Cuando terminó el secundario en un colegio industrial puso manos a la obra y empezó a trabajar. No es que quería tener sus primeros mangos, algo que sería lógico, lo que ella quería era ayudar a su vieja y si podía, claro, darse algún gustito. Por eso, a los 17 años colocaba enchufes, lámparas de techo, antenas y arreglaba alguna que otra conexión eléctrica. Cualquier changa “venía bien”. Fue niñera, moza, trabajó en una heladería y cuando empezó el profesorado en Educación Física pasó varios veranos en una colonia de vacaciones. Hoy puede elegir la comida, la ropa y las zapatillas. Tal vez por eso sea tan puntillosa y detallista. Basta verla abrir su mochila para darse cuenta que el orden prima en su vida. De pies a cabeza luce ropa reluciente y limpia de la marca deportiva que hace unos años la apoya.
Pasaron 30 años en la vida de Chiara Mainetti y su viaje desde Eldorado (está bien escrito, va todo junto, quédese tranquilo), Misiones, a Buenos Aires lo hizo entre zapatillas de lona y varios más que eran ortopédicos. Como la plata no sobraba en la chacra de los Mainetti, una tía de Buenos Aires que tenía una ortopedia, cada tanto, les enviaba una encomienda con ropa, calzado y otras ayudas.
Poco era mucho para los Mainetti. Mamá Alicia hacía malabares para conformar seis bocas en pleno crecimiento, mientras papá Aldo se internaba en la selva para trabajar en el desmonte por largos meses. Cuando no respondía o no podía girarles plata porque el trabajo no fluía, algo tan típico en la Argentina, Alicia salía a trabajar mientras sus hijos iban a la escuela. “Por eso nos vinimos de Misiones. Cuando mi viejo pudo juntar algo de plata puso un corralón de madera en Tortuguitas y nos vinimos a Buenos Aires”, dice.
Pero ella, a pesar del confort y del cambio radical que tuvo su vida cuando llegó a Buenos Aires, extraña Eldorado. En verdad, cuando recuerda su chacra entra en un tobogán de emociones que la conducen a una infancia “feliz y libre”. Chiara, Nauci, Nara, Lisandro, Nahuel y Aldana vivían cada día como una nueva aventura. Como si fuera la saga de libros “Elige tu propia Aventura”, cada veinticuatro horas tomaban decisiones en medio de la naturaleza para experimentar distintos momentos. “No era para evadir una realidad que, tal vez, hoy entiendo como difícil, sino que eso éramos nosotros. Estábamos acostumbrados a vivir en patas, colgados de los árboles. Por eso todavía tengo cicatrices en las piernas”, describe. Y añade: “Tuvimos la suerte de vivir en una chacra donde trabajábamos la tierra. Cosechábamos verduras: mandioca, zapallo, todo tipo de verdura. Era siempre una aventura. Lo vivíamos como algo natural. Faltaba para comprar pan o carne, pero todo era como un juego”. La naturalidad que menciona tenía un guiño del destino. Cada mediodía tenían el almuerzo asegurado en la escuela estatal con jornada completa. “Mi vieja nos mandaba a la escuela hasta en los días de lluvia. Nos ponía bolsas en los zapatos para no arruinarlos y no faltábamos”, explica. Pero para llegar caminaban, subiendo y bajando, entre 4 y 5 kilómetros de ida y otros 4 o 5 de vuelta. “Se podría decir –recuerda– que desde chica compito en circuitos de cross. A veces íbamos corriendo porque te ibas quedando atrás y sólo podías alcanzar a los demás corriendo. Íbamos con varios vecinos. Y a la salida, abrían la tranquera de la escuela y salíamos corriendo hacia abajo. Había un vecino que para que no le rompiéramos las plantas de frutas, nos dejaba una pila de mandarinas en lo que era la vereda de la casa. Era una carrera para ver quién llegaba primero y agarraba más”.
–Por lo que contás, los recuerdos de tu infancia son lindos pero hay una señal de sufrimiento, de que todo costó mucho…
–Sí, puede ser. Pero es la vida que me tocó, que nos tocó. No soy de quedarme analizando lo malo que me pasó sino que trato de atravesarlo de la mejor manera posible. Eso te marca para siempre, por supuesto. Hoy puedo elegir las zapatillas y la ropa. Me asombra. Siempre pienso en eso: fue un cambio muy grande. Por eso cuido tanto la indumentaria que me dan. Es algo que me fui ganando. Es como una pequeña revancha. Con la comida me pasa algo parecido. Al ser tantos hermanos, un yogurt era la gloria, una milanesa era la gloria. No pasamos hambre, pero las cosas costaron demasiado porque éramos muchos en casa. Pero es una realidad similar a la de otras familias. No es muy distinta, por más que cada familia sea un mundo aparte.
Para Chiara, el atletismo siempre fue un espacio de expresión, de disfrute, de goce. Una oportunidad de sentirse como en sus pagos, en libertad. “Para las clases de educación física íbamos a Gendarmería, a la pista de atletismo de conchilla y la profesora nos hacía correr y saltar. Como todos los nenes, empecé jugando. Ahí, como me destacaba, me presentó a un entrenador y a los 12 empecé a correr pero mi primer deporte fue el básquet”, cuenta.
