Ella es pelirroja. Él no. Ella es alta. Él no.  Ella habla perfecto inglés. Él apenas mejor que Cavallo.Ella es melómana y si no se mareara tanto en la ruta o hubiera tomado el Dramamine, podría tararear la última copla que cantó Yupanqui en Cerro Colorado, o la versión de “Hurt” de Johnny Cash o hacer un estudio comparativo entre Pink Martini y Mamita Peyote. Pero se olvidó el comprimido y algo impredecible se le expande. Él tiene comprimido en un I-Pod los 220 discos de Bill Evans. Él es más obvio y repetido, pero al oírlo en la llanura algo se expande como aquella melodía intraducible de Borges que nunca termina de decir la pampa.

 

Ella también vive a café con leche, y como a él, le gusta caminar bajo la lluvia. A los dos les gusta Radiohead, pero no los mismos temas. Los dos se visten con ropas iguales, jeans gastados, remeras, chalecos, zapatillas de trekking en verano. Y los mismos colores, azul, gris, negro, marrón, sus gamas. A ella le gusta El Entenado ,de Saer. Él parece un entenado. Hasta es probable que hubieran sido vecinos, compañeros de lucha o militancia, adversarios, clientes. La misma enfermedad. El mal de sí.  Y sin embargo, nada, nadie puede asegurar que si un día se encuentran, serán felices, juntos.

 

A los dos les gusta el frío, Idea Vilariño y el viento que sopla esa tarde en las calles de tierra de Acebal o Uranga. A los dos les gusta el café con leche.  Eso ya lo dije, en otro poema, aunque no hacía falta, va de suyo, cuando lo obvio es lo obtuso.  Él nació el 21, ella el 22 y sólo espero que ahora, él no empiece otra vez con la cantinela del soneto 22 de Shakespeare. No de nuevo. No esta vez. Pero se contiene, por fin. Algo está funcionando de nuevo, respira, sigue respirando“keepbreathing…” sale del estéreo, Radiohead, “Música para el final de una película”, Romeo y Julieta. Llega el final de los créditos. El final y ella traduce.  Él respira como aquel niño anfibio que jugaba a durar bajo el agua. Keepbreathing.  Su tema favorito. El de los dos. Otra coincidencia. Y cuando llegan a Bigand cae el cidí de Idea en el equipo: los 75 poemas de Onetti, la voz suplicante con las mil maneras de morir de amor. De matar.

 

Los lentes de sol ayudan al disimulo, el cauce húmedo y leve del párpado. El de él, en el poema 4:“Escribo, pienso, leo”.El de ella, en “Carta 3”. Vilariño te asesina. ¡Quécarajo podés hacer con un Dramamine…!Tenía la misma voz de mi abuela, dice ella. Yo la conocí, dice él. Uno pone la voz, otro el cuerpo y se dan el primer beso. En el centro de Bigand, para cuando suena lo más triste: “Ya no”,parecen felices. Empiezan a hablar de literatura, de registros, de estilos, formas de demorar el segundo beso.

 

Él piensa una cosa estúpida y otra más seria. Piensa, si hará o no la prueba en el bidet con la pincita de depilar. ¡Si será cierto que es pelirroja! ¿Si será cierto que esta mujer dulce con la cabellera de leños de la mujer de Bretón y el silencio justo entre frases que parecen aforismos, aunque hace pis en todos los pueblos, y aunque necesita urgente un Reliverán, se quedará con él las tres noches que necesita un muerto para volver a ser feliz? Ella lo ha sacado del agua o a la ruta(lo mismo) y le ha jurado que en “Esta tarde vi llover”, la versión Bill Evans de Manzanero, no va a irse, porque está pensando lo mismo. Una cosa tonta y otra más seria. Ella está pensando cuánto será él de pequeño, y qué significan tres noches.

 

Pasan el peaje de Coronel Domínguez, pasan la curva larga de Pavón Arriba y entra “Takethiswaltz” al estéreo:“Toma este vals”, de Lorca, por Leonard Cohen. Cuando se miran, la luz del ocaso los ha vuelto perfiles, sombras, entonces, por las dudas (no sea que la oscuridad se lleve el sueño), se toman de las manos por primera vez en la vida.