El actor, productor y guionista Dean Devlin da su segundo paso como realizador con Latidos en la oscuridad, un típico exponente del thriller industrial contemporáneo, con todas sus luces y sombras a flor de piel. La carrera como guionista del neoyorquino incluye títulos como Día de la independencia y la versión 1998 de Godzilla (el contacto Roland Emmerich) y, como productor, su CV incorpora largometrajes de alto impacto como El patriota. Su tránsito por el centro neurálgico del negocio del cine, por lo tanto, parece garantizar un conocimiento profundo de “aquello que quiere la gente”. En su ópera prima, Geo-tormenta, estrenada el año pasado, ese resbaloso concepto estaba ligado a la tradicionalmente catastrófica destrucción del mundo. En este caso, se trata de otra vuelta de tuerca del clásico juego de gatos y ratones, con un punto de partida que reutiliza con mil y un aditivos el viejo truco de La ventana indiscreta: la circunstancia casual que transforma al protagonista en testigo de un crimen y, como consecuencia directa, en víctima de un enemigo devenido incansable perseguidor.
Sin yeso inmovilizador, el joven Sean (el irlandés Robert Sheehan), junto a un amigo y colega convenientemente latino, aprovecha su trabajo como empleado de valet parking de un restorán para una práctica tan arriesgada como provechosa: meterse en casas ajenas mientras los dueños cenan en el local. Es durante uno de esos raids delictivos que el muchacho se topa con la imagen menos esperada, la de una mujer golpeada, atada de pies y manos, la boca tapada para evitar sonidos indeseables. El propietario tiene todas las marcas del psicópata marcadas a fuego en el rostro, cortesía del actor de carácter David Tennant, enésimo exponente del asesino serial cinematográfico con un coeficiente intelectual estratosférico.
A pesar de su cualidad algo mecánica, sería injusto no destacar el aceitado funcionamiento del primer acto de Latidos en la oscuridad: el suspenso actúa y los “¿logrará salir antes de que llegue?” logra atrapar e incluso inquietar con armas legítimas. El problema, desde luego, es sostener esas zozobras durante casi dos horas, en particular cuando la lista de personajes se amplía considerablemente y los giros, desvíos y situaciones cada vez más inverosímiles se acumulan de manera desenfrenada. El guion de Brandon Boyce, otro profesional de Hollywood, transforma lo que podría haber sido un poco original pero efectivo paseo por las delicias del suspenso cinematográfico en un modelo copycat de decenas de relatos similares, que va menguando su interés a medida que se acerca el enfrentamiento final y desenlace.