Luis Zorz encoge los hombros. Como si le hubieran preguntado cómo es respirar. Tiene 90 años y lleva 75 como artista del fileteado porteño. Al punto que la legislatura de la ciudad lo reconoció como “artífice del patrimonio cultural”. Suyos son, por ejemplo, los fileteados de la caja registradora del Café Tortoni, de la esquina Homero Manzi, de un restaurante de Sarmiento y Rodríguez Peña y de las lámparas y las vidrieras de Plaza Mayor, por mencionar algunos que todavía pueden verse en las calles y bares de Buenos Aires, ya que las viejas empresas carroceras no funcionan como antes. Trabajó tanto (y sigue haciéndolo, pues el reconocimiento no le vale ningún apoyo económico oficial) que lo tiene increíblemente naturalizado. Como respirar. Ser parte de la historia cultural de la Ciudad o haber frecuentado a alguno de sus artistas más relevantes –cuelgan dos cuadros de Quinquela Martín en su living, por ejemplo– le resulta cosa cotidiana. Zorz recibe a PáginaI12 junto a su esposa María y uno de sus discípulos, Diego Smolovich, quien asumió la tarea de pasar revista a todos los trabajos del maestro que aún pueden encontrarse en la calle. Lejos de renegar de las nuevas formas de expresión en las paredes de la ciudad, Zorz las celebra y rescata el grafiti como una expresión más del alma porteña.
–¿Cómo empezó?
–Tenía pocos años, 14 o 15. Iba a la escuela y en Avenida La Plata y San Juan había una carrocería donde conocí a este maestro, León Untroib, al que siempre veía pintando. Ahí me inicié con trabajos de pintura y el filete vino al tiempo.
Eso de que “el filete llegó después”, en rigor, refiere a los trabajos más grandes. A los mencionados del Homero Manzi, el Tortoni u otros como el del Tuñín (que ya no existe), Zorz recuerda especialmente el aporte que hizo a las placas de homenaje a la mayoría de los grandes nombres del tango e incluso ilustraciones que hizo para una enciclopedia, Los grandes del tango. “Soy un ilustrador del tango, entiendo un poco de su historia, aunque no soy un especialista, pero siempre ilustré eso”. ¿Los conoció? A muchos, o casi todos, pero lo comenta al pasar y no ahonda. Es, otra vez, un paisaje natural de lo que ve como historia de juventud, cuando aún milongueaba por los clubes de barrio e iba ganando notoriedad como artista. Después le tocó homenajearlos con su arte.
Su maestro, León Untroib, cuenta, era un inmigrante polaco –sus padres, en cambio, eran inmigrantes italianos– y fue quien le abrió los secretos del arte que por entonces todavía era considerado un oficio. “Se empezó a reconocer el filete de Buenos Aires cuando dos investigadores hicieron un libro contando su historia”, señala Zorz. “Es extenso el tema del filete en su historia, su dimensión, empezó en los carros, en el transporte antiguo”. Cuando su discípulo menciona los colectivos, el veterano asiente, pero advierte que con los colectivos llegó “otra historia, otra manera de filetear”. Y aunque el espíritu de la disciplina se mantuvo, lo que cambió, explica, fue la inspiración. “El de los colectivos no es el filete tradicional, que se veía en las volutas, sino que era otra estética, con líneas que salían”, señala. “El filete sale originalmente del yeso, de la moldura, el filete era el ornato hecho pintura, ese es su origen y su dificultad era buscar la luz y la sombra que se ve en las molduras y que lo inspiran”, explica.
Pese a esto, reflexiona, el filete tiene algo de inmanente y se mantiene intacto pese al paso del tiempo, en parte porque era y es un arte esencialmente individual. “Cada uno tiene su historia, cada fileteador lo hace a su manera, es un arte individual y cada uno pone su pintura, su técnica, sus colores”, cuenta.
–En las paredes hay obras de Quinquela Martín...
–¡Ah, pero esas son cosas de mi hijo! A Quinquela lo conocí, pero esa es otra historia. Lo mismo a muchos pintores boquenses, trabajé con varios de los artistas plásticos boquenses con los que ilustré varias cosas. Hace muchos años allá estaba la “Montmartre porteña”, como se decía en esa época. Eran todas buhardillas donde cada pintor tenía su atelier. Nunca trabajé ahí, pero visitábamos a los amigos y charlábamos de arte. Me acuerdo que Quinquela daba una “orden del tornillo”, como ahora se da la “orden del tallarín” o esas cosas.
–Usted le fileteó las guitarras a León Gieco, ¿cómo fue eso?
–Antes de un viaje que tenía que hacer, vino a casa a pedirme que le fileteara unas diez o quince guitarras criollas. Creo que él estaba en Odeón en esa época y se llevó esas guitarras a Europa, creo que para sortearlas.
Más allá de casos excepcionales, como esas guitarras de Gieco, Zorz advierte que casi toda su obra, y lo mismo la de sus colegas, “está en la calle”. “Es como los murales, aunque si un pintor hizo un mural, capaz al año le pintan otra cosa encima”, lamenta. “Además aparecen otras cosas, como el grafiti, que también es muy interesante y no compite con el filete”. El grafiti, asegura, “es otra forma de expresarse” y la valora mucho.
“El filete expresa una pintura popular de Buenos Aires. Una expresión más de la ciudad. Y no ha cambiado. Creo que el filete tiene vida para siempre, está armado y tiene vigencia”.