mi vieja preparaba una torta para la pensión y mis hermanos se rompían el lomo y me daban cincuenta mangos para que yo pueda estudiar y rendir libre acá en Lomas. Con eso viajabas y vivías. Siempre digo que con plata es muy fácil hacer caridad, pero sin plata no es tan fácil. Mis hermanos tenían diez mangos y me daban cinco. Tiempo después, yo les pude comprar una casa en la que viven hasta el día de hoy felices con sus familias. Yo soy el menor de una familia que no tiene a mi viejo, que falleció hace trece años y siempre sostengo que mi deuda no sé si algún día va a estar saldada, porque a mí me costó un montón llegar a donde llegué, pero ellos me ayudaron en un momento en el que les costaba mucho. Hemos pasado momentos difíciles, pero recuerdo ese día y se me pone la piel de gallina. Estábamos en el patio de la casa de mi vieja, les di el diario local, que atrás tenía las publicaciones de las casas en venta, y les dije: “Busquen casa, que les voy a regalar una casa a cada uno”. Se emocionaron. Ellos tuvieron la casa antes que yo el departamento. Pero ese día está en el top de momentos más felices junto al nacimiento de mis hijas.
-¿Por qué volviste a Banfield?
-Otra vez el tema de la deuda. Yo dije que iba a volver en su momento, y como fue lo de la casa con mis hermanos, sentí que tenía que dar una mano en el club. Se habían ido muchos jugadores, estaba Julio y me reuní con Renato (Civelli) cuando me quedaba un año más en Miami y dije “es ahora, tengo que volver a jugar”. Ahí lo llamé al presidente para decirle que volvía. Y volví a escuchar que venía roto, que venía a robar y con todo eso tuve que convivir. Este es un club familiar y no sólo se ayuda dentro de la cancha, al contrario, muchas veces hacés más cosas afuera que adentro.
-¿Cómo te llevás con el futuro?
-Creo que no me he retirado porque disfruto mucho el vestuario, el venir, hinchar las bolas con los chicos... Y no me he retirado porque no he encontrado otra cosa que hacer. Cuando encuentre algo que me ocupe tiempo o me haga sentir útil creo que me retiraré. No sé si será en seis meses, un año o tres años. No me cuesta el tema del retiro. Hablo con gente que lo vivió para que me cuente su experiencia y aprendo. Mi retiro ideal sería irme a vivir a Baradero: me interno en mi pueblo y me quedo ahí, dirigiendo a los nenitos. Igual, por ahí es un desperdicio no laburar en algo del fútbol más profesional. Eso sí, no sería técnico nunca. Me gustaría ayudar, porque hay muchas cosas para cambiar en el fútbol y este es un club divino para trabajar, con mucho futuro. Pero no sé si estoy dispuesto a lidiar con el día a día. Si ocurre de hacer algo fuera del fútbol lo haré y vendré a la cancha los fines de semana. Pero lo tengo claro que en el fútbol todo es pasajero: la felicidad, la tristeza, los malos y buenos momentos. Por eso no me gusta cuando hay compañeros que se tiran al piso cuando perdemos un partido como si fuese el fin del mundo, porque vos sabes que eso va a pasar.
-Cada día quedan menos casos de pertenencia como el tuyo con Banfield...
-Por eso no me he querido ir en ningún mercado. Por lo único que dudé en la última oferta de River fue porque mis hermanos son fanáticos de River y mi viejo también era de River y le hubiera gustado verme ahí. Por ellos. Pero creo que sin saberlo lo tenía claro desde el día uno. No me quise ir y mucha gente me preguntó si no tenía ambición. Y no es falta de ambición. Acá estoy tranquilo y más allá de que sienta presión por jugar o por ganar, siempre estoy tranquilo y la tranquilidad en el fútbol no tiene precio. Soy una persona que quiere vivir tranquila, pudiendo disfrutar de las cosas. Me tocó perder a mi viejo en cuatro días. Me tocó decirle “nos vemos en un rato” y lo operaron y pasó. Hoy está esto y mañana no. Algunos buscan el desafío, es respetable y admirable eso. Yo estoy en Banfield porque estoy tranquilo, llego a mi casa, tomo mate y hago eso. Son cosas simples, pero cuando las contás te miran como a un bicho raro. ¿Cómo te vas a negar a River, San Lorenzo, Independiente, Racing y Boca, en su momento, cuando estaba en Francia? No quiero. Estoy bien así.
-¿La culpa te va a acompañar siempre?
-Eso me va a llevar tiempo superarlo. Dejé la terapia pero creo que para el final de mi carrera debería retomarla, porque soy un convencido de esas cosas. Creo que la palabra culpa me va a llevar años para superarla. No por algo que me haya pasado puntual, sino por cosas que me han ido marcando. La culpa está.