Segunda adaptación más o menos libre de la novela La cena, de Herman Koch (existe una versión cinematográfica previa, la holandesa Het Diner, y una tercera, made in Hollywood, tendrá su premiere en unas semanas en el Festival de Berlín), Nuestros hijos forma parte de esa categoría de películas que podrían resumirse en la frase “¿qué pasaría si…?”, ubicando al espectador ante las consecuencias de un hecho traumático, de esos que suelen cambiar la vida y golpean con la fuerza de la disyuntiva moral. El realizador Ivano De Matteo comienza a plantear el dilema a partir de un suceso secundario: la muerte violenta de un automovilista, luego de un típico altercado callejero, a manos de un policía de civil, cuyos disparos terminan hiriendo a un pequeño. Casualidades melodramáticas de por medio, dos hermanos lidiarán con algunos de los corolarios de la tragedia: Paolo (Luigi Lo Cascio), cirujano en un hospital público, intenta devolverles la movilidad a las piernas del chico; su hermano abogado, Massimo (Alessandro Gassman), en tanto, se hace cargo de la defensa del homicida.
Que el primero sea un ejemplo acabado de progresía de clase media y el segundo un mucho más encumbrado representante de la burguesía no es casual: casi todo en Nuestros hijos orbita alrededor de blancos y negros –más allá de aparentar un juego con los grises–, de posiciones políticas e ideológicas enfrentadas que funcionan como alegorías de la sociedad en su conjunto. Las esposas de los hermanos (Giovanna Mezzogiorno y Barbora Bobulova), con sus diferencias de fondo y forma, no hacen más que reforzar ese concepto. El planteo central del film, sin embargo, llega algo más tarde, cuando se hace evidente que los hijos de unos y otros –dos chicos apenas adolescentes– podrían ser los responsables de una feroz golpiza e una persona indigente. ¿Qué hacer ante semejante revelación? ¿Actuar como lo indica la ley y los valores éticos personales o defenderlos cueste lo que cueste, buscando atenuantes reales o imaginarios? La cena está así servida para un choque entre las partes involucradas, donde consciente o inconscientemente las mujeres llevan todas las de perder.
Queda entonces en los dos hombres adultos la resolución del intríngulis, que no hará más que remover zonas erróneas del pasado y el presente para ampliar aún más la grieta que los divide. Si el film logra, en su primera mitad, generar algo de genuino interés por la trama y los personajes, Nuestros hijos patina en ese territorio tan resbaladizo hasta darse varios golpes contra el piso: son tantas las súbitas vueltas de tuerca (aunque sería más preciso hablar de vueltas de panqueque) que la historia termina avanzando como un thriller burdo y torpe hacia una escena final tan inesperada como chambona.