A Robert Zemeckis, director de Volver al futuro, le gusta volver al pasado. Al pasado cinematográfico. A los seriales de aventuras, desde una mirada irónica, en el caso de Tras la esmeralda perdida. Al film noir de los años 40, y al mismo tiempo a los dibujos animados de la Warner en la misma época, en ¿Quién engañó a Roger Rabbitt? Ahora se trata en parte del drama romántico con trasfondo de Segunda Guerra, y en parte del drama romántico de espías, dos especialidades también de los años 40. Zemeckis tiende a descansar sobre el aparato cinematográfico. En ocasiones previas, las actuaciones de Michael J. Fox (Volver al futuro), Tom Hanks (Náufrago), incluso Denzel Washington (El vuelo), proveyeron a sus películas del factor humano. En esta ocasión, en que ese factor debería adquirir mayor peso que nunca (se juega en la fina línea entre el amor y la sospecha), Brad Pitt no da la talla, con Marion Cotillard sola no alcanza y la cámara de Zemeckis demuestra no ser ducha en buscar la emoción de sus intérpretes.
Que un inglés escriba el guion de una película de espías es, de antemano, un buen dato: los británicos, maestros de ese arte, dominan también el de narrarlo. Guionista muy solicitado tanto en cine como en televisión, Steven Knight escribió los de Negocios entrañables (Dirty Pretty Things, de Stephen Frears) y Promesas del Este, de David Cronenberg, además de dirigir, sobre guion propio, el film de culto Locke. Clásica, la historia de Aliados se desarrolla en tres movimientos. En el primero, Max Vatan, agente de inteligencia canadiense (Pitt) cae en paracaídas en pleno desierto del Sahara, proveniente de París, para encontrarse en Casablanca (atención: cita) con una agente francesa a la que no conoce, y que posa de colaboracionista. Se llama Marianne Beausejour (Cotillard, con cortecito alla Lauren Bacall) y ambos deberán fingir ser marido y mujer, para ser invitados días más tarde a una fiesta en la residencia del embajador alemán y cometer allí un atentado.
Si la historia es clásica es porque los que fingen amarse no tardarán en hacerlo realmente, de tal modo que el segundo movimiento, el más breve, los encuentra contrayendo matrimonio en Londres y viviendo felices. Por suerte, no para siempre: el tercer movimiento –el más brutal, trágico y apasionante– es también el más inesperado y cargado de acontecimientos, por lo cual no debe ser contado. ¿Pero si no se habla de esa última hora de película, de qué se hablará entonces? Podría decirse que Aliados es un cruce de Casablanca (además de que la primera parte de la película transcurre allí, se cuenta la historia de un personaje que en un bar poblado de oficiales alemanes se para a cantar La Marsellesa) con Tuyo es mi corazón de Hitchcock. Una Tuyo es mi corazón que no funciona, claro, porque Brad Pitt no es Cary Grant y porque no hay un personaje como el de Claude Rains.
Pero ojo, Aliados no es una película desechable. Hay un par de esos actores ingleses notables, que es como si cargaran una bolsa de veneno cuyo contenido van dosificando en gestos y miradas, plano a plano. Uno es Jared Harris, pelirrojo que hacía de poco confiable jefe británico de Don Draper en Mad Men, y que aquí es el superior del teniente coronel Vatan. El otro es Simon McBurney, que hizo montones de personajes secundarios y es como una especie de ratita rastrera, que aquí se ocupa de darle a Brad Pitt, no sin cierto placer, la peor noticia. Por lo demás y salvo un par de disparates (dos chicas lesbianas que aprietan en público como si la Londres de los 40 fuera la Nueva York del siglo XXI, y una fiesta donde se consume cocaína como si ídem), está todo en su lugar. La película luce bien, hay un par de buenas escenas de suspenso, la gran escena de acción está bien montada, dice presente (aunque por poco tiempo) August Diehl, el mejor nazi del cine contemporáneo. Y Marion Cotillard está tan sensible como debía. Pero Brad Pitt no acompaña y la emoción no aparece.