–Hoy en día hacés un deporte individual como el atletismo pero jugaste al básquet que es en equipo, ¿no es más lindo el deporte en equipo que uno tan individualista como el atletismo?
–Me gustan los dos, practiqué los dos. Son muy diferentes. En equipo tenés el apoyo de tus compañeros y si perdés es por responsabilidad de todos. En cambio, en los deportes individuales es todo tuyo, es mucha cabeza, sos vos solo y estás continuamente superándote. Igualmente son los dos formativos. Me encanta el fútbol, hice el ingreso a AFA en All Boys cuando vivía en Mercedes. Pero fue muy complicado porque laburaba muchas horas en un gimnasio y, además, el fútbol es un deporte con muchos golpes y lesiones. Y si me pasaba algo podría perder el trabajo y no me podía dar ese lujo.
–El cambio cultural que se está gestando en la Argentina en cuanto al rol de la mujer y su lugar en la sociedad es muy fuerte, ¿el atletismo tiene un sesgo machista?
–Sí, todavía sí: la llegada, el premio. Tiene que ver con que el hombre es el primero en llegar. Hay una diferencia física, biológica. Se está generando un cambio, pero falta mucho todavía. Creo que hay más diferencia con los discapacitados que reciben menos dinero que los convencionales. Ahí está aún más marcado. En las carreras de calle van entendiendo que los corredores de elite, tanto los hombres como las mujeres, deben recibir el mismo premio. Ahú se da una modificación, pero falta mucho.
–Respecto al rol de la mujer en el deporte, ¿cuál es tu punto de vista?
–Es clave porque la mujer deportista transmite un montón de cosas, valores, fortalezas... Hay un mensaje que demuestra que se puede ser mamá y hacer un deporte de alto rendimiento. En el atletismo argentino tenemos ejemplos en Marita Peralta, Mariela Ortiz, María Luz Tesuri. Hay casos que nos enseñan que se puede hacer todo. A veces es cuestión de animarse y no importa con ser atletas de elite. Pasa por hacer algo que nos haga bien, que nos de un lugar de expresión y superación que sea propio.
–Hoy corrés muy poco en la calle porque te enfocaste más en la montaña, pero te entrenás mayormente en la pista del Cenard. ¿Eso no es una especie de contradicción o contraparadigma?
–Es una gran desventaja. En las carreras cortas, como las de 10km, no lo noto porque el circuito no es tan agresivo como un 21k. Este año, corrí dos carreras de 21km y noté que podía sacar diferencia. Hace poco en San Juan me encontré corriendo mucho sola. En el Nacional de Famatina, La Rioja, era distancia corta y también me fue bien. Este año dejé de lado los 3000 metros con obstáculos porque es una prueba muy dura y pretendo enfocarme en la montaña.
Pese a las dificultades geográficas de entrenarse en una pista de 400 metros o en las calles de asfalto con escaso desnivel que tiene Buenos Aires, Chiara se las ingenió y será parte de la delegación que el próximo 16 de septiembre correrá el Mundial de Montaña de distancia corta en Andorra. Como no podía ser de otra forma, con la clasificación llegaron los elogios, los mensajes y las promesas. Promesas que cayeron en un saco roto porque el apoyo nunca apareció, se esfumó. Solo de pasaje gastó 35.000 pesos. Por eso corrió algunas carreras de calle para sumar dinero y consiguió un subsidio del Municipio de Mercedes. Y como no le alcanza, claro, junto con su entrenador Fernando Díaz Sánchez, su novio Martín y varios amigos del deporte, está vendiendo un bono contribución de $100 que tendrá un sorteo con varios premios (un par de zapatillas Balance, un buzo y una remera). “No me da vergüenza pedir ayuda porque esto es un sueño. Sí soy consciente de que así es más difícil que este deporte crezca. En su momento se hablaba que la Confederación Argentina de Atletismo (CADA) se iba a hacer cargo, pero no pasó. Para este viaje te das cuenta la falta de apoyo. Se habló mucho pero no apareció nada concreto. La respuesta que tuvimos de la CADA fue que como era un deporte en crecimiento o que recién empezaba a estar bajo su órbita no había presupuesto. Por eso saqué los pasajes lo antes posible, para que no se encarecieran más”.
–Lo que pasa no es algo nuevo, es casi histórico…
–Claro, da un poco de bronca, pero si te quedás con eso tenés que dedicarte a otra cosa. Si mirás para atrás siempre fue igual. Es un tema de cabeza muy complicado porque no se invierte en este deporte y cuesta. El atletismo no tiene el espectáculo del fútbol o el tenis. Hay excepciones, obvio, como un Juego Olímpico, un Mundial. El cambio se va a dar cuando los atletas nos unamos, con un proyecto para todos, inclusivo porque si los de arriba no se mueven ese cambio tenemos que activarlo nosotros que, mayormente, nos dedicamos a entrenar y delegamos en otros esas cuestiones. En este país es muy difícil ser atleta. Uno a veces vive colgado de una nube porque no quiere que todo esto lo afecte.