El título del nuevo largometraje de Daniel Rosenfeld, el director de La quimera de los héroes y la reciente Al centro de la tierra puede llevar a conjeturar algún sentido oculto, una relación metafórica entre la voracidad del animal y la necesidad creativa del artista. Pero es la voz del propio músico quien descarta esa posibilidad de entrada, durante el primer minuto de proyección de Piazzolla, los años del tiburón. “Si no puedo tocar más el bandoneón es que ya no puedo sacar más un tiburón y si no puedo sacar un tiburón es que ya no puedo tocar más el bandoneón.” Ese fragmento de audio, inédito hasta ahora, forma parte de una serie de cassettes grabados por Diana Piazzolla, la hija de Astor Piazzolla, en conversación íntima. Esas charlas, que tenían como objetivo ser la base de un libro biográfico sobre su padre que nunca llegó a escribirse (Diana falleció en 2009, a los 65 años), son, a su vez, una de las columnas sobre las cuales se sostiene el film de Rosenfeld, un detallado recorrido por la vida y la obra de uno de los mayores renovadores de la música ciudadana. Y, desde luego, un experimentado pescador de escualos.
La película, que se estrena hoy en varias salas de todo el país, regala una importante dosis de material inédito –los audios ya referidos, imágenes registradas por Piazzolla en los años 50 en los Estados Unidos e, incluso, el sonido de la primera grabación del niño Astor, inflando y desinflando el fueye en 1931– y ofrece una mirada a la vida creativa y privada de uno de los protagonistas centrales de la música argentina y universal del siglo XX. El lanzamiento viene acompañado de algunos bonus tracks: en ciertas funciones habrá una presentación previa del realizador y un concierto de bandoneón en vivo, “algo que recupera la idea del número vivo”, según afirma Rosenfeld frente a un café recién servido en el bar La Paz, testigo hace décadas del intenso movimiento de la calle Corrientes, uno de los focos milongueros en la era dorada de las orquestas típicas. Piazzolla, los años del tiburón no posee una estructura estrictamente cronológica y a un pequeño “bolo” en El día que me quieras, el film protagonizado por Carlos Gardel, puede seguirle el recuerdo de la gestación de “Adiós Nonino”, composición insignia del músico y, en sus propias palabras, “el tema más lindo que escribí en mi vida”.
“Durante la realización de mi primera película, Saluzzi, ensayo para bandoneón y tres hermanos, lo conocí a Daniel Piazzolla”, recuerda Rosenfeld. “Me acuerdo de que en un momento me dijo ‘nadie hizo una película sobre mi papá cuando estaba vivo’. Ahí fue que me comentó que Astor solía dividir su vida en partes iguales: una para la pesca, otra para componer y otra para las giras. Eso quedó dando vueltas hasta que, hace tres o cuatro años, surgió la posibilidad de encarar el proyecto. Y cuando aparecieron las charlas inéditas entre Astor y su hija Diana y los rollos de 8mm que él mismo había filmado en Nueva York, en la década del 50, vi con claridad que ahí había una película. Ese material es de la familia Piazzolla y, realmente, todos colaboraron mucho, en particular Daniel, de quien, además de su voz, está presente su mirada. Creo que la película es un viaje a la infancia. A la infancia de Astor, a la de sus hijos y también a la nuestra, porque se ve una Buenos Aires que ya no existe. La película esta construida en un 90 por ciento a partir de archivos. Hay mucho material inédito y el de- safío era cómo contar la historia, cuál debía ser el punto de vista. Con Alejandro Carrillo Penovi, el montajista, Mariano Nante, el productor, y Fernando Regueira, colaborador en la forma narrativa, se fue armando la estructura, que llevó finalmente un año y medio de montaje.
–¿Cómo fue ese proceso de organización a partir de semejante cantidad de fragmentos, de retazos de una vida y de una obra?
–Hay algo que estuvo presente desde el inicio: trabajar a partir de los audios inéditos. Lo primero que elaboramos fue el sonido y luego la imagen. Fue un proceso un poco extraño pero así se hizo. En la película hay veintitrés fragmentos de composiciones musicales, pero quien realmente quiera estar cerca de Piazzolla lo único que tiene que hacer es escuchar su música. Quien quiera leer su biografía tiene disponibles muchos libros, muy buenos, para poder conocerlo. Por lo tanto, la película tenía que contar algo distinto y ese algo era una intimidad, una pregunta acerca de dónde viene la música. Estaban las fuerzas que se mezclaban, la fragilidad del arte y de la familia, y de cómo todo eso es también parte de su música.
–¿Fue compleja la búsqueda de los registros de sus conciertos y presentaciones?
–Fue muy complicado el tema de los derechos. La película no tiene entrevistas a cámara, no hay nadie contando cosas. En algún punto es un Piazzolla por Piazzolla. Entiendo muy bien porque este tipo de películas dedicadas a un músico suelen tener muchas entrevistas, ya que el tema de los derechos hace casi imposible que se pueda hacer una película compuesta enteramente por archivos. En nuestro caso hay bastante material que obtuvimos en Francia. El estado de los archivos en Argentina es lamentable. Prácticamente no hay archivos televisivos y gran parte del corazón de la película vino de la mano de pequeñas colecciones personales, de admiradores de Astor que lo han seguido desde sus inicios, de diversas personas que son dueñas de archivos fílmicos, casi como una suerte de resistencia. Fue un gran trabajo artesanal, casi de arqueología, encontrar esos materiales en azoteas, armarios, hallar los fílmicos y transferirlos. No podía usar material de Youtube.
–La película muestra también los conflictos entre padres e hijos, un vínculo no siempre armónico entre el artista y el hombre de familia.
–Más allá del arco musical que intentamos describir, en el fondo también es una película sobre padres e hijos. La relación entre Nonino y Astor era muy fuerte y eso también se traslada de Astor a Diana y Daniel. Diana está presente a través de su voz y Daniel, en las pocas tomas en las que está filmado, escucha por primera vez esos materiales. Los seres humanos tenemos un montón de matices y Astor no era la excepción; entonces toda esa fuerza que tenía –de vanguardia, de ruptura, de estar siempre cambiando– también se trasladaba a las relaciones familiares. Me parece que las películas terminan siendo más ricas cuando no tienen una pátina de bronce. La genialidad de Piazzolla y el amor por su familia es indiscutible, de todas formas.
–Es notable ver hoy en día las reacciones que generó la transformación de Piazzolla, desde un tango tradicional a su período más revolucionario.
–Me pregunto qué es estar en la vanguardia, romper con lo establecido, en estos días. Escuchar una pelea telefónica de un músico con un periodista como la que se escucha en la película, una fuerte discusión sobre géneros musicales, es hoy algo insólito. Y lo hermoso de eso es que es políticamente incorrecto. Astor no tenía miedo de decir lo que pensaba. Y los periodistas tampoco. Hay algo de eso que me parece muy en desuso. Otra cosa que me impresionó mucho es el arco de vida, los cambios, incluso físicos, de los cuales fue testigo. Todo eso tiene que haber sido muy fuerte. Lo sabía de antemano, pero de todas formas me sorprendí al confirmar, de manera tan contundente, lo exitoso que fue su período con las orquestas típicas, con todas esas personas rodeándolo para que firme un autógrafo. En un momento de las grabaciones de Diana ella le pregunta si en esa época ya tenía enemigos y él responde que no, que los enemigos llegaron después. “Mis enemigos eran los pies”, dice. En un momento pensé que ese era un buen título para la película: las personas que no podían bailar con su música. La confrontación aparecía, a veces sin buscarla, otras buscándola.