El 24 de octubre de 1695, a los setenta años, Luis Romero de Pineda murió como consecuencia de una enfermedad infecciosa que un mes después llevaría a la muerte a Antonita, su mujer. Fue sepultado en el convento de San Francisco de Santa Fe. No hay ninguna inscripción sepulcral que dé cuenta de ello.

La merced de Pineda se dividió entre las dos hijas. Una legua fue para Francisca, que cedió los derechos a su único hijo, Luis González Recio. Tres leguas y media para Juana, desde el linde con su hermana hasta La Matanza. Fue la mayor beneficiada pero con la obligación de hacerse cargo de las deudas económicas de su padre.

Juana Romero de Pineda de Gómez Recio, la primera gran heredera del Rosario, falleció en 1740. Su último testamento –de los tres que hizo en distintos años– fijó el futuro de sus cuatro hijos vivos: Andrea recibió media legua desde el paraje La Matanza al norte y un cuarto solar; Domingo, media legua y otro cuarto más “por lo mucho que me ha servido para pagar las deudas” que dejó su marido; Juan, media legua de tierra y un cuarto solar al sur del arroyo Saladillo; Francisco, media legua; más un cuarto de solar a su nieta Bertolina,  y otra media legua para pagar su entierro.

La muerte de Juana obligó a sus herederos a afrontar la sucesión. Optaron por pagar las deudas pendientes al capitán Narciso José de Suero, el gran acreedor, que ya había embargado 4620 vacas y 150 caballos a Juana y sus hijos. Esta vez recibió una legua más 650 varas. Para tomar posesión de la tierra del Rosario se fijó un mojón divisorio, un riguroso árbol de algarrobo como límite, como un punto imaginario de la barranca del Paraná, al que denominaron Arbolito de la Cruz.

Suero se transformó en dueño de las tierras desde el arroyo Saladillo hacia el norte y redujo a la primera merced de Romero de Pineda a una extensión al sur, hasta que por falta de herederos hombres el apellido del primer poblador, descendiente de colonizadores, se fue extinguiendo. 

A Suero solo lo animaba –como buen fenicio, el estigma que define a los rosarinos– hacer buenos negocios. A solo tres días de tomar posesión de las tierras que fueran de Romero de Pineda, las dividió en lonjas con frente al río Paraná y fondos según el rumbo este a oeste y las vendió a los nuevos vecinos: capitanes y  comerciantes españoles e italianos que llegaban a un territorio desolado.