Desde finales de la década del 80, Andrea Fasani cumplía con un rito cotidiano. Atesorar los recordatorios de Página/12 para reencontrarse con rostros conocidos o ponerles nombre y apellido a miles de miradas por descubrir. Esos recortes comenzaron a transformarse en una huella de papel, que sintetizaban la historia de hombres y mujeres que ese mismo día fueron arrancados por el terrorismo de Estado. 

En esas piezas rectangulares de un rompecabezas incompleto, los desaparecidos gritan su lucha en tiempo presente y los suyos, prometen eternizar esa mirada que nunca dejará de ser joven.

A fines de 2005, Andrea decidió armar lo que bautizó como una “piel de memoria”. Decidió colocar cada homenaje publicado por el diario en un cuaderno, en decenas de miles de cuadernos. Pero a la hora de arrancar el armado, la duda pasó por la marca, por las muy distintas características que ofrecían los históricos. ¿Rivadavia, Laprida, Exito, Arte? Cuando terminaron de desfilar por su cabeza todos los que utilizó en su vida escolar, se decidió por el más barato, el más popular: Gloria de 24 hojas, el de la cinta patria. El de la tapa color naranja, ideal para contrarrestar tanto horror.

Pensando en mostrarla al año siguiente, a tres décadas del último golpe de Estado, la muestra se llamó 30. Y para completar la idea madre, Andrea cerró la intervención de la portada con un triple 0: 30 años, 30.000. En la primera página, los datos del compañero ausente y en las 23 restantes, un texto de los que podían citarlo en primera persona o la repetición del nombre con el fin de fijarlo para siempre.

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Andrea Fasani nació en Bahía Blanca y desde su adolescencia formó parte del movimiento plástico de la ciudad. Cuando comenzó a militar en la JP y el regreso del general estaba al alcance de la mano, su pincel se impregnó del espíritu Carpani. Se casó con Daniel Bombara, militante cristiano tercermundista y fue madre de Paula a los 18 años. En diciembre del 75, cuando las calles de la ciudad eran el reino de la Triple A, Daniel fue secuestrado.

El 2 de enero de 1976, después de 5 días de cautiverio, murió en la cárcel de Villa Floresta. Para no entregar el cadáver torturado, el Ejército simuló que desconocidos tirotearon a la ambulancia que lo llevaba a la morgue y robaron el cuerpo. La Nueva Provincia fue la encargada de difundir la versión oficial en tapa, con el objeto de cubrir el crimen.

Andrea y Daniel se habían prometido que si a cualquiera de los dos le ocurría algo, el otro se dedicaba a la crianza de Paula. Bahía se había tornado irrespirable, entonces las dos se fueron un año a Puerto Madryn, a casa de unos tíos. Un año de espera sin suerte, atravesado por las noticias del 24 de marzo y fundamentalmente, demasiadas respuestas incompletas de Andrea, a las muchas preguntas de su hija por su padre ausente.

En 1977 decidió instalarse en Buenos Aires, para estudiar en la Escuela Nacional Superior de Cerámica. Andrea protegida por el anonimato al que obligaba la gran ciudad y Paula quejándose porque solo veía un pedacito de cielo por una ventana, cuando en la Patagonia todo el celeste le pertenecía. Mientras seguían esperando la aparición de Daniel, el país vivía bajo amenaza de muerte.

El sábado 14 de julio de 1978, un grupo de tareas del Ejército la secuestró. Andrea compartía el alquiler de un pequeño departamento con un amigo de Bahía. A Miguel lo chuparon en su lugar de trabajo. Los dos eran muy cercanos a una dirigente de Montoneros.

Los militares le preguntaron a Fasani si tenía familia en Capital y les habló de una pareja de tíos que vivían en Belgrano. A esa casa llevaron a su hija.

Andrea fue trasladada al Banco, el centro clandestino que estaba a 200 metros de Riccheri y Camino de Cintura. Allí permaneció desaparecida 45 días y estuvo a punto de morir en la mesa de tortura. El encargado del dolor fue el Turco Julián. Buscaban datos de aquella compañera, de la que no tenían otra información que saberla con vida y a la que veían cada tanto en lugares públicos. El motor de la supervivencia fue el deseo de volver a estar otra vez con Paula. Andrea y Miguel sobrevivieron. A ella la vino a buscar su padre y con su hija se quedaron un mes y medio en su tierra natal.

Los milicos le ordenaron a Fasani que volviera al departamento porteño. Vivía en libertad vigilada y no podía salir del país. Sus verdugos la visitaban para constatar que todo seguía en “orden”. Andrea retomó sus estudios de cerámica y luego armó su taller.

En 2011, Andrea y su hija declararon en el juicio contra los represores que se llevó a cabo en la Universidad del Sur. La causa, “Daniel José Bombara contra V Cuerpo de Ejército”. Ese mismo año, el Equipo Argentino de Antropología Forense encontró los restos de Daniel en una tumba NN del cementerio de Merlo.        

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Las fotocopias de los cuadernos Gloria de Centeno gozan por estos días de una popularidad con pies de barro, producto del bombardeo mediático. La causa que amenaza con desplomarse a largo plazo, Cambiemos pretende sostenerla con respirador artificial. Por ahora, con esas hojas el Gobierno abanica al cadáver. Con la economía real muerta, fuga de capitales inédita, dólar desbocado, aparato productivo mal herido, mercado interno sin signos vitales y generaciones hipotecadas por deuda externa; lo único que tienen en stock es la demonización del pasado. 

Paralelamente, los fabricantes de Gloria están soñando con hacer negocio de esta sorpresiva aparición en vidriera. La marca que salió a la luz en la década del 50, desde 1994 es propiedad de Ledesma. 

El 10 de agosto pasado, Ambito Financiero tituló: “Gloria: la corrupción devolvió la fama a los cuadernos de papel”.  Un CEO anónimo dijo que “en el mundo del marketing hay una frase que reza: ‘no existe la mala publicidad’. Salieron muchas notas sobre los cuadernos, hablando de su historia y las características de las distintas ediciones que tuvo. Son especies de publinotas sin que nosotros tengamos que hacer nada. En las últimas semanas, había artículos en varios diarios, hablando del producto sin que nosotros lo busquemos”. El gerente sin nombre confirmó que aumentaron las ventas: “Lo que puede haber pasado en estos días es que, al elegir, la gente se decidió por uno que vio en los medio”. El 24 de agosto, El Cronista encabezó con, “La causa de los Gloria revive la vieja rivalidad del mercado de cuadernos”. Planteaba que la empresa de Blaquier, domina el 80% del mercado y que ahora espera quedarse con el 91%, a través del efecto Centeno.

Sin embargo, aquello que decía Natalio Botana, que “hablen bien o que hablen mal de Crítica, pero que hablen”, no fue una verdad tan rotunda para el ingenio hace siete años.

Recuerda Andrea Fasani, en un capítulo de “Funes, el memorioso” (AM750): “El 27 de julio de 2011, cuando faltaban cuatro días para la finalización de mi muestra en el Centro Cultural Haroldo Conti llegó una carta documento a nombre de Eduardo Jozami, en su carácter de director de ese espacio de la ex ESMA. Ledesma lo intimaba a levantar 30.000 en 48 horas, por daños y perjuicios a la marca Gloria, por relacionar el cuaderno con los movimientos subversivos de la década del 70”.

El Conti respondió con otro mensaje, hablando del respeto a la libertad de expresión que fundamenta nuestra constitución y a los pactos internacionales que obligan a profundizar ese lazo.

La empresa que organizó “La noche del apagón”, para secuestrar a 400 personas y borrar de la tierra a casi 60, es la misma que ordenó las dos detenciones y la posterior desa- parición de Luis Arédez. Es la que se siente cómoda con la prosa de Centeno y la chapa renovada que le ofrecen las tapas de la prensa hegemónica. Pero también es la que no podía soportar que los recuerdos que publica PáginaI12 desde su origen viajen en sus cuadernos Gloria, porque son testigos incómodos de la zafra de muerte a la que condenaron al pueblo de Libertador General San Martín. Primero con la bagazosis y luego con las camionetas de los grupos de tareas.