Hijo de madre y padre calabreses, Daniel Santoro nace en el barrio de Constitución en el año 1954. Egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, en la década del ‘70 inicia su camino en la militancia del peronismo y, desde entonces, participa en numerosas exposiciones individuales y colectivas.
En 1982, Santoro comienza a trabajar en el taller de escenografía del Teatro Colón y a fines de la década viaja numerosas veces a Oriente y profundiza su estudio sobre aquellas culturas. Como consecuencia, en muchas de sus obras confluyen la evocación de íconos de la cultura peronista con elementos de la cultura oriental. “Me planteo construir un cuerpo iconográfico que dialogue y cuestione a los íconos ya establecidos”, afirma Santoro a la hora de explicar el vínculo de sus obras con el devenir histórico.
En diálogo con Universidad, el célebre artista hizo hincapié en la proliferación de las carreras vinculadas con el arte, la era digital y su influencia sobre las manifestaciones artísticas, el rol de la divulgación del arte y el lenguaje de sus obras.
Como egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes, ¿cómo ves en la actualidad el crecimiento de las carreras artísticas en el sistema universitario?
Es notable la proliferación de carreras que, en la mayoría de los casos, no tienen mucho que ver con la formación de artistas, sino más bien con la conformación del fenómeno del arte. Esto es: curadurías, gestores, teóricos. Es decir, el fenómeno se devoró al fenómeno artístico. Son pocas las novedades en el arte, en realidad son casi nulas al menos en estos últimos 30 años de la postvanguardia. En cambio, las instituciones del arte crecen a ritmo desenfrenado: nuevas disciplinas, nuevos museos, nuevas fundaciones, nuevas bienales. Lógicamente la universidad multiplica su oferta al mismo ritmo. El mundo del arte es una buena y prestigiosa salida laboral, pero sinceramente creo que es irrelevante a los fines de una eficaz formación de los artistas en ese sentido. Las cosas no evolucionan ni cambian demasiado, es en los talleres de los artistas donde las cuestiones del arte que más importan siguen prosperando.
¿Qué lugar considerás que ocupa la formación en el desarrollo profesional y creativo de un artista? En la era digital, ¿considerás que hay espacio para el surgimiento de vocaciones artísticas? El vertiginoso avance de la tecnología, ¿nos exige pensar en un nuevo arte, tanto en lo que respecta a las posibilidades de acceder a él como en su producción?
Considero que la formación de un artista es lo único que importa, y se da en contacto directo con otros artistas que puedan transmitir experiencias reales, ya sean maestros o colegas. Esto puede suceder de forma sistemática en una institución educativa o fuera de ella con la misma validez y calidad.
Siempre habrá alguien que quiera dibujar, pintar, modelar, hacer arte de alguna manera, como alguien quiere tocar el violín o un teclado. Las nuevas tecnologías enriquecen las maneras de expresar el viejo oficio que casi no varía desde hace más de 40.000 años. No hay nuevo arte, solo hay nuevos medios que se suman a los tradicionales, y esto a veces nos hace las cosas más fáciles y vistosas.
Durante los últimos años lograste vincular el mundo de la pintura con el de los medios de comunicación, con programas de televisión como el ciclo La Patria a Cuadros que se emitió por la TV Pública. En el programa, junto a María Moreno, proponían reflexionar sobre la historia nacional a partir de la obra de distintos artistas argentinos. Tu obra también está presente en espacios públicos ¿Cómo te encontrás en ese rol de divulgador?, ¿considerás que el intelectual o el pintor tienen la misión de estar cerca de la comunidad, de promover el acceso a la cultura?
Sin dudas, la difusión es una tarea que me gusta asumir en el marco de mi oficio específico. El programa con María Moreno tenía ese objetivo: acercar la pintura a un público amplio, sin perder la calidad ni la profundidad de los análisis. Por otro lado, me gusta la producción teórica, pero ligada siempre al hacer visual. Digamos que la pulsión escópica está al mando en ese hacer.
Me considero parte de la comunidad. La docencia, en mi caso asistemática, es primordial. No creo válida la dicotomía entre un arte de élite y un arte popular. Solo existen distintas calidades y, sin dudas, democratizar el acceso del pueblo a la cultura es central para mi.
En relación al vínculo entre la historia del país y la obra de sus artistas, en tu caso es muy estrecho dado que el peronismo y su iconografía fueron y son protagonistas destacados en toda tu obra. En ese sentido, ¿cómo definirías a tus trabajos en esa perspectiva histórica? ¿Qué podemos ver del paso del tiempo en Argentina cuando las contemplamos?
Trabajo desde hace unos 20 años temas ligados a esa irrupción histórico-cultural que es el peronismo. Lo trabajo como el gran relato histórico que es, me gusta pensarlo en relación a la historia del arte universal. Me sirven las más diversas cosmogonías y sus iconografías incluso orientales, me planteo construir un cuerpo iconográfico que dialogue y cuestione a los íconos ya establecidos.
No descarto las lecturas, si se quiere perversas, de esas imágenes siempre que algo de poesía surja a partir algun forzamiento. Lo mío no pasa por ninguna celebración, por lo cual mis obras generalmente están desactivadas para los usos canónicos de la política, aunque no descarto referencias a la actualidad, sobre todo con alguna distancia o rasgo humorístico.