Una de las mayores conquistas de una época que –quizás en forma errónea– vagamente denominamos macrismo, probablemente sea el logro masivo de una interpretación de la vida donde muchos perjudicados festejan sus propias desgracias o se contentan con la pérdida de derechos ajenos. Un fenómeno que realmente hace mantener la capacidad de asombro y –también– nos lleva a reflexionar sobre la incidencia que tiene la parafernalia mediática y comunicacional de las corporaciones.

Vamos a lo concreto. Una mujer decide con su pareja encarar un embarazo. Comienza la travesía. Logra el objetivo. Será cesárea. El proceso así lo dispone. Un día de finales de julio nace León. Paula se llama la madre. Durante nueve meses lo tuvo en su vientre. La pareja también es mujer. Hace un tratamiento. Puede amamantar. Dos mujeres. Dos madres. Un hijo en común.

Una abogada amiga logra ayudarlas. Las dos madres pueden acceder al derecho de 120 días de licencia. Algo de justicia. ¿Cuántas personas que han tenido un hijo o hija sufrieron el dolor de tener que volver obligadamente al trabajo a días del nacimiento? ¿Cuántas mujeres tuvieron que dejar de amamantar para no perder el trabajo? ¿Y quienes trabajan en negro y ni siquiera acceden a ese mínimo derecho?

Paula y Cecilia deciden contar la historia. Un canal de televisión las entrevista. Mi primera reacción es esperable: ¿Por qué en ese canal? Luego me retracto. Puede interpelar a un público diferente, más allá del medio y su posicionamiento político. Un intento de poner la lucha por los derechos en territorio ajeno. Y además, rescato la atrevida decisión de amplificar la intimidad en pos de lograr derechos para otras y otros.

El canal difunde la noticia por sus distintas redes. Y ahora gana presencia el mundo de las opiniones, los posteos, la palabra fácil y el desprecio. Volvemos al comienzo. Es un enorme logro que haya un núcleo de la sociedad que desprecie la adquisición de derechos. Porque sabemos que la mayoría de los funcionarios nacionales no registra el concepto de derecho como una forma de vida colectiva y democrática, pero acá se expresan personas que no pertenecen a los núcleos de poder real y, probablemente, sufran las injusticias cotidianas de políticas públicas restrictivas. La mayoría no parecen tener una vida de élite.

Alguna se vez se habló de los diarios del odio. Esa cloaca que se abre paso en la vida cotidiana de quienes transitan las diversas redes sociales de medios de comunicación. A veces escuchamos esa sintonía de comentarios en la vida diaria, pero más disimulado. Un algo de vergüenza marca –todavía– la presencia física. Pero en esos foros mediatizados se dicen barbaridades y todo parece estar permitido. En este caso la sexualidad de las madres, el pañuelo verde o lo “natural” son motivos de agresiones. ¿Cuándo es el tiempo de hacer la pregunta por los límites? ¿Podemos preguntar eso? ¿Es una pregunta posible o rápidamente va a ser colocada en el casillero de las preguntas autoritarias?

Encuentro un texto que merece compartirse: “Las palabras están vivas, entran en el cuerpo, perforan el vientre: pueden ser piedras o pompas de jabón... No utilizamos simplemente las palabras, sino que estamos hecho de palabras, vivimos y respiramos en las palabras”. Pensemos un instante en la idea de la servidumbre voluntaria. De alguna manera se expresa en la cantidad de opiniones. En vez de reclamar más y mejores derechos, una parte importante de esta sociedad pide menos. Una compañera complementa: “No se soporta la democratización del goce y la ampliación de derechos. Es decir, el populismo que hay que desterrar”. Aquí se expresa un núcleo del pensamiento hegemónico que debemos quebrar, porque una vida sin derechos es, sin metáforas, un tránsito por la esclavitud. 

Mientras tanto pienso en la felicidad de León al estar con sus dos madres todo el tiempo que pueda. Miles, millones de anónimos y anónimas vienen peleando desde hace años por mejorar ciertas formas básicas de la sociedad en la que decidimos vivir. Son ellas y ellos, son las miles de Paulas y Cecilias las que nos ayudan a seguir pensando que nuestra vida y la de tantos hijos e hijas puede ser un poco más justa. Incluso, en este injusto presente.

Mariano Molina: Docente, periodista.