Empecé a escribir este cuento sin saber hacia dónde iba. Por el momento era solamente un trabajo que me habían encargado para un concurso literario en el que sería también jurado. La consigna que me habían dado era empezar a escribir una historia y dejarla trunca. Los concursantes debían terminar el cuento escribiendo a partir del punto en que yo lo había abandonado. Me pareció algo bastante sencillo de resolver y avancé en el relato hasta una situación que todos los lectores reconocerán, un instante en que el cuento se despeña por un acantilado. Creí que estaba bien así, pero cuando llegaron los trabajos de los concursantes y empecé a leerlos, me di cuenta de que en realidad las opciones que les había dejado para resolver eran muy pocas, había un grupo mínimo de variantes que todos los cuentos repetían muchas veces, cada uno a su manera. Me pareció un desafío muy interesante escribir el cuento completo, encontrando una posibilidad que fuera completamente diferente, que a ninguno de los concursantes se le hubiera ocurrido, una posibilidad  capaz de sorprenderme a mí misma como lectora. Y me jugué al recuerdo, a esa historia real que yo había vivido en la infancia y que hasta entonces había tratado de contar de mil maneras sin encontrar una que me dejara satisfecha. Esta vez creo que lo logré, los lectores dirán.