Cuando en 1907, la nadadora Annette Kellerman salió de las aguas de Revere Beach, en Boston, vistiendo un ajustado traje negro de una sola pieza, el modelito causó tal escándalo que la reputada lady –que sumaba ya varios récords mundiales en natación femenina– acabó tras las rejas por indecencia. Decoro significaba sumergirse (e intentar no ahogarse) en pesados vestidos largos con mangas abullonadas, bombachos con largas medias, zapatillas de baño; un look que difícilmente hubiera permitido a Kellerman sobresalir en el deporte acuático. Pues, en otro deporte, esta vez terrenal, 111 años más tarde, otro catsuit negro, curiosamente similar, está dando que hablar: el que la descollante tenista Serena Williams, dueña de 23 títulos de Grand Slam, se calzó en la última edición de Roland Garros. Un atípico y ceñidísimo outfit que, lejos de intentar agitar el avispero fashion, responde a la necesidad, a la practicidad. Williams –que usó la prenda a 9 meses de haber dado a luz– ha tenido que adaptar su vestuario para regresar a las canchas: Nike diseñó la poderosa pieza (que hizo sentir a la damisela como “una Pantera Negra, la reina de Wakanda”) para ayudarla con sus problemas de coagulación. “Podrán quitarle el traje, pero jamás le sacarán los superpoderes”, fue la respuesta que dio la mentada marca cuando explotó el quilombete.
Sucede que los pasados días el presidente de la Federación Francesa de Tenis, Bernard Giudicelli, aseguró que el ya icónico mono había llegado “muy lejos” y que sería prohibido en futuras competiciones. “Hace falta respetar el juego y el lugar”, fueron las palabras del señor, que adelantó que habrá un reglamento más restrictivo para jugadoras desde el año próximo. “La prenda no es precisamente típica, pero ¿qué es típico realmente? ¿Quién establece las reglas?”, había dicho Williams poquitos meses atrás. Al parecer, el rancio Giudicelli, que quiere poner coto a la presunta extravagancia en pos del honor de la competición. Empezando por el catsuit de compresión posparto de Serena, arbitraria y castrense prohibición…
“La vigilancia de los cuerpos de las mujeres debe terminar. El ‘respeto’ que se necesita es para con el talento excepcional que trae Serena Williams al juego. Criticar lo que usa para trabajar es donde reside la verdadera falta de respeto”, se despachó la legendaria tenista Billie Jean King (vencedora en el 73 de la famosa “batalla de los sexos”, contra Bobby Riggs). Otras voces han encontrado que la vaga explicación del presidente de la Federación huele a racismo al prohibir un traje con reminiscencias a una película que eleva la cultura afro e intentar ceñir a jugadoras negras a los estándares blancos de belleza. El New York Times, por su parte, analiza: “¿Por qué, en 2018, cuando las prendas de alto rendimiento son prácticamente una ciencia y la pilcha gender-fluides una realidad, la vasta mayoría de las jugadoras sigue repitiendo el gesto de llevar un pequeño colgajo de tela alrededor de las caderas para sugerir un vestido? Casi todas practican en shorts, y llevan shorts debajo de sus faldas en los torneos. Seguimos a la sombra de viejos estereotipos”.
Por lo demás, según voces galas en tema, el anuncio de un futuro código de vestimenta restrictivo no se condice con la propia historia del Roland Garros, conocido por permitir disruptivos colores e imaginativos modelos. La misma Federación francesa celebró dos años atrás “los atuendos más emblemáticos y más peculiares” con la exposición fotográfica Jeu, set et mode… Y a menudo se jacta de ser tantísimo más laxa en su dresscode que Wimbledon. Wimbledon, de hecho, ha ido rigidizando exigencias en el vestuario; fundamentalmente, el requerimiento de que los uniformes sean 99 por ciento blancos. Apenas permite una pincelada de color en alguna costurita que no exceda el centímetro de ancho y repudia cualquier manifestación del arcoíris en gorras y bandanas, muñequeras y medias, ropa interior. Hasta quien se anima a un tono en las suelas de las zapatillas recibe tirón de orejas por los excesivamente conservadores británicos, que remontan su tradición a los estándares victorianos, cuando sudar era considerado indecoroso y vestir de blanco les permitía transpirar menos, y que pasase desapercibida la impúdica exudación.
Así y todo, más de una traicionera gota debió correr por las frentes de las mujeres de antaño, que blandían sus raquetas vistiendo pesados faldones hasta el piso, enaguas, hombreras, sombreros, guantes y corsés a fines del siglo XIX. Recién en los años 20, la moda flapper se impuso, y las restrictivas prendas dieron paso a atuendos sueltos, vestiditos ligeros con dobladillo por debajo de la rodilla, polos de algodón, viseras deportivas. En los 30, se acentúa la silueta y se introduce la falda plisada, hasta la rodilla; en los 40, algunas (pocas) se pasan al short; en los 50, las cinturas ceñidas y chaquetas recatadas son monedita repetida. En los 60, haciéndose eco de la cultura mod, no faltan las túnicas aerodinámicas y las polleras ¡por arriba de la rodilla!, que van subiendo y subiendo en la décadas siguientes, con materiales más cómodos y prácticos. Hasta llegar hoy al famoso catsuit de Serena Williams. O al tutú a lo cisne negro, diseño del gurú de la moda Virgil Abloh (Louis Vuitton), que la tenista lució esta semana en el US Open. ¿Un guiño irónico acaso?