Dado el incalculable daño causado a la República por este gobierno, la verdad es que la respuesta popular ha sido hasta ahora muy prudente. El desastre económico y social (hambre, desempleo, destrucción del sistema productivo y provisional, y de la educación, salud y ciencia) ha alcanzado niveles que jamás nadie imaginó. Pero el presente ominoso que vivimos -siendo doloroso y desalentador- no por eso ha vencido al pueblo argentino ni mucho menos.
Y tampoco lo doblega el circo periodístico, pletórico de fotocopias dudosas y sin pericias caligráficas, que ofrece arrepentimientos insinceros arrancados a fuerza de chantaje judicial. Con lo que las “confesiones” son truchas porque los dizque “arrepentidos” son corruptos perdonados a cambio de acusaciones verbales y sin pruebas, como si el deshonor se lavara con el agua bendita de Comodoro Pro. Y encima no deja de ser llamativo que en la lista de empresarios coimeros que se autoincriminan diariamente ante el sergiomoro argentino sigue sin ser citado el Sr. Franco Macri. Ausencia más que notoria, impresionante. A menos que sea el único hiperempresario que jamás ofreció ni cobró una coima.
Pero sí es verdad que la organización de la oposición se ha demorado, en parte por la velocidad, audacia y heterodoxia con que el oficialismo impone decisiones, a la vez que siembra cizaña y miente con descaro. No obstante lo cual, aunque llevó más tiempo del deseado, la organización popular empieza a ser visible.
Obviamente no es un proceso concluído y su evolución es lenta y probablemente será dolorosa, porque el más grave daño moral infligido a la república por este gobierno es el odio que instalaron, que es un odio de clases, un odio gorila que genera resentimiento en los subsuelos de la Patria y hoy opera con la misma ferocidad que en los bombardeos criminales de otros odiadores, los de junio de 1955, que de hecho son los mismos, reciclados, porque estos son hijos y nietos putativos de aquellos oligarcas, igualmente corruptos y violentos.
Por eso quizás sea pertinente hablar de una Segunda Resistencia. Que, como hace décadas, se está gestando y será una tromba, aunque quizás todavía no se vea clara porque aún es tiempo de apechugar y tomar impulso.
Quizás muchos jóvenes ignoren qué fue la Resistencia Peronista, nombre con el que la Historia Argentina recuerda el enfrentamiento a las dictaduras y gobiernos civiles instalados a partir del golpe de estado que el 16 de septiembre de 1955 derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón. Hasta el 25 de mayo del 73, cuando una gran victoria electoral llevó a la presidencia a Héctor J. Cámpora, fueron 18 años de lucha contra todos los gobiernos instalados mediante golpes de estado y elecciones con el peronismo proscripto.
Si hace décadas aquella Resistencia -que fue sindical, estudiantil, juvenil, barrial y cultural e incluso religiosa- tenía por objetivo el regreso de Perón al país y la realización de elecciones libres y sin proscripciones, la de hoy puede y debe ser mejor. Porque ya no es sólo peronista, ni kirchnerista solamente, sino que ahora hermana a todo el pensamiento nacional y popular, incluyendo a los muchos radicales que no se doblaron, a los socialistas de buena memoria que honran a Alfredo Palacios, a las organizaciones de la izquierda nacional y a decenas de colectivos que se plantan día a día frente a la canalla neoliberal, reclamando de manera pacífica el fin de este oscuro período de latrocinio y odio.
Es un pueblo el que se está plantando frente a los nuevos dictadores de este tiempo miserable. Es tiempo de optimismo, entonces, si como pensamos la Segunda Resistencia ha comenzado. Fragmentada y pacífica, pero consistente, ya se la ve en las calles, los muros, las fábricas, las plazas, los puentes. En el repudio y la puteada cada vez más sonoros. En los maestros y ahora en los estudiantes, una vez más vanguardia de resistencia. El universo sindical que con excepciones tiene vocación retardataria, se sumará más temprano que tarde. Y todo en paz, esta vez sin más armas que las ideas y principios libertarios, la convicción democrática y el anhelo de justicia, soberanía, trabajo y dignidad. Y con el sentimiento patriótico renovado, para enfrentar al coloniaje.
Esta Segunda Resistencia convoca a militantes de todos los orígenes, hermanados en el repudio a la mafia ejecutivo-judicial y en la comprensión de que el centro y eje de la cuestión pasa por una nueva Constitución Nacional. Lo que es buenísimo, más allá de que algunos lo celebren como si descubrieran el dulce de leche. En esta columna lo afirmamos muchas veces: desde el mismísimo 27 de abril de 1956, cuando por un así llamado “bando revolucionario” los dictadores de entonces anularon la CN más democrática, social e igualitaria de nuestra historia (la de 1949), hubo memoria por lo menos en juristas como Jorge Cholvis y Eduardo Barcesat, y ahora también en un colectivo de ciudadanos notables, entre ellos Raúl Zaffaroni, Julio Maier, José Massoni y muchos más que trabajamos por una nueva Constitución.
Que es un camino largo pero inexorable, desde ya, porque replantea todo, como señala El Manifiesto Argentino desde 2002: que la salud, la educación y la previsión social son irrenunciables, indelegables e innegociables. Que las políticas sociales son derechos. Que los únicos monopolios deben ser para defender recursos naturales, servicios públicos sociales y desarrollo de áreas estratégicas. Que los recursos naturales en todo nuestro territorio, en superficie y en subsuelo, son también irrenunciables, indelegables e innegociables, y no serán jamás garantía de endeudamientos o negociaciones financieras, y se anulará toda extranjerización. Que la soberanía será de doble carácter Nacional y de Unidad Latinoamericana, y que desde esa concepción la Argentina promoverá la paz con paz y no se integrará a políticas guerreristas internacionales. Que los derechos históricos, geográficos y jurídicos sobre las Islas Malvinas son inclaudicables. Y entre muchas otras disposiciones, que la transparencia de todos los actos públicos y/o de gravitación social será Política de Estado -de una buena vez- y se caracterizará por el control, lucha y castigo de toda forma de corrupción, para lo cual es prioritario -ab initio e in totum- declarar en comisión a todo el Poder Judicial.
Como toda resistencia política, pacífica y patriótica, es difícil pero es posible.. Y sobre todo es urgente y necesaria.