Nos conocimos con Chicha en el 83, cuando crucé el Río para hacerme de una información que guardaba en una lata de té, enterrada en los fondos de su casa en La Plata. Alguien le había pasado el papelito en un apretón de manos mientras hacían la ronda en la Plaza de Mayo.

Recordaba con precisión que hablaba de un bebé pelirrojo y de inmediato su memoria enfocó la otra orilla del Plata. Como los mensajes delicados, este hizo un camino secreto. Pasó de boca a oreja hasta llegar a mí, que hasta entonces no había tenido ninguna pista de fuentes confiables.

Chicha nunca llegó a encontrar la lata de té enterrada y nos valimos de palabras y fechas probables, que su memoria había retenido.

Eran tiempos donde llegaba mucha información a los organismos de derechos humanos argentinos. Recién estaban saliendo a la luz pública los crímenes sucedidos durante la dictadura y sin duda el conocimiento del secuestro de niños, conmovió no solo a los argentinos sino a la comunidad internacional.  

Luego vino mi decisión de dejar Uruguay para radicarme nuevamente en Argentina y pasar a trabajar con Abuelas de Plaza de Mayo en su local de la calle Montevideo, en la Ciudad de Buenos Aires, que Chicha Mariani presidía.

Cerca de 30 años después visité a Chicha, en su casa de La Plata, con mi hijo Simón, el niño pelirrojo, del que nunca se había olvidado.

Fue el mejor homenaje que pudimos hacer a esa vieja luchadora que aún retenía en su memoria, los nombres e historia de tantos y tantos niños y niñas que junto con su Anahí, seguía buscando.

Hasta siempre, querida Chicha.

* Ex detenida-desaparecida.