Muchas veces me han llamado de las radios o de la tevé para opinar sobre otras tragedias similares en otras partes de Estados Unidos y al final me he despedido con “hasta la próxima matanza”, lo cual, por supuesto, no tiene nada de gracioso.

Alguna otra vez algunos estudiantes me han dicho que soy demasiado cruel al decir que esa es una “tradición americana”, pero les respondo que mucho más cruel es ponerse a rezar cada vez que ocurre una matanza en el país más rico del planeta y no hacer nada para cambiar la realidad cultural o legal (por no hablar de los intereses del mercado, de la Asociación del Rifle, etcétera.) que produce ese absurdo.

Esta matanza ha ocurrido del otro lado del río St. Johns donde está nuestra universidad, Jacksonville University, es decir, ocurrió en el centro de la ciudad, en el área comercial que da al río y donde suelen estacionar los yates, donde está el centro financiero, espacio que comparten los superricos con los superpobres en diferentes horarios. Del lado Este de la ciudad están las propiedades de varios millones de dólares, mientras del lado Oeste los pobres y (como todo aquí) la zona más violenta, donde casi todos los días mueren personas por armas de fuego. Hace poco murió una niña hispana que, en un estacionamiento, esperaba en el auto con su padre a que su madre volviese de una compra. ¿Alguien recuerda este hecho? Obviamente sólo las víctimas. ¿Por qué llama la atención esta y otras matanzas? Porque en un solo evento murieron más de dos o tres personas, y es sólo cuestión de esperar que el presidente salga lamentándose de la tragedia, una o dos lágrimas de cocodrilo, mientras los pro armas (en base al ridículo mito de que Estados Unidos es libre de tiranía porque gran parte de población está armada) repiten que “este no es el momento para discutir el tema de las armas” (nunca es el momento) y luego a otra cosa mariposa. Esa es la única diferencia para que el mundo hable de una tragedia de tres o diez muertos en un tiroteo y olvide que cada año aquí mueren 30.000 personas por armas de fuego, más que en cualquier guerra.

A eso hay que agregarle la cultura deshumanizada del consumismo y de las realidades virtuales. Algo que, por supuesto, como casi todo lo demás, se exporta hacia las colonias, es decir, a casi todo el resto del mundo. Es hasta alegórico que el lugar donde ocurrió esta tragedia sea donde se reunían aficionados a los videojuegos. Hace poco un joven escapó con un avión y cuando le dijeron que volviese al aeropuerto dijo “no se preocupen; he jugado a muchos videojuegos”. Se estrelló, naturalmente.

Las armas en Estados Unidos son la segunda religión después del cristianismo, y por lo tanto ningún hecho ni ninguna razón va a cambiar nada. Al menos que haya un cambio progresivo en los mitos fundacionales.

* Escritor uruguayo-estadounidense.