Aveces trato de hacer memoria. Se me pasan algunas imágenes, medio rápido. Los doctores ya me avisaron que tal vez con el tiempo puedo llegar a recordar algo, pero que no me pueden asegurar nada. Lo único que me acuerdo es estar manejando, llegar a un semáforo y listo, se apaga todo. Y me despierto en un hospital”.
El 2 de mayo de 2014, la vida de Lucas Campana cambió para siempre. En aquel entonces, el actual delantero de Deportes Temuco, de Chile, tenía 20 años y ni siquiera había debutado en la Primera de Huracán, el club en el que había hecho su camino en las divisiones inferiores. Su plan era sencillo: acababa de cobrar su sueldo en la sede del Globo y volvía para su casa en su auto, sin ningún acompañante. Llovía en Buenos Aires, pero el camino lo había hecho mil veces. ¿Qué podría fallar?
-¿Qué te acordás del accidente?
-La verdad no recuerdo muy bien qué pasó... Puedo contar lo que sé, pero es todo una reconstrucción de lo que me fueron contando y no un relato mío. Salí de la sede de Huracán y estaba yendo a mi casa, sólo. Era un día de semana, alrededor de las siete de la tarde, y llovía un montón. Para llegar siempre agarraba por el Bajo Flores, una zona un poco peligrosa. Lo último que me acuerdo es estar arriba de mi auto, manejando por ahí. Me despierto al otro día, en el Hospital Piñero, conectado a un respirador, sin saber qué había pasado. Me habían encontrado tirado en la calle, a veinte metros de mi auto. Ni me acuerdo cómo bajé, ni si salí corriendo o si me sacaron.
-¿Se sabe qué fue lo que pasó?
-Supuestamente me estrellé contra un árbol. A veces paso por ahí y Franco, mi viejo, me dice: “Mirá, acá chocaste”. No me acuerdo de nada. El auto quedó enroscado contra el árbol. Venía sin cinturón de seguridad y el choque fue del lado del conductor, así que la saqué baratísima. Los peritos después me dijeron que en teoría alguien me quiso robar y me tiraron dos ladrillazos al parabrisas. Ahí perdí el control y choqué. No me robaron nada, la billetera quedó arriba del auto. Creo que los ladrones, del miedo por el tremendo choque, salieron corriendo pensando que me habían matado. Una ambulancia me levantó y me llevó al Piñero. Al otro día me despierto ahí, y en el medio toda mi familia desesperada, porque me habían ingresado sin documentos, por lo que estuve desaparecido todo ese día. Mi representante estuvo a punto de llamar a la televisión para armar una especie de búsqueda. Algunos pensaron que me había ido a bailar, cualquier cosa. Los médicos se contactaron con mis viejos porque aparentemente entre mis balbuceos les pasé el teléfono de mi casa.
La pelota, lógicamente, pasó a un segundo plano. Lucas estuvo un día conectado a un respirador y los doce siguientes internado. Pero a pesar de que los peritos determinaron que su auto tuvo “destrucción total”, él milagrosamente ni siquiera tuvo un esguince de tobillo. “Gracias a Dios no tuve nada de gravedad. No me fracturé ni me fisuré, sólo quedé con algunos moretones lógicos del impacto y una contusión muy fuerte. Lo que no tengo dudas es que tuve un Dios aparte. A veces veo que suceden otros accidentes que parecen toquecitos, pero que la persona involucrada lamentablemente se muere. Pero a mí, con el accidente que tuve, en el que además estaba sin el cinturón, no me pasó nada. Ahora cada vez que me subo al auto lo primero que hago es ponerme el cinturón”, cuenta.
-¿Alguna vez supiste quién llamó a la ambulancia?
-No sé si fue un vecino, o los mismos que me tiraron los ladrillazos. Alguien arriba mandó la orden para que me llevaran al Piñero. No pude agradecerle a nadie, por eso cada vez que hablo sobre esto aprovecho para agradecerle al que haya sido.
-¿Cuánto tiempo estuviste para volver a caminar con normalidad?
-Eso por suerte fue bastante rápido. Después del Piñero me llevaron a La Trinidad y ahí ya caminaba con el suero, por los pasillos del hospital. Cuando salí estuve casi un mes hasta que regresé al club y a entrenar con mis compañeros. Todo esto demoró un poco mi debut en Primera, pero era lo de menos. Con el impacto que tuve, volver a correr y patear una pelota tan rápido es una cosa de locos. Todos los días que me levanto le agradezco a Dios.
“Milagro” y “Dios” son palabras que se repiten en varios momentos de la charla con Lucas. Si bien antes del accidente era una persona creyente, tras todo lo que le pasó se hizo devoto de San Expedito, el Santo de las causas justas y urgentes. Hay una explicación: mientras se recuperaba en La Trinidad, su mamá y su papá iban todos los días a la Iglesia de San Expedito (ubicada a metros de la clínica) para rezar por él. Es tal su agradecimiento que lo lleva tatuado en una de sus piernas y ahora hasta utiliza una remera con su imagen debajo de la camiseta del Temuco.
-¿Cómo fueron los días siguientes al accidente, después de salir del hospital?
- Tenía miedo hasta de cruzar la calle... Ni quería subirme a un auto. Sentía terror. A medida que fue pasando el tiempo fui perdiendo el miedo y ahora hasta ya puedo volver a manejar. Eso sí, cuando estoy por Argentina trato de ni pasar por el lugar donde choqué...
-¿Qué pensás cuando escuchás a la gente decir que “hay partidos de fútbol de vida o muerte”?
-Vida o muerte es otra cosa... Hay que tomarse el fútbol con seriedad, pero también hay que divertirse adentro de una cancha. Y ojo, que eso no va en contra del profesionalismo. Yo salgo a dejar todo, pero de ahí a decir que un partido es de “vida o muerte” hay una gran diferencia. A veces te hacés mala sangre por tonterías, pero hay que valorar la vida. De un momento a otro esto se va...
La vida le dio a Lucas una segunda oportunidad. Tras aquel episodio, el delantero se preocupó por darle ruedo a su pasión por la pelota y no mirar atrás. El sacrificio tuvo su recompensa cuando finalmente debutó en la Primera de Huracán. “Volví a entrenar y al tiempo me agarró Néstor (Apuzzo, por entonces entrenador de Huracán) y me dijo: 'Mirá que te meto de entrada, eh. ¿Estás preparado?'. Obvio que le dije que sí. Fue una sensación inexplicable. Salir a la cancha del club que te vio nacer es algo único. Me acuerdo cada detalle, cada ruido y cada cosa que pasó. Para colmo terminamos 1-1, y yo hice un gol de cabeza. Anticipé en el primer palo y le empatamos a Gimnasia de La Plata. En el festejo estaba como loco, me saqué la camiseta de Huracán y tenía la de San Expedito abajo. Mi viejo y mi hermano se colgaron al alambrado... Una locura”, recuerda.
-¿Cómo se inició tu camino en el fútbol?
-A los siete años llegué a Huracán. Pasé por todas las categorías de inferiores hasta que a los 21 debuté en Primera. Yo vivía a diez cuadras de la Quemita, así que Huracán siempre estuvo en mi vida. Al principio empecé jugando porque mi hermano jugaba, además mi viejo en su momento trabajó en Nueva Chicago y a toda la familia le gustaba el fútbol. Me llevaron al club que estaba en el barrio, “Los Remedios”, y ahí empecé. Después pasé al baby de Huracán y paralelamente en cancha de once. Me fue pasando de todo, hasta tuve fastidios y quise largar todo. Pero mi viejo y mi hermano siempre me acompañaron y me dieron fuerza para seguir. Pude debutar en Primera, algo que no fue para nada fácil, y hasta estuve en una convocatoria en la Selección Sub 18 con el Pity Martínez, a quien conocía del club y con quien al día de hoy sigo siendo muy amigo.
-¿Por qué se te había pasado por la cabeza dejar?
-Uno cuando no juega, o cuando las cosas no salen como uno cree que van a salir, se fastidia. La ilusión de cada jugador es hacer las Inferiores, debutar en Primera, romperla, viajar a Europa y ser convocado a la Selección. Pero a veces el camino se embarra. No es tan fácil como uno cree. La idea es no dar el brazo a torcer y escoger el camino más largo para llegar a la meta. Creo que lo entendí en el momento justo. Gracias al fútbol y a mi familia maduré un montón. Uno siempre quiere jugar, eso está claro. Me hubiera gustado seguir en Huracán, pero en ese momento no era mi oportunidad, entonces salió la chance de irme a otro club y me fui. No fue nada sencillo, ojo, porque además se trataba de otro país. Fue una decisión compleja: me fui a vivir a otro país a los 21 años, completamente sólo. Al principio vivía con otro compañero al que ni conocía, y pagábamos el alquiler del lugar a medias. Lo único que sabía era que venía a hacer lo mío, jugar al fútbol, así que me tomé todo con mucha responsabilidad y seriedad.
-¿Quiénes te ayudaron en esos momentos de dudas?
-Toda mi familia, mis viejos (Franco y Silvia) y mis dos hermanos (Luciana y Leo). Lo que pasa es que yo soy un poco más calentón que ellos y a veces me termino arrepintiendo de lo que hago. Ellos son más pensantes y son mi cable a tierra. Muchas veces me fui de la Quemita puteando. Llegaba a casa y le decía a mi viejo “no juego nunca más al fútbol, estoy podrido”. Pero mi viejo siempre me calmaba. “Esto es lo que elegiste, es lo que te gusta”, me decía. Nunca me obligó a seguir, siempre me aconsejó. Hoy se lo agradezco un montón.
-Además de jugarlo, ¿sos de ver fútbol?
-Miro muchísimo, y a veces siento que eso me juega en contra. Tendría que desconectarme un poco más. A veces termino con la cabeza quemada, metiéndome fichas. Si no juego muy bien un partido algunas veces me quedo pensando en una jugada en particular, en un mal pase o una mala definición, y eso te termina quemando la cabeza. Hay otro tipo de jugadores que termina un partido o un entrenamiento y listo, se olvidan de todo. Son formas distintas de ver el fútbol. Me gusta tanto este deporte que ahora estoy por empezar el curso de técnico.
-¿En tu interior hay ganas de una revancha en Huracán?
-Me quedan dos años de contrato con Huracán (N. de R.: renovó hasta 2020), ya que acá en Chile estoy a préstamo. Si lo analizo, pienso que me sirvió irme para ganar experiencia. Si me toca volver y el técnico de turno me tiene en cuenta, ojalá pueda hacerlo de la mejor manera. Ya no soy el pibe que se fue. Las vueltas del fútbol dirán.
-Estuviste primero en La Serena y ahora en Temuco. ¿Qué sentís que cambió en todo este tiempo que estuviste viviendo en Chile?
-En lo futbolístico siento que crecí un montón, sobre todo en no tener tanta ansiedad cuando salgo a la cancha. Ahora tengo otra predisposición, ya no estoy tan acelerado. Y en lo personal maduré mucho, aprendí a valorar las cosas, especialmente a la familia. Los extraño horrores. Estando cerca uno a veces se enoja por tonterías, y después se da cuenta que no tiene sentido. Si algo aprendí a lo largo de mi vida es que hay que saber valorarla